Nussbaum invita a reflexionar sobre la incomodidad de vivir con quien piensa y practica maneras de concebir la existencia que no nos gustan
Martha C. Nussbaum (Nueva York, 1947) es una de las pensadoras que más vueltas ha dado en torno al concepto de discrepancia, y también del cuidado de las personas, como también hizo Carol Gilligan. Es una de las mujeres interesantes en el mundo del pensamiento que ha pasado por el CCCB, y que tanto puede disertar sobre la convivencia como sobre el feminismo o los fundamentalismos. Ella misma ha explicitado una de las evidencias más necesarias para vivir con los otros: «Vivir en democracia implica respetar el derecho de las personas a escoger estilos de vida con los cuales no estoy de acuerdo». Le dijo en una entrevista al también filósofo Daniel Gamper. Es una frase que si no fuera porque sería considerado violento, estamparía con letras de fuego en la frente de muchas personas que tengo alrededor. Esta profesora de varias universidades afincada en la Universidad de Chicago es de la idea que, cuando nos sentimos perdidos y amenazados, cuando las personas tenemos miedo o inseguridad o el entorno se ve amenazado económicamente o políticamente, «tenemos tendencia a consolarnos con la ortodoxia» o los convencionalismos. Cuando las cosas van mal, el replegamiento parece inevitable.
Nussbaum, que ha enseñado en Harvard y en Brown, universidades que forman la famosa Yve League (Liga de la Hiedra), un consorcio de las mejores universidades de los Estados Unidos, es partidaria de mirar hacia el interior de uno mismo sin caer en narcisismos ególatras. Conocerse para poder darse, no para ser seres aislados y autosuficientes.
Esta filósofa es crítica con las intolerancias de todo tipo, también religiosas. Ella, que era protestante y al casarse con un judío se convirtió al judaísmo, afirma que «a los seres humanos les cuesta sostener la igualdad y tener respeto». Especialmente en el tema de la religión, que parece tan vital para la salvación de los individuos y para la salud de la nación, es muy tentador pensar que la ortodoxia es buena y que aquellos que no lo aceptan son unos «peligrosos subversivos», escribe. Nussbaum critica mucho la práctica de la homogeneidad coercitiva, la homogeneidad del miedo: las minorías, «que se adapten», que no se noten sus particularidades, que se asimilen. Como con los católicos en los Estados Unidos, que durante mucho tiempo fueron apartados de los centros de poder por no tener la religión que tocaba, la protestante. Y como todavía hoy pasa, a veces sutilmente y otras de manera descarada y abrupta, con quien profesa alguna creencia diferente. El respeto por la libertad religiosa es muy delicado porque nos enfrenta con nuestras contradicciones, con nuestras preferencias culturales, con la dominación que sin darnos cuenta perpetuamos con nuestro lenguaje y manera de vivir.
Nussbaum invita a reflexionar sobre la incomodidad de vivir con quien piensa y practica maneras de concebir la existencia que no nos gustan. Y lo hace en nombre de la libertad. Su pensamiento es difícil porque exige no ser nada talibán ideológicamente. Nussbaum es una filósofa que nos hace sentir un poco de vergüencita porque nos pone el dedo en la llaga: tú, que te consideras tan liberal, ¿has visto cómo piensas? ¿Cómo actúas? ¿Cómo eres intolerante? Dejaos interpelar por Martha C. Nussbaum y veréis como, desde la intemperie, os reclama que vayáis abandonando protecciones. Y que si os llenáis la boca de igualdad, democracia, paz o convivencia, seáis conscientes de lo que implica. Y cómodo, no lo es nada.
Míriam Díez