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Crucifijos, bicicletas y camisetas

Uno de los últimos actos de Juan Alberto Belloch como alcalde de Zaragoza fue acompañar al crucifijo que durante años había estado en el salón de plenos del ayuntamiento hasta una vitrina en otra dependencia municipal. El gesto tenía miga. Grupos de izquierda habían solicitado en los últimos años la retirada de la imagen religiosa en aras de la aconfesionalidad, pero el PSOE, con el voto del PP, mantuvo al Cristo crucificado en lugar tan visible… y tan sensible. El político socialista lo retiraba por fin antes de irse y de que llegara la nueva corporación salida de las elecciones municipales del 24-M y que dio la alcaldía a los muchachos de Zaragoza en Común, que no están por quemar iglesias, pero tampoco para muchos crucifijos. Fue otro más de los guiños que en el terreno de la simbología nos ha traído el último vendaval político.

Alcaldes en metro o en bicicleta, coches oficiales en los garajes, ausencia de corbatas, mucha camiseta, mucho imperativo legal en las tomas de posesión, abundante presencia de los nuevos regidores en manifestaciones y desahucios… El cambio ha llegado, de momento, al territorio de la simbología. Nada que recuerde a la llamada vieja política debe ensombrecer la fiesta del sí se puede.

Medios críticos

Desde los medios más críticos con los partidos emergentes se espera con la escopeta cargada el día en que se pueda fotografiar al alcalde de Valencia, Joan Ribó, en un coche del ayuntamiento y no en bicicleta. O que Ada Colau tenga que ordenar una misión represiva a la Guardia Urbana. O que a Manuela Carmena le salgan respondones los perroflautas. Entonces se demostrará, piensan, que los nuevos no son tan distintos de los anteriores. Es el mismo mensaje que se difundió con el caso Monedero y que busca, en el fondo, demostrar que aquí casta somos todos.

Sin embargo, se equivocan quienes ignoran que las nuevas formas llegadas a la política institucional, por más que puedan parecer impostadas, son bien recibidas por muchos sectores de ciudadanos hartos de boato provinciano y de gastos innecesarios. Nadie va a llorar por el crucifijo de Belloch.

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