¿Por qué no cesar la diaria denostación de personas con ideas diferentes a la prédica mañanera si la propia Guía Ética establece el respeto a la diferencia? ¿Por qué insistir en la perpetua lógica adversarial? Y más aún, ¿por qué generar una guía desde el poder que pretenda ser el faro moral de una sociedad, laica, plural y moderna?
“La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”.
Esta frase pareciera haberse escrito recientemente ya que no dejamos de escuchar, particularmente de personas mayores o aquellas con inclinaciones conservadoras, que la juventud no tiene remedio y que vivimos una crisis de valores. Paradójicamente esta noción no tiene nada de novedosa y se ha repetido hasta el cansancio desde la antigüedad. La frase es atribuida a uno de los titanes de la tradición helénica, Sócrates, aunque también hay algunas muy similares atribuidas a Platón, Aristóteles y Horacio.
Desde entonces (o quizá incluso antes), generaciones mayores recriminan a las menores su falta de respeto a los valores tradicionales, mismos que también son profusamente citados y rara vez definidos con precisión. Peor aún, constantemente escuchamos el término valores “universales” en un intento de establecer posturas hegemónicas de comportamiento de acuerdo con los postulados de las elites con el poder de imponerlo.
Una de las características definitorias de un Estado moderno, liberal, se encuentra en su laicidad, en su postura imparcial frente a las creencias e ideologías que –en libertad–pueden profesar o no sus ciudadanos. Pretender desde el Estado promover un código de pensamiento o comportamiento mas allá de lo estrictamente establecido en las leyes de la República, es mas propio de estados confesionales que imponen una fe sobre sus súbditos.
El mayor aporte del movimiento de Reforma en el siglo XIX mexicano reside en establecer fronteras entre lo público y privado, erosionar este legado es profundamente antiliberal y nos remite a tiempos a los que no queremos volver, ni podemos permitir que ocurra. Esta reflexión viene a cuento por la reciente publicación de la “Guía Ética para la Transformación de México”, promovida desde la Presidencia de la República.
Este documento despertó un alud de posiciones encontradas e incluso comentarios excesivos de uno u otro bando, mientras hay quienes lo consideran el “adendum” de las tablas de Moisés, los hay quienes lo equiparan con el libro rojo de Mao o el libro verde de Gadafi. La guía no es ni una cosa ni la otra y una breve consulta a internet sirve para despejar toda duda, de aquellos con el interés genuino de aclararlas.
El problema fundamental con la guía no se encuentra quizá dentro de la guía misma sino en la forma en que surge y se difunde. Nada tendría de extraordinario encontrarse un catecismo judeo-cristiano con “chispas” de teología de la liberación que profesara todo lo mencionado en la guía, el problema es que no es una profesión de fe desde lo privado que pueda seguir o ignorar quien así lo desee, sino que es un documento emitido por orden y auspicio del titular de la jefatura del Estado mexicano.
Si dicho titular y sus apóstoles comulgan con los preceptos de la guía es algo muy respetable, si por el otro lado se pretende emplear como guía moral del país y sus ciudadanos, entonces ya hablamos de otro esfuerzo; insisto, no porque el documento en sí sea intrínsecamente malo, sino porque dicho propósito es ajeno a los fines de un Estado moderno y genuinamente liberal.
Algunas alocuciones de la guía se refieren al fenómeno de la corrupción, cuya verdadera mitigación depende más de instituciones legítimas y eficaces que de catecismos barrocos y cursis. Por ejemplo, en la presentación aparece una frase que pongo en negritas por la plena coincidencia: “Ni el poder ni la autoridad son derechos o atributos de tu persona”; completamente de acuerdo, nada mas anti-republicano que el culto a la personalidad y suponer que todo lo bueno o malo devienen de la voluntad de un emperador, aun electo. Por ello, pocos artículos tan inspiradores como el 39 Constitucional: “Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste”, perfecta entrada al 40: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, LAICA y federal”.
Posteriormente, el 41 indica con claridad que la soberanía popular se deposita en los Poderes de la Unión los que deben regirse de acuerdo con las leyes de la República; alterarlas a capricho o tratarlas con desdén es una profunda falta de respeto al pueblo de México y por lo tanto va en contra del precepto de la guía en negritas.
El precepto décimo de la guía nos habla de la redención (readaptación para los laicos); ahí se sostiene que “Desde una perspectiva humanista, los criminales y corruptos pueden redimirse por medio de la reflexión, la educación e incluso la terapia psicológica, sin renunciar, desde luego, por la seguridad de la sociedad y por motivo de justicia, a la posibilidad de sanciones como la privación de la libertad”; este precepto pareciera incluso contravenir la ampliación del catálogo de delitos merecedores de prisión preventiva oficiosa, impulsada por la actual mayoría legislativa.
Pero entre todos los preceptos de la guía, el primero es el que más enfáticamente comparto: “1. Del respeto a la diferencia. Evitemos imponer ´nuestro mundo´ al mundo de los demás”. Sus tres párrafos son perfectos y llaman a respetar a quien piensa, vota, ama, venera o habla distinto a nosotros, así como a quienes pertenecen a diferentes clases sociales. Nos pide que no pretendamos imponer conductas, gustos, opiniones o preferencias, estoy completamente de acuerdo y como no cabe duda de que no hay mejor prédica que el ejemplo ¿Por qué no cesar la diaria denostación de personas con ideas diferentes a la prédica mañanera? ¿Por qué insistir en la perpetua lógica adversarial? Y más aún, ¿por qué generar una guía desde el poder que pretenda ser el faro moral de una sociedad, laica, plural y moderna? Estas acciones son contrarias a lo profesado en el primero de los preceptos.
Jorge Alberto Alatorre Flores politólogo, integrante del Comité de Participación Ciudadana del Sistema Nacional Anticorrupción.
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