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Delitos y pecados

Cuentan que cuando la directora del colegio concertado de Logroño, Purísima Concepción y Santa María Micaela (Adoratrices) fue preguntada acerca de por qué había proyectado un vídeo en el que aparecían fotos del presidente del Gobierno y de la ministra de Igualdad rodeados de restos de fetos descuartizados, la responsable del centro, a la sazón profesora de Ética, respondió: “Sólo puedo decir que me pongo en manos de Dios”. Obviamente se podría preguntar en manos de quién estaba antes de tomar la decisión, y si ésta fue resultado de un impulso divino o de una reflexión más racional y condicionada

Desde que la Conferencia Episcopal inició una campaña de rechazo al aborto denunciando que en España se protege más al lince ibérico que al embrión humano, con unos carteles en los que aparece un lince que ni es ibérico ni está protegido y un embrión, con aspecto de alumno de educación infantil, diversos acontecimientos han ido acercando la casualidad del criterio a la causalidad del dicterio.

En un instituto público de enseñanza secundaria de Yepes (Toledo) los profesores de religión distribuyeron a los alumnos, de entre 12 y 16 años, los referidos carteles con el presunto lince y el presunto embrión. En Valladolid, la directora de una escuela municipal infantil metió en la mochila de los alumnos, de entre cero y tres años, el díptico de la campaña y varias pegatinas. El colegio concertado Monte Tabor, de Madrid, organizó unas charlas a las que todos los alumnos desde tercero de la ESO hasta segundo de bachillerato estaban obligados a asistir y en las que, entre otros recursos pedagógicos, se proyectó un vídeo grabado con imágenes de fetos en la basura.

Resulta curioso que quienes se opusieron férreamente a impartir la materia de Educación para la Ciudadanía argumentando que sus contenidos no respetaban la libertad de conciencia, usen la estrategia del adoctrinamiento y los fondos públicos para hacer proselitismo religioso en los centros educativos. Y, estéticamente, parece contradictorio que proyecten imágenes con fetos descuartizados quienes no permiten que se vea ni la inocente escena de amor entre Adso de Melk y la campesina hambrienta de la película El nombre de la rosa.

Afirma Fernando Savater que las leyes contemporáneas de las democracias avanzadas no pretenden zanjar todas las disputas morales, sino impedir que lo que unos consideran pecado deba convertirse en delito. Y la Iglesia, en sus múltiples acepciones, tiene que entender que el poder civil procure legislar para toda la sociedad.

Ciertamente, no ayuda mucho Benedicto XVI a las campañas de salud pública en África y es una irresponsabilidad pontificar contra el preservativo en un continente en el que 25 millones de personas están afectadas por esta enfermedad. Tampoco el entendimiento mundano encuentra muchos puntos de apoyo para explicar la excomunión de la niña de nueve años que abortó debido a que estaba embarazada a consecuencia de la violación de su padre o la condena de la Iglesia a la utilización de células madre para salvar la vida de un niño de cinco años afectado de una enfermedad congénita. Parece como si la velocidad de excomunión fuese inversamente proporcional a la cercanía física del pecado cometido, cuando se cierran en falso asuntos internos como los referidos a la propia Iglesia, con los Legionarios de Cristo en el extremo del vector.

Afirmar que los preservativos pueden aumentar el riesgo de contraer el sida, excomulgar a una niña violada, condenar el uso de las células madre o proyectar vídeos con imágenes de fetos troceados mantienen a la Iglesia católica en la senda del miedo atávico y selectivo, porque lo que no hace en la Francia de Sarkozy, lo exhibe en la España de Zapatero. De cualquier forma, dichas afirmaciones pertenecen al ámbito del pecado o al de la ignorancia científica mientras que la salud y la educación son inherentes al ámbito de los derechos amparados por las leyes.

Así que hay asuntos en los que estamos en manos de la sociedad y del Estado aunque a algunos les cueste convivir con el hecho de que el pecado, en este país, no se castiga con la ley. No los dejemos en las manos de Dios y apliquemos el aforismo hegeliano de que el Estado es Dios sobre la tierra porque un poco de lealtad institucional asegura que todas las cuestiones tienen un sitio adecuado en el que resolverse.

Y ya que estamos enredados en campañas, ahora que se acerca la del IRPF no olvidemos poner la cruz en el sitio que le corresponde. Es mejor ponerse en manos de Hacienda que, al fin y al cabo, somos todos, ellos incluidos.

Luis Alfonso Iglesias Huelga, profesor de Filosofía

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