La Región ha albergado numerosas agresiones racistas en los últimos meses, algo que no sorprende a los migrantes residentes en la comunidad: «Uno lo ve, ve cómo los padres les dicen a sus hijos que no se junten con este o aquel niño. Al final siempre estamos segregados»
Presentes en la sociedad, aunque no del todo visibles, como una enfermedad oculta y voraz, el racismo y la xenofobia se han intensificado en la Región en los últimos tiempos, especialmente desde que se ha ido normalizando en el discurso político cotidiano tras la irrupción y el protagonismo de la extrema derecha en la Asamblea: la agresión xenófoba que ha dejado en coma a Mimun Kutaibi, de 22 años, y, sobre todo, el crimen racista que segó la vida del marroquí Younes Bilal el pasado 12 de junio en Mazarrón han sido los últimos episodios racistas en la Región de Murcia.
Un territorio ahora hostil, donde han ido in crescendo los ataques contra la población migrante. ‘Convivir sin Racismo’, su portavoz Juan Guirado y todas las personas afectadas por la violencia xenófoba no han dudado ni un segundo en salir a la calle para reivindicar y proteger sus derechos, para estar junto a las víctimas, para ofrecerles su ayuda incondicional, para decir «basta».
«El racismo existe desde hace mucho tiempo. Ellos dicen que no, pero nosotros lo sentimos. Ahora ha ido a mayores y ha tenido más notoriedad. Desafortunadamente cuando España está en un momento de crisis el racismo se acrecienta más», lamenta María, que reside en España desde hace más de 14 años.
Desde que abandonó Colombia para mejorar su vida, denuncia que nunca le han dejado olvidar que no es «de aquí»: «Hasta los amigos de uno hacen comentarios acerca de esas cosas y se olvidan de que también soy migrante, del color de piel que tengo».
«Estoy casada con un español y soy más alta y más oscura que él. Cuando salimos primero vienen las miradas de la gente y después dicen que me sacó de un puticlub», relata.
«Aquí no me siento libre; no me dejan ser yo misma. Incluso cuando voy a comprar. Fui a por un colchón y la dependienta me llevó al fondo del almacén y me mostró cosas rebajadas. Le pregunté si no tenía otra cosa y me contestó que no, que eso es lo que los de fuera siempre compramos. Que todos éramos iguales, que íbamos a lo que quedaba. Me fui llorando», recuerda.
Mustafá, vecino de Murcia, comparte la sensación de no poder escapar de un racismo que le acompaña allá donde va: «Incluso en la comisaría me han tratado mal y les tuve que denunciar».
«El migrante bueno»
María siente que para aplacar el racismo que se vierte sobre ella tiene que mostrar todo el tiempo su valía: «Siempre tengo que demostrar que no soy prostituta, que no soy narcotraficante». Cuando los comentarios no se dirigen a ella, María tiene que escuchar quejas y difamaciones racistas sobre el resto de migrantes. «A las señoras del barrio las conozco desde hace mucho tiempo. Cada vez que hay un incidente con un inmigrante las oigo decir barbaridades. Cuando mataron a ese niño en Almería, Gabriel, decían que los inmigrantes venían a hacer daño, que todos deberían volver a su país. Eso es lo que más escucho, que deberían mandarme a mi puto país. Una de las vecinas me cogió de la rodilla y me dijo que no lo decía por mí, que yo era buena».
María lamenta que el racismo que sufre le está comenzando a pasar factura: «Ese daño se hace como cuando a una roca le cae agua. Al final hace surco. Eso me pasa a mí, me voy desgastando. Y emocionalmente me siento así, son muchas cosas».
Mustafá observa que la situación del migrante ha empeorado «a causa de los discursos xenófobos y los mensajes de odio vertidos por parte del partido de extrema derecha Vox».
En las elecciones generales de 2019, los de Santiago Abascal ganaron en la circunscripción de Murcia. En la actualidad, miembros expulsados del partido de extrema derecha forman parte del Gobierno regional, dirigiendo la Consejería de Educación.
«Si me dicen que Vox gana en Madrid, Barcelona o en el País Vasco, donde los inmigrantes tienen más derechos que aquí… pero en Murcia hacemos los peores trabajos y la economía depende de la mano extranjera», subraya Mustafá. Y se pregunta «qué sería de la Región si un día amanece sin extranjeros. ¿Quién cuida de los ancianos? ¿Quién sale a las 3 de la madrugada a hacer 400 km al día solo para llegar al trabajo? ¿Quién trabaja 14 horas por 30 euros?»
María explica que el resultado de las elecciones generales la dejó con una sensación de «soledad»: «Yo vivo en San José, uno de los barrios que más votaron a Vox en Molina de Segura. Si miro a mi alrededor, seguramente fueron la elección de la mayoría de mis vecinos. Casi no me lo creo».
Para Mustafá, que exmiembros de Vox dirijan la Consejería de Educación «no cambia nada»: «Si anteriormente en algunos pueblos separaban alumnos en clase entre españoles e inmigrantes, ahora me imagino que construirán escuelas especiales para nosotros», ironiza.
María, por su parte, considera que el racismo comienza desde la educación de los más pequeños: «Uno lo ve, ve cómo los padres les dicen a sus hijos que no se junten con este o aquel niño. Al final siempre estamos segregados. Y ahora que tenemos las redes sociales hay otro sitio para que la gente se llene la cabeza de cuentos».
«Tenía unos vecinos marroquíes. A sus hijos les tiraban cosas y les gritaban siempre lo mismo: terroristas. Eso duele mucho, ¿Cómo quiere que ese niño no crezca resentido, si sus propios amigos le llaman terrorista, moro de mierda? Se llena de odio. Nos piden que nos integremos, pero no nos dejan», lamenta María.
«El católico y el musulmán creen en Dios»
Las agresiones racistas también afectan a la religión. Algunos vecinos españoles del barrio de Apolonia (Lorca) han protagonizado dos caceroladas en contra de la apertura de una mezquita en la zona pese a que, de acuerdo con el alcalde, el local cuenta con todos los permisos para el culto.
Jadiyatu, residente en Las Torres, se muestra indignada con estas protestas: «Yo soy musulmana. El católico y el musulmán creen en Dios. Pero cada uno tiene su manera de rezar. Cada persona debe tener libertad y la posibilidad de reunirse en un lugar para poder ponerse en contacto con Dios», observa.
Mustafá nunca ha olvidado lo sucedido hace diez años en La Aljorra, cuando vandalizaron la mezquita de este pequeño municipio cartagenero: «Vi con mis propios ojos un cochino muerto en la puerta de la mezquita y con pintadas de moros fuera en la fachada».
«Los católicos tienen iglesias, los musulmanes quieren una mezquita para rezar, no para matar a la gente o hacer ruido. Piensan que cuando están en una mezquita tienen contacto directo con Dios, ¿por qué no les dejan hacerlo?», se pregunta.