En un artículo anterior para la misma época que aquí tratamos, La Liga Nacional Laica, junto con el PSOE, realizaron sendas denuncias públicas en relación con sanciones impuestas a dos personas por no ser, supuestamente, respetuosas en unas procesiones religiosas, como se interpretaba el hecho de no descubrirse a su paso. Pues bien, hubo otro tipo de denuncias de la Liga en relación con los entierros, un asunto en el que los socialistas ya se habían empleado con cierta frecuencia desde fines del siglo anterior.
En este trabajo nos hacemos eco de dos casos, que se denunciaron por la Liga en febrero de 1931, y que se publicaron en una columna de El Socialista de ese mismo mes. Conocer estos casos nos ilustra sobre hechos que todavía hoy son poco conocidos, pero que eran muy habituales en aquella España en relación con la falta de libertad de conciencia.
En la oficina de la Liga se había recibido información de dos casos. En primer lugar, al parecer, en Tarrasa el día 10 de febrero, había fallecido un señor que profesaba la religión evangélica desde hacía cinco años, que no había reclamado los auxilios de la Iglesia Católica, y que había dejado por escrito un documento en el que manifestaba su deseo de ser enterrado en su rito. Pues bien, un cura reclamó su cadáver, impugnando la firma del documento, sin dejarse convencer por los familiares del finado, ni por los amigos católicos del mismo.
Como hemos visto en otros casos, estos hechos podían derivar en verdaderos altercados públicos. En ese sentido, el alcalde, pensando en que podía ocurrir lo que expresamos, dio permiso para que se trasladase el cadáver al Cementerio Civil, pero cuando llegó la comitiva se encontraron con que el cura había dado orden de que no se abriese. Al final, y casi usando la fuerza, se pudo proceder a la celebración del culto evangélico, pero no el acto del sepelio, porque después de estar cinco horas en el depósito sin sepultar, y habiendo la familia acudido en vano al Gobierno Civil de la provincia, el cadáver hubo de ser enterrado al final en el Cementerio Católico.
Ante el interrogante de para qué servía el Cementerio Civil de Tarrasa, el cura contestó que para los que no habían sido bautizados por la Iglesia Católica.
En la misma población ocurrió un caso parecido con una señora que era espiritista, tardando seis días en ser enterrada, a pesar de haber dejado expresada su última voluntad por escrito.
La Liga Nacional protestaba públicamente por estos hechos a través de la prensa, y por la “insuficiencia y parcialidad de la legislación a este respecto, que entrega al disidente por entero a manos del juez menos apto para decidir, que es la autoridad eclesiástica”.
Hemos consultado el número 6878 de El Socialista, y nos remitimos al trabajo de este autor, en este mismo medio de El Obrero, titulado “La Liga Nacional Laica y los socialistas contra las sanciones en las procesiones religiosas en 1930” (septiembre de 2019).
Por otro lado, contamos con dos estudios muy interesantes sobre la misma. En primer lugar, estaría el trabajo de Julio Ponce Alberca, “El laicismo español en los prolegómenos de la Segunda República. La Liga Nacional Laica (1930-1937)”, publicado en Hespérides, (1993), y, luego, el más reciente de Julio de la Cueva Merino, “Socialistas y religión en la Segunda República. De la Liga Nacional Laica al inicio de la Guerra civil”, en el libro de Izquierda obrera y religión en España (1900-1930), del año 2012.
Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia