Comentarios del Observatorio
La visita de Benedicto XVI a Compostela el 6 de noviembre de 2010 fue la tercera y última, hasta ahora, de un pontífice a Galicia
Solo dos papas han visitado Galicia en toda la historia: Juan Pablo II, que vino en dos ocasiones, y Benedicto XVI. El papa Wojtyla peregrinó en el Año Santo de 1982 y regresó a Compostela en 1989, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Benedicto XVI puso el broche de oro al Xacobeo de 2010 en una visita que no fue tan multitudinaria como las de su predecesor, el “papa viajero”, pero que concitó a una multitud impresionante: 200.000 católicos de todo el país y el extranjero acudieron a verle en una visita que duró menos de ocho horas. Si Juan Pablo II reclamó a Europa reencontrarse con sus raíces cristianas, el mensaje de su sucesor fue un tirón de orejas más acusado ante la secularización, y esta vez centrado en España.
Minutos antes de aterrizar en Galicia,Benedicto XVI mostró en el avión que le llevaba a Santiago su preocupación por “un movimiento laicista, anticlerical y agresivamente secularista” que se vivía en España, situación que equiparó con el clima “de los años 30”, previo al estallido de la Guerra Civil. Por ello, durante la eucaristía que celebró en la Praza do Obradoiro ante 6.000 personas, abogó por una “reevangelización” de Europa, pero “sobre todo de España”.“Deben abrirse a Dios; salir a su encuentro sin miedo”,proclamó. Transcurría la segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, que había aprobado, entre otras leyes, la del matrimonio homosexual.
Mientras Benedicto XVI llegaba a tierras gallegas, Zapatero visitaba por sorpresa a las tropas españolas en Afganistán. Ausente el presidente, ejerció como delegado del jefe del Gobierno el vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba. Mariano Rajoy, que en unos meses habría de suceder a Zapatero, fue otra de las autoridades que acudieron a aquel encuentro, además del entonces presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, su sucesor, Alfonso Rueda, el ministro de Fomento, José Blanco, y el también político socialista y gallego Francisco Vázquez, a la sazón embajador de España ante la Santa Sede. Quien verdaderamente ejerció de anfitrión fue el entonces príncipe Felipe, acompañado de la princesa Letizia. “Hai tempo que estas terras galegas, de xentes amables e hospitalarias, esperaban a vosa visita”, dijo el príncipe Felipe al papa.
“Aos amadísimos fillos de Galicia, de Cataluña, e dos demais pobos de España”, bendijo Ratzinger en la lengua propia de Galicia. Y retomó el llamamiento de su predecesor en el papado: “También yo quisiera invitar a España y a Europa a edificar su presente y a proyectar su futuro desde la verdad auténtica del hombre,desde la libertad que respeta esa verdad y nunca la hiere,y deja la justicia para todos,comenzando por los más pobres y desvalidos”.
En su discurso en la catedral de Santiago, tras la bienvenida del arzobispo Julián Barrio, Benedicto XVI utilizó también el gallego. Lo hizo al comienzo y al final de su intervención. “Pídolle ao Altísimo que vos conceda a todos a ousadía que tivo Santiago para ser testemuña de Cristo Resucitado, e así permaneza des fieis nos camiños da santidade e vos gastedes pola gloria de Deus e polo ben dos irmáns máis desamparados. Moitas gracias”, concluyó.
Benedicto XVI, que besó la estatua del apóstol y rezó ante sus restos en la cripta de la catedral compostelana, se puso la esclavina con la vieira, como un peregrino más, para saludar al gentío que lo esperaba en el Obradoiro. Siguió también la tradición de contemplar el balanceo del botafumeiro. El Sumo Pontífice ayudó a colocar el incienso en su interior antes de que los tiraboleiros empezasen a tirar de las cuerdas que mueven el enorme incensario de metro y medio de altura.
Habían transcurrido 21 años desde la última visita papal, la de Juan Pablo II en 1989, pero la de Ratzinger resultó menos multitudinaria que la de su carismático antecesor. Cuenta la crónica de FARO que, pese a que llegaron de toda Galicia 40.000 fieles en autobuses, furgonetas, coches y trenes, los doce kilómetros del recorrido papal no se llenaron. De hecho, en algunos tramos el número de policías, distribuidos a ambos lados de la carretera y separados apenas diez metros entre sí, superaba al de las personas apostadas en las aceras.