Este artículo pertenece a la sección ‘Libros que cuentan’, donde expertos y expertas de distintos ámbitos diseccionan los libros divulgativos que más están dando que hablar.
“Creemos que la gente tiene libre albedrío porque habla. Si sólo la viéramos actuar, pensaríamos que son robots”.
Emile M. Cioran, pensador de origen rumano.
Supongo que todos hemos pensado alguna vez en qué libros nos llevaríamos a una isla desierta. En mi lista personal del náufrago imaginario ha irrumpido con fuerza Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío, el último libro del neurobiólogo Robert Sapolsky.
Por si les pica la curiosidad, otros dos libros de mi lista serían Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kahneman, y Pequeño libro de una gran memoria, de Alexander R. Luria.
Un bufé libre de conocimiento
Leer la última de obra de Sapolsky es como ir a comer a un bufé libre. En concreto, a uno de esos (escasos) bufés en los que la comida está deliciosa. Pero hay que tener cuidado porque esa confluencia de cantidad y calidad suele derivar en empacho. Siempre nos queda el consuelo de que solo nos empachamos con lo que nos gusta mucho.
Esta reseña pretende ser una degustación para abrirle el apetito de saborear las suculentas 550 páginas de la excelente obra de Sapolsky. La miga es el libre albedrío, y desde el mismo título el autor se posiciona sin ambages en este debate: no somos libres, no podemos serlo. Pero, cuidado, este libro va mucho más allá porque el libre albedrío actúa como la raspa de una sardina: es un tema transversal.
Decidido es un tratado enciclopédico sobre el comportamiento humano desde muchos puntos de vista: neurobiológico, psicológico, filosófico, histórico, ético y judicial. A través de su lectura, el lector aprendemos nociones de teoría del caos y de física cuántica, así como de la historia de la epilepsia, de la psicosis y del autismo. Más aún, incluye un apéndice ameno y pedagógico con un curso acelerado de neurociencia básica. Un libro de libros, una pequeña biblioteca de las ciencias de la vida.
Las grietas del libre albedrío
La obra consta de dos partes claramente diferenciadas, aunque descompensadas en número de páginas. Las primeras 350, de un total de 520, están dedicadas a demostrar que, a pesar de que nos sentimos libres, no somos dueños de nuestras decisiones, de nuestros actos, de nuestros pensamientos. No podemos escapar de la dictadura del determinismo. De hecho, el titulo original en inglés es Determined: estamos determinados por nuestros genes y por nuestro ambiente.
Página a página, el autor examina todas las grietas en las que podríamos encontrar algún rastro del libre albedrío. Son las grietas a las que se aferran los compatibilistas, quienes quieren creer que es posible conciliar el mecanicismo físico con la libertad humana, como escaladores que intentan no caer al abismo del determinismo. Sapolsky descarta, uno a uno, con minuciosidad, todos esos resquicios de libertad.
Ni la teoría del caos puede salvarlos de la caída puesto que imprevisible no es lo mismo que indeterminado. Ni tampoco la mecánica cuántica porque, en todo caso, seríamos esclavos del azar. Como dice el filósofo John R. Searle (por cierto, su obra El Redescubrimiento de la Mente es otro de mis libros para náufragos): “el azar es tan implacable como la necesidad”.
Robots de artesanía
Según mi visión, el problema del compatibilismo es que en todo momento levanta la sospecha de defender el libre albedrío porque tenemos la firme sensación de que somos libres. Como un truco de magia, que sabemos que es una ilusión, pero aun así nos engaña y nos fascina. Es probable que toda la carga del debate provenga de esa ilusión de sentirnos dueños de nuestro destino. Necesitamos defender la libertad porque estamos convencidos de que la ejercemos.
Desde otra perspectiva, admitir que el comportamiento está regido por el determinismo no lo convierte en ajeno al sujeto. Sigue siendo nuestro. Cualquier actividad cerebral es mía, aunque sea inconsciente. No está separada de mi individualidad, de mi herencia genética moldeada por mi ambiente. Somos esclavos de nosotros mismos. No deberíamos escandalizarnos porque no dispongamos de un libre albedrío que nos independizaría de… nosotros mismos.
El miedo de los compatibilistas es que seamos marionetas del destino, cuando en realidad somos robots de artesanía.
Glotonería intelectual
Como los mejores cocineros, Sapolsky es un glotón. Ya lo demostró en su anterior obra divulgativa, también muy recomendable: Compórtate, de más de 900 páginas. Es evidente que Sapolsky se ha atiborrado de leer todo lo que ha encontrado sobre el libre albedrío. Mucha filosofía, muchos artículos de neurociencia y psicología, mucha disertación sobre derecho y responsabilidad individual. Y todo ha sido metabolizado en un libro extraordinario que saciará el hambre de conocimiento del lector interesado en el comportamiento humano.
El estilo polifacético de Sapolsky facilita la digestión. En ocasiones se expresa como si estuviera en una conferencia. Otras veces se acerca al lector como si compartieran un rato en una acogedora cafetería. Y otras veces, su prosa se acerca a la barra de un bar con unas cuantas pintas de cerveza y algún chupito de tequila, con confidencias y chascarrillos. Sapolsky vale para la cena y para las copas de después.
Pero también es cierto que, en varios tramos, nuestro autor continúa acumulando datos y ejemplos para apoyar sus tesis cuando el lector ya está saciado, como un boxeador que no se conforma con ganar a los puntos. Sus prolijas notas al pie (¡incluso hay algunas notas al pie de las propias notas al pie!) podrían constituir un interesantísimo libro si se publicaran por separado. Por eso, la lectura puede derivar en empacho y quizás no es mala idea saltarse algunos platos. O incluso mejor: dejar algo para recalentarlo al día siguiente y degustarlo con agrado.
Una civilización sin libre albedrío
A la segunda parte del libro, Sapolsky y el lector llegan con la barriga llena. Por fortuna, siempre queda sitio para el postre. En esas últimas ciento y pico páginas, Sapolsky da un paso más allá. El libre albedrío no es un problema puramente académico, sino que tiene profundas extensiones al ámbito de la ética, el derecho penal y la convivencia en sociedad.
Con valentía y honestidad intelectuales, Sapolsky afronta las inquietantes preguntas que germinan cuando descartamos la libertad humana. ¿Podemos castigar a los que infringen la ley a pesar de que no son responsables de su conducta? ¿Cómo se debería impartir justicia entonces? ¿Castigamos la transgresión por justicia o por placer? ¿Debemos premiar y elogiar a los triunfadores si sus éxitos solo son producto de la suerte?
No destriparé las propuestas del autor para responder a estas inquietantes preguntas. Lo que sí le adelanto es que esas páginas promoverán el debate interno y la disonancia cognitiva en su teatro mental. Como los buenos libros, Decidido removerá su conciencia y pondrá patas arriba su espacio de creencias y valores. Acabará saciado de conocimiento, pero ávido de encontrar respuestas. En eso consiste precisamente el conocimiento, en hacernos nuevas preguntas. Que aproveche.