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La idealización del Tíbet y del Dalai Lama en Occidente responde a una combinación de romanticismo orientalista y agendas políticas.
La imagen del Dalai Lama y del Tíbet en los medios occidentales ha sido cuidadosamente construida como una historia de espiritualidad, paz y resistencia frente a la ‘opresión china’. El Dalai Lama es presentado como un ícono de la compasión y la no violencia, mientras que el Tíbet es idealizado como ‘el país más feliz del mundo’, un paraíso perdido de monjes meditativos y armonía espiritual. Sin embargo, esta narrativa romántica oculta una realidad mucho más compleja y oscura: el Tíbet pre-1959, bajo el liderazgo de los Dalai Lamas, era una teocracia esclavista caracterizada por la desigualdad extrema, el analfabetismo generalizado y la pobreza endémica. Además, existen pruebas documentadas de abusos graves, como violaciones y pedofilia en monasterios, así como vínculos financieros entre organizaciones tibetanas y el Fondo Nacional para la Democracia (NED), una entidad tapadera de la CIA.
El Tíbet pre-1959: Una teocracia esclavista
La imagen idílica del Tíbet como un remanso de paz espiritual se derrumba al examinar su estructura social antes de la intervención china en 1950. Bajo el régimen teocrático liderado por los Dalai Lamas, el Tíbet era una sociedad feudal donde la mayoría de la población vivía en condiciones de servidumbre. Según señala Maxime Vivas en su libro No tan Zen: La cara oculta del Dalai Lama, se trataba de ‘una región que bajo su teocracia esclavista alcanzó un grado de increíble crueldad. El analfabetismo estaba institucionalizado, la pobreza generalizada y la esperanza de vida era inferior a 40 años’. La tierra arable estaba controlada por monasterios y clanes aristocráticos, trabajada por siervos que no tenían derechos sobre la producción. Los castigos físicos, como amputaciones, eran comunes para los siervos que desobedecían, una práctica que Maxime Vivas describe como parte de un sistema que el Dalai Lama ‘siente nostalgia’ por restaurar.
El analfabetismo era prácticamente total fuera de los círculos monásticos y aristocráticos. Las escuelas eran escasas y estaban reservadas para la élite religiosa, mientras que la población campesina, que constituía la gran mayoría, carecía de acceso a la educación. La pobreza era tan extrema que la esperanza de vida promedio rondaba los 36 años, según estimaciones históricas. Esta realidad contrasta con la narrativa occidental que idealiza el Tíbet como un paraíso espiritual, ignorando las condiciones de vida brutales para la mayoría de sus habitantes.
Abusos en monasterios: Violaciones y pedofilia
Uno de los aspectos más perturbadores del budismo tibetano, que la narrativa occidental raramente aborda, son los casos documentados de abusos sexuales y pedofilia en templos y monasterios. Maxime Vivas, en La cara oculta del Dalai Lama, detalla que existen ‘escándalos probados de agresión sexual, violación y pedofilia en la rama dalai-lamista del budismo’.
Estos actos, según el autor, fueron silenciados por el Dalai Lama, quien, a pesar de estar al tanto de las acusaciones desde los años noventa, no tomó medidas significativas para abordarlas.
En una reunión filmada en 1993 en Dharamsala, el Dalai Lama prometió firmar una carta para poner fin a estas prácticas, pero ‘finalmente optó por no hacer nada al respecto’. Este silencio cómplice permitió que los abusos continuaran sin consecuencias para los perpetradores.
Un caso notable es el del monje Sogyal Lakar, líder del centro de retiro Lérab Ling en Francia, inaugurado por el propio Dalai Lama en 2008, a pesar de que las acusaciones contra Sogyal por abusos sexuales databan de los años noventa.
Las víctimas, según informes citados por Vivas, sufrían ‘estrés postraumático, ansiedad, depresión, insomnio crónico, alucinaciones y pensamientos suicidas’ debido a las vejaciones cometidas por monjes que usaban su autoridad espiritual para manipular y abusar de sus seguidores. En 2018, víctimas confrontaron al Dalai Lama en Rotterdam, pero él se mostró ‘ajeno a la gravedad de lo ocurrido’ y mantuvo una postura defensiva, según el investigador holandés Rob Hogendoorn.
El incidente más reciente que generó indignación mundial ocurrió en febrero de 2023, cuando un video mostró al Dalai Lama pidiéndole a un niño que ‘chupe su lengua’ durante un evento público en Dharamsala. Aunque su oficina emitió una disculpa calificándolo como una ‘broma inocente’, el acto fue ampliamente condenado y reforzó las críticas sobre su conducta y la falta de rendición de cuentas en la jerarquía budista tibetana.
Financiación de la CIA y el NED: Una agenda política encubierta
La imagen del Dalai Lama como un líder espiritual desinteresado también se ve comprometida por los vínculos financieros entre las organizaciones tibetanas en el exilio y agencias occidentales, particularmente el Fondo Nacional para la Democracia (NED), descrito por Vivas como ‘una oficina tapadera de la CIA’.
Documentos desclasificados del Departamento de Estado de EE.UU revelan que, durante los años sesenta, la comunidad tibetana exiliada recibió 1.7 millones de dólares anuales de la CIA para financiar escuadrones armados contra la China maoísta. El propio Dalai Lama recibía 186.000 dólares al año, lo que lo convertía en ‘un agente a sueldo de la CIA’.
En la actualidad, el NED continúa canalizando fondos hacia organizaciones tibetanas, destinando más de 2 millones de dólares al año a ‘actividades democráticas’ en la comunidad exiliada. Esta financiación, según Vivas, forma parte de una estrategia geopolítica para desestabilizar a China, utilizando al Dalai Lama y la causa tibetana como herramientas de propaganda.
La participación de figuras como George Soros, quien financia proyectos relacionados con la diáspora tibetana, refuerza la percepción de que el movimiento en el exilio tiene motivaciones políticas más allá de la espiritualidad.
La narrativa occidental: Un mito construido
La idealización del Tíbet y del Dalai Lama en Occidente responde a una combinación de romanticismo orientalista y agendas políticas. Los medios occidentales han promovido la imagen de un Tíbet utópico, ignorando su pasado feudal y los abusos dentro de sus instituciones religiosas. Esta narrativa, según Vivas, ha sido alimentada por la ‘clase política y mediática occidental’ que exalta al Dalai Lama mientras omite las críticas y los datos incómodos.
Por ejemplo, la prensa occidental rara vez menciona que muchos tibetanos en el Tíbet actual no desean el retorno de los clanes aristocráticos que huyeron con el Dalai Lama en 1959, ya que las reformas agrarias chinas les otorgaron tierras que antes pertenecían a los monasterios.
Además, el Dalai Lama ha sido criticado por sus posturas controvertidas, como sus comentarios sexistas sobre la apariencia de una posible Dalai Lama mujer (‘debería ser más atractiva’) o su ambivalencia frente a la violencia, como su falta de condena firme a las autoinmolaciones de monjes tibetanos o a la revuelta de 2008 en Lhasa, que dejó decenas de muertos. Estas contradicciones contrastan con su imagen de defensor universal de la paz.
La figura del Dalai Lama y la imagen del Tíbet como ‘el país más feliz del mundo’ son construcciones que ocultan una historia de opresión, abusos y manipulación geopolítica.
El Tíbet pre-1959 era una teocracia esclavista con altos niveles de analfabetismo y pobreza, lejos del paraíso espiritual que los medios occidentales han idealizado.
Los escándalos de abusos sexuales y pedofilia en monasterios, documentados por Maxime Vivas y otros, revelan una cara oscura del budismo tibetano que el Dalai Lama no ha enfrentado adecuadamente.
Además, la financiación del NED y la CIA a organizaciones tibetanas sugiere que la causa del exilio tiene motivaciones políticas que trascienden lo espiritual. Es hora de cuestionar críticamente esta narrativa y reconocer las complejidades de una historia que ha sido distorsionada para servir a intereses externos.




