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De curas, bendiciones y política · por David Alonso

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De igual manera que ya nadie se imagina que haya un cura para inaugurar un edificio público, no resulta lógico que un edificio público luzca ninguna muestra religiosa, ni que un representante institucional acuda a actos de esta índole. Máxime si estos actos enarbolan la bandera de la intolerancia y rozan el discurso soez y anti científico

Durante el pasado mandato municipal, el anterior equipo de gobierno gijonés decidió no acudir a la Bendición de las Aguas que se celebra todos los años a finales del mes de junio, el 29 de dicho mes, día de San Pedro y festividad local. No solo eso, si no que casi in extremis, y a punto de acabar ese mismo mandato, se aprobó un Reglamento de aconfesionalidad o laicidad municipal. Un reglamento con apenas articulado, y con un texto bastante claro y sencillo que tenía como base que cuando un cargo municipal fuera a un acto religioso, lo hiciera por defecto a título personal y no en representación de la Institución. Bueno, eso y que los edificios municipales estuvieran libres de cualquier símbolo o representación religiosa que no fuera un elemento puntual de valor histórico o similar. Ambas cuestiones generaron bastante ruido en los plenos municipales y en la prensa, y bastante menos en la calle, aunque también.

A modo de anécdota, o quizá de aviso de lo que vendría después, resultó bastante curioso que el que sigue siendo portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Gijón y anteriormente candidato a la alcaldía, Floro, anunció en campaña que él no cumpliría lo dicho y sugerido en ese reglamento, y que el sí iría a la Bendición de las Aguas si resultaba elegido alcalde. Esto no ha sucedido, quién sabe por qué…bueno, a lo mejor, lo de decir exactamente lo mismo que la derecha y querer hacer lo mismo que la derecha algo tiene que ver. Y esto es otra historia de la que ya hemos hablado en su momento.

Pero la decisión de Floro me sirve para saltar a la decisión de otro líder del PSOE, nuestro presidente, el señor Barbón, que se ha visto envuelto en una rencilla eclesiástica nada pequeña. Y es que el pasado día de Asturias, como ya todos ávidos e informados lectores que sois, sabéis, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, aprovechó los focos mediáticos que se dan cita en la Basílica de Covadonga para dar la nota. Bueno, o más bien para dejarnos claro que la Iglesia sigue opinando de manera machista, afirmándose en creencias medievales de la negación del cambio climático, faltando al respeto a colectivos de distinta índole, negando la protección de las especies o poniendo en valor a las juventudes que fueron a Lisboa cantando el cara al sol. Vamos, una joya de retroceso y ranciedad propia de una institución que se empeña en recordarnos que no ha pasado del s.XV en la inmensa mayoría de sus postulados.

A mí lo que me interesa, y que es el motivo de este artículo, es que este tipo de hechos deberían servirnos, a todos, para poner sobre la mesa la necesidad de repensar el papel de nuestros representantes políticos a la hora de asistir a según qué tipo de actos. Y no me refiero solo a los religiosos. Igual que ya no tiene cabida ni sentido que concejales, e incluso alcaldes, vayan a inaugurar obras que no sean de inversión pública, aunque esto se incumple sistemáticamente; o acudan raudos y veloces a las llamadas de las fotos con las grandes empresas. El asunto de la religión y del poder público en nuestro país debe ser motivo para que, durante la próxima década “tradiciones” como las de ir a bendecir lo que sea, o a escuchar como un señor dice barbaridades retrogradas sobre una sociedad en la que él no participa, y sólo representa a una realidad que es la de un señor que dedica su tiempo a gestionar lo que hacen señores en edificios grandes y vacíos, deben ser repensadas o directamente eliminadas de la agenda de nuestros políticos. De igual manera que ya nadie se imagina que haya un cura para inaugurar un edificio público, no resulta lógico que un edificio público luzca ninguna muestra religiosa, ni que un representante institucional acuda a actos de esta índole. Máxime si estos actos enarbolan la bandera de la intolerancia y rozan el discurso soez y anti científico. Y sí, seguramente no es un asunto prioritario en Gijón, ni en Asturias; que bastantes cosas pendientes tenemos y que afectan a más gente, sí, pero conviene no olvidar que en un país como el nuestro la vinculación entre la iglesia y el poder ha tenido demasiado recorrido y demasiada influencia durante siglos, como para no abordar en pleno S.XXI la necesaria, y sana, desvinculación entre cualquier acto de representación pública e institucional y los crucifijos.

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