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Cuando los rusos prohibieron a los Testigos de Jehová…

El 20 de abril de 2017 la Corte Suprema de Rusia ha prohibido la labor de los Testigos de Jehová en el país por considerarlos «una amenaza para los derechos de los ciudadanos, el orden social y la seguridad pública». El Ministerio de Justicia ya había suspendido el trabajo del Centro de Dirección de la organización por considerarlo “extremista”, hasta que el alto tribunal dictase la sentencia definitiva. El fallo de la Corte obliga a los Testigos de Jehová (TJ) a «entregar sus propiedades a la Federación Rusa».

Según algunos miembros de esta confesión, la policía ha entrado de incógnito en sus reuniones para grabar con cámaras. A partir de ahora podrían ser perseguidos bajo la ley contra el extremismo promulgada en 2002 que ha sido invocada para la detención de opositores políticos.

Los TJ son una organización que no goza de buena fama en la sociedad, debido principalmente a su proselitismo insistente y un tanto polemista, y a que en ocasiones puntuales algún menor de esta iglesia fallece porque sus padres se niegan a que reciba una transfusión de sangre. Además, por su concepción antitrinitaria discrepan teológicamente de la gran mayoría de los cristianos, y no mantienen relaciones interconfesionales (no digamos ecuménicas) con otras iglesias y religiones.

A ello se une que su organización jerárquica favorece dinámicas aislacionistas. Algunos apelan a estos comportamientos para defender su prohibición, concediendo así a las autoridades una peligrosa capacidad de etiquetar como “secta” y perseguir a ciertos grupos cuyo funcionamiento difiere de los parámetros generales.

Aunque por supuesto en cualquier colectivo podemos encontrar de todo, quien haya tratado personalmente con los TJ habrá podido conocer otras cualidades que son comunes entre ellos: al ser creyentes comprometidos con su fe, tienden a ser cumplidores con el prójimo y escrupulosos en el cumplimiento del deber, algo poco común en la sociedad relativista actual.

Si bien predican el cumplimiento de las leyes como buenos ciudadanos, al ser estrictamente apolíticos rechazan diversas formas de sometimiento al Estado que van en contra de su conciencia: en especial el servicio militar, pues son contrarios a usar y portar armas (y además se mantienen coherentes con este principio, a diferencia de otras confesiones no combatientes que con el tiempo han ido perdiendo esa seña de identidad). Precisamente en la España franquista los Testigos de Jehová fueron los primeros que sistemáticamente se declararon objetores de conciencia al servicio militar y sufrieron cárcel por ello, adelantándose a otros colectivos antimilitaristas.

Los TJ también se niegan a profesar lealtad personal a quien no sea Jehová, lo cual incluye el Estado. Por eso se niegan a cantar himnos patrióticos o a honrar a los símbolos estatales. Esas convicciones suyas, además de su creencia de que el Reino de Dios lo implantará Cristo al final de los tiempos, determinó que fueron la única confesión religiosa que oficialmente no se plegó al régimen nazi, negándose a participar en sus agrupaciones juveniles, sus ceremonias y sus símbolos. Muchos lo pagaron siendo recluidos, y algunos muertos, en campos de concentración, junto a otros grupos malditos o disidentes.

Ahora el Estado ruso prohíbe su organización, bajo las absurdas acusaciones ya señaladas. Esta medida es un atropello a la libertad religiosa. El mundo vive una oleada de prohibicionitis que está llevando a recortar la libertad de expresión de colectivos que, o bien no encajan en el pensamiento dominante, o bien son acusados de “extremismo”. Lo triste es que se ha producido tal polarización que los de una tendencia se soliviantan cuando se restringe la libertad de “los suyos”, pero tienden a aceptar limitaciones similares si se aplican a “los contrarios”. Resultado: se están recortando las libertades.

Los TJ no tienen a “los suyos”, porque se encuentran bastante aislados. De ahí que sean un objetivo fácil. Solo por eso, su prohibición en Rusia debería haber despertado un clamor y una oleada de solidaridad mundiales. Pero ¿quién va a defender a un colectivo “tan raro”? Por desgracia, la mayoría no entiende que apoyar a alguien que está siendo perseguido no implica comulgar con sus ideas y sus prácticas; simplemente significa protestar contra una injusticia.

Algunos (como la mayoría de las iglesias evangélicas) han comprendido que esta decisión puede extenderse a otras confesiones minoritarias, y han protestado. De hecho, en agosto de 2016 Rusia aprobó una ley “antiterrorista” que impone gran cantidad de restricciones a las organizaciones religiosas. Desde la caída del régimen soviético los dirigentes rusos han recuperado la tradicional alianza con la Iglesia Ortodoxa, y esta sin duda también se encuentra detrás de estas medidas, pues la libertad religiosa ha permitido desde 1991 la proliferación de otras iglesias que “compiten” con la que se considera a sí misma propietaria de la espiritualidad del pueblo ruso.

Pero parece que muchos otros no son conscientes de que este ataque no solamente recorta la libertad religiosa, y no solo se debe contemplar como un asunto interno ruso. Encaja en la oleada de legislaciones restrictivas que muchos países están aplicando desde el 11-S con la excusa del “terrorismo” y la “seguridad”. Empezó Estados Unidos con la siniestra Ley PATRIOT de octubre de 2001 (a la que se han ido añadiendo otras igualmente anticonstitucionales, como la Ley de Comisiones Militares y la Ley de Autorización de Defensa Nacional). Francia se encuentra en estado de emergencia desde los atentados del 13 de noviembre de 2015. En España vamos conociendo el alcance de la Ley Mordaza, además de sentencias disparatadas por “apología del terrorismo”; y las supuestas “ofensas” son la excusa para condenar a tuiteros o para prohibir el autobús de HazteOír.

Creo que muy pocos tienen una visión de conjunto pues, como he explicado, cada grupo tiende a alarmarse por los ataques a los suyos, y a ser comprensivo con los ataques a otros, o incluso a apoyarlos con todo tipo de argumentos. Por eso me temo que las perspectivas son malas para casi todos, en especial para las minorías, como siempre.

En el muy bien argumentado artículo Si yo no soy testigo de Jehová ¿por qué me afecta que los prohíban?, el jurista Juan Martín Vives evoca el famoso poema escrito por el pastor protestante alemán Martin Niemöller durante la Segunda Guerra Mundial, Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas. Creo que en la situación actual podría parafrasearse de este modo:

Cuando los rusos prohibieron a los Testigos de Jehová,
guardé silencio,
porque yo no era testigo de Jehová.

Cuando se persiguió a los extremistas,
guardé silencio,
porque yo no me consideraba extremista.

Cuando empezaron a acusar de “terrorismo” a diversos colectivos,
no protesté,
porque yo jamás podré ser acusado de terrorista (¡faltaría más!).

Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.

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