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De «cómo se evita la masturbación» a «cómo se evitan algunas agresiones religiosas»

Interesante el reciente artículo del ABC «¿Cómo se evita la masturbación?», que me recuerda algunas de las más turbadoras vivencias de mi niñez.

Dice el artículo, consumado por el Aula de sexualidad de la Universidad de Navarra, del Opus Dei, que “la masturbación no es ni buena ni necesaria para la salud”, y se extiende en ese consabido plan. A mí ya me lo decían de pequeño. Añade que “ayuda a fortalecer la decisión de no masturbarse el recordar que es necesario protegerse de la erotización del entorno actual”. Cierto: recuerdo que ya jovencito, con el afán de no masturbarme que me habían inculcado, me sentía acosado por continuos embates erotizantes del entorno. Podría contar infinidad de ejemplos, pero baste rememorar aquella serie que me inflamaba los más bajos instintos, “La casa de la pradera”; me parecía intolerable que nos dejaran ver (sin rombos) a aquella niña, “Laura ¡Ingles!”, con sus dientes salientes que te llevaban a fantasear con unos roces poco santos. ¿Y qué decir de Heidi?, si a aquel pajarito le decía Pichí, ¿se lo diría también al de Pedro, cuando se iban solos por los prados? Aunque para mí el peor día fue cuando en el cine contemplé, desde mi candor, a Gracita Morales como Mata Hari: acabó la película y aún hube de esperar unos minutos para poder ponerme en pie sin que mi pantalón levantara (nunca mejor dicho) sospechas. ¿“Erotización del entorno”? ¡Máxima! Acabé siendo consciente de que, bajo la ropa, ¡todas las mujeres iban completamente desnudas!

            Comprobé que la carne es débil, pero alguna ¡vaya! no tanto, de modo que cada vez tenía menos éxito frente a tanta tentación, sobre todo si yo mimo, sin querer, me tentaba. Así recurrí, siguiendo el consejo del confesor, a las lecturas piadosas. Cogí la Biblia por el principio. Adán, Eva… la liviana hoja de parra… id y multiplicaos… ¡Dios, pero ¿qué hicieron hermanos con hermanas, o padres y madres con hijas e hijos?! ¡Venimos todos de esos incestos promovidos por Dios! ¡Mejor que se hubieran masturbado, aunque ahora no estuviéramos aquí!, concluí. Avancé angustiado para encontrarme lindezas como que al puro Lot lo emborracharon sus propias hijas para acostarse con él: ¡dos noches seguidas (si no fueron más, pues ambas quedaron preñadas y él ya era mayorcete) y no se dio cuenta!, ¿es que era a Lot of tonto? (empezaba con el inglés); pero, antes, el bueno de Lot las había ofrecido, para todo lo quisieran, a unos sodomitas con el fin de proteger a dos ángeles. ¿No era mejor que se hubieran masturbado Lot, la salá de su mujer, sus hijas, los sodomitas y, ya puestos, los ángeles?, me pregunté. También descubrí, por cierto, que Onán no se la machacaba, sino que fornicaba (¡qué sugestivo este verbo tan bíblico!) con su cuñada viuda, pero “derramaba en tierra”: suficiente para que Yahvé lo matara. ¡Más le valía habérsela cascado! (siempre aplicado, empecé a aprender sinónimos) si con eso se salvaba de la ira divina, me dije. Así que cuando condenaban el onanismo ya no sabía si lo que recriminaban era no derramar el semen dentro.

            Buscando comportamientos más ejemplares fui a lo que no podía suscitar dudas, la Sagrada Familia. Pero eso me llevó a preguntarme ¿por qué no nació Jesús de una relación sexual normal entre María y José? Y si el padre no fue José, ¿quién fue? ¡Impensable una relación colombófila! ¿O es que el sexo es algo sucio? Entonces, ¿por qué nos obliga Dios a hacerlo para procrear? ¿Tampoco tenía José, pobre hombre, el desahogo de darle al manubrio? En cuanto a Jesús, sería muy humano pero, a no ser que tuviera algo con la Magdalena, en esto parecía un soseras, no aportaba nada en un asunto tan importante.

            Harto de escándalos bíblicos, y en mi afán de encontrar iluminación para rebajar la frecuencia —creciente— de manolas, pajas y gayolas, acudí a otras religiones buscando conductas sexuales más edificantes. El Corán me acojonó en seguida con sus reiterados hasta el cansancio ataques y amenazas a los infieles, entre los que me consideraba, así que lo dejé e indagué en el ejemplo de Mahoma. Para encontrarme con que este hombre se casó con Aisha, una niña de seis años… aunque sus seguidores me tranquilizaron diciéndome que el matrimonio no se consumó hasta que la chica tuvo 19, entendí. No, ¡nueve!, me aclararon. ¿No era mejor que hubiera recurrido al freno de mano unos cuantos años más?, pensé escandalizado.

            Uff, me dije, decepcionado y repugnado con las religiones del Libro. A ver los orientales, más refinados. ¿Qué tal  Buda? Pues resulta que este Siddharta Gautama, tan rellenito (pese a los ayunos) según las estatuas y nirvanoso según los libros, abandonó a su mujer, Yasodara, en cuanto parió a su hijo Rahula. Para eso, me dije, ¡mejor que se hubiera echado unos solitarios!… o que se la hubiera enfundado.

En fin, volviendo al principio, diré que finalmente entendí la conclusión a la que nos llevaba lo que el ABC y los opusinos navarros nos recuerdan ahora. ¿Tenéis apetito sexual? Amigos, “la masturbación no es ni buena ni necesaria para la salud”, os encierra “en el egocentrismo”, así que ¿qué salida tenéis?: no seáis egocéntricos y ¡follad, follad, benditos!, y veréis cómo se os quitan las ganas de masturbaros. Pero como tan beatos consejeros rechazan los anticonceptivos y el aborto, ¿a dónde lleva eso?: ¡venga hijos! Así comprendemos cómo opusinos, kikos, cielinos… tienen uno tras otra.

Sin embargo yo, con toda modestia y en amable reciprocidad, he llegado a aventurar unas recomendaciones para ellos. Si insisten en no usar anticonceptivos, aplíquense entonces estos refranes: “Más vale pájaro en mano que bebé no deseado”, que equivale a “Más vale pájaro en mano que espermatozoide preñando”.

Y a ellas: “Más vale dedo en chumino que niño o niña en camino” (si no es deseado o deseada de veras, no porque lo imponga el credo).

Ahora, mayorcito, veo además que lo peor de lo que nos dicen los opusinos, los obispos, los imanes, los rabinos… las religiones,  no es ya que refleje una visión aberrante de la sexualidad (sobre la masturbación, los anticonceptivos, el aborto, la homosexualidad): ¡allá ellos! Lo peor es que quieren imponer esa visión a todos y, más aún, que educan en ella, engañando y atemorizando, a todos los niños que pueden: en las catequesis —o lo que corresponda—, en los colegios privados, y en las clases de Religión (de todas las religiones) de los colegios públicos. ¿No forma esto parte del abuso mental al que someten a los niños?

“¿Cómo se evita la masturbación?”, nos dicen. Y digo yo, respecto al intento de imponer (hasta con leyes como la del aborto) su represiva moral a todos, niños y adultos: ¿cómo se evitan estas insanas, estúpidas y malvadas agresiones ejercidas por las distintas religiones? Pues igual que otras posibles agresiones a la libertad de conciencia: aunque no lo cante Bob Dylan, la respuesta está en el viento laicista.

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