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La Mezquita de Córdoba ha ardido, y entre el humo y las llamas su identidad histórica se ha revelado con mayor nitidez. Construida en el siglo VIII por Abderramán I, emir omeya de al-Ándalus, es una obra maestra de la arquitectura islámica clásica: un bosque de columnas, arcos bicolores, mihrab y patio de abluciones que responden a un diseño funcional y simbólico propio de una mezquita mayor. Nada en su trazado original, en su orientación o en su lenguaje constructivo fue pensado como catedral. Esa es su verdad fundacional, anterior a cualquier consagración cristiana.
El fuego ha destruido maderas y enseres, pero también ha dejado al descubierto las grietas de un modelo de gestión que desde hace años está en entredicho. No se trata solo de cómo empezó el incendio, sino de por qué un bien declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO sigue bajo custodia opaca y privatizada de hecho por el Cabildo catedralicio, con usos y criterios que no siempre respetan su integridad histórica. Cuando la prevención y la conservación se subordinan a intereses litúrgicos y al control de una sola institución, la negligencia acaba cediendo ante las llamas, y las críticas arden más que el incendio.
En Marruecos, país mayoritariamente musulmán, existen sinagogas antiguas que han quedado vacías tras el éxodo judío por la Shoah y la creación del Estado de Israel. Muchas están cerradas, otras en restauración, pero en ningún caso se han convertido en mezquitas: siguen siendo sinagogas, aunque no haya fieles. Se reconoce su historia y se preserva su identidad. Esa comparación incomoda, pero es necesaria: si allí se entiende que un templo conserva para siempre la condición que le dio origen, ¿por qué aquí se insiste en llamar “catedral” a lo que fue concebido, construido y usado durante siglos como mezquita?
La rápida intervención de los bomberos evitó un desastre mayor, pero eso no debe eclipsar la lección de fondo: la protección de un monumento así no puede improvisarse cuando huele a humo. Ha de ser constante, planificada, transparente y supervisada públicamente. El incendio no ha destruido la Mezquita de Córdoba, pero ha dejado un aviso escrito en braille de cenizas: este monumento necesita una protección real y un reconocimiento pleno de su historia.
Su arquitectura y su memoria son las de una mezquita mayor de al-Ándalus, y ese hecho no se borra con retablos ni vitrinas. Reconocerlo no es un gesto ideológico: es una obligación patrimonial y ética. Cualquier intervención debe honrar ese legado, no sepultarlo bajo reinterpretaciones interesadas.
Línea de tiempo de un conflicto prolongado
- 1998 – Acuerdo Junta de Andalucía–Cabildo para un plan de conservación; la gestión efectiva sigue en manos de la Iglesia.
- 2006 – Comienza la eliminación progresiva del término “mezquita” en folletos y señalética.
- 2010 – Historiadores y colectivos denuncian la privatización de hecho del bien y la manipulación de su denominación.
- 2014 – Nace la plataforma ciudadana Mezquita-Catedral, Patrimonio de Tod@s.
- 2015 – El Defensor del Pueblo Andaluz pide mantener la denominación oficial UNESCO: “Mezquita-Catedral de Córdoba”.
- 2018 – Polémica por la inscripción registral a nombre del Obispado, sin pago ni concurso público.
- 2021 – La UNESCO recuerda que la integridad patrimonial incluye preservar todas las capas culturales del monumento.
- 2025 – El incendio reabre el debate sobre el modelo de gestión y la falta de planes preventivos integrales.
El incendio es solo el último capítulo de una historia de tensiones entre conservación, uso litúrgico, interpretación histórica y control institucional. Que el humo no sea un epitafio, sino un punto de inflexión. Que el compromiso por su preservación sea público, colegiado y respetuoso con su origen. Y que, como ocurre con las sinagogas vacías en Marruecos, la Mezquita de Córdoba siga llamándose por lo que es y siempre fue: una mezquita.
Rosa Amor del Olmo
Doctora en filosofía y letras, Máster en Profesorado secundaria, Máster ELE, Doctorando en Ciencias de la Religión, Grado en Psicología, Máster en Neurociencia. Es autora de numerosos artículos para diferentes medios con más de cincuenta publicaciones sobre Galdós y trece poemarios. Es profesora en varias universidades y participa en cursos, debates y conferencias.




