Michel Onfray es uno de los filósofos más leídos del momento. El pensador francés, referente de la izquierda y ateo confeso, goza de una popularidad creciente, apenas opacada ahora por la negativa reacción que suscitaron sus opiniones sobre el islam. Una controversia de izquierdas, en todo caso, hija de la corrección política, que le valió ser acusado de islamófobo y hasta de hacerle el juego al Frente Nacional, la agrupación de extrema derecha que lidera las encuestas para las próximas elecciones presidenciales.
Onfray (Argentan, 1959), que dice haber sido vilipendiado, insultado y hasta obligado a hablar cubierto de escupitajos por este motivo, postergó la salida de este libro a principios del año pasado para no coincidir con el primer aniversario de los atentados terroristas del 2015 en Francia, en medio de una cobertura mediática que aún se nutría más de compasión que de análisis.
El núcleo de Pensar el islam es una larga entrevista que le hiciera la periodista argelina Asma Kouar para el periódico Al Jadid y que resulta un interesante pulso entre dos personas de dos mundos diferentes.
Onfray, que reparte críticas a diestra y siniestra, se anota algunos aciertos. Por ejemplo, cuando vincula el terrorismo con la política colonialista de Francia, impuesta en tándem por la izquierda liberal y la derecha; o cuando denuncia la esquizofrenia de su país, islamófobo fuera, islamófilo dentro; o resalta la confusión que predomina sobre el tema, desde la xenófobia de quienes miran con recelo a todo musulmán, hasta la negación de quienes insisten en que el terrorismo nada tiene que ver con el islam.
El filósofo sostiene, en cambio, que el islam no oculta su naturaleza belicosa y conquistadora. A lo sumo concede que dentro del mismo coexisten una rama violenta junto a otra pacífica, que se identifican con las suras de uno y otro tenor que conviven en el mismo texto del Corán.
Sus respuestas ponen en evidencia una lectura minuciosa del Corán, así como del contexto en que fue escrito. En un diálogo por momento tenso, no puede evitar, sin embargo, admitir que su país inventó la guillotina y que en el nombre del ateísmo los regímenes comunistas cometieron no pocos genocidios.
Pero su crítica al islam excede la violenta y alcanza a la homofobia, la humillación de la mujer o la monogamia. En última instancia, se extiende al hecho de que es una religión sin fronteras, financiada por otros Estados, y tiene una ambición política que impulsa a sus fieles, si son coherentes, a unir el orden espiritual con el temporal, lo que lleva a la teocracia. Y este parece ser el verdadero objeto de sus preocupaciones. No ya ese credo, sino «el innegable retorno de lo religioso que ha adoptado en Occidente la forma del islam».
El autor del Tratado de ateología, que es un defensor de las ideas de la ilustración, vislumbra en el integrismo una amenaza a la laicidad que «se ha impuesto en Occidente gracias a un largo combate anticristiano llevado a cabo por la izquierda durante varios siglos».
Ese cristianismo, que supo impregnar Francia, es el segundo objetivo, larvado, de su reflexión. Si hoy no le inquieta es porque «en el último siglo el cristianismo se ha desmoronado». Francia se ha descristianizado. En cambio al islam lo ve crecer con fuerza, y él desearía confinarlo a la esfera privada, que el Estado vigile sus lugares de culto.
Onfray quiere resguardar la identidad y los valores de Fraucia, pero vaciados de fundamento cristiano. Llega a identificar que Occidente está en decadencia, pero sin acertar con una explicación, se abraza a la causa de su ruina.
_________________