Para una organización que promulga la creencia en fenómenos sobrenaturales de naturaleza bastante burda, como la aparición de figuras semidivinas ante personas sin instrucción o la transmisión de información sobre el futuro por vía de alucinaciones, puede llegar a ser muy complicado conservar el control entre sus miembros en lo que respecta a la proliferación de estas manifestaciones. El pensamiento mágico —el pensamiento no lógico, en general— se caracteriza por la falta de límites. Si la Virgen María puede aparecerse ante tres niños en Portugal, también puede hacerlo en Bosnia o en Argentina. Si puede curar enfermedades en una cueva en Francia, también puede hacer milagros en India o en Estados Unidos. No hay forma rigurosa de discriminar entre lo real y lo imaginado.
O más bien no había, hasta ahora.
Desde las apariciones de Fátima y Lourdes, manifestaciones terrenas de la Virgen reconocidas por la autoridad papal, obispos y teólogos de todo el mundo se han visto obligados a lidiar con múltiples fenómenos sobrenaturales. Siempre con la misma pregunta: ¿cómo juzgar si son verdaderos? La respuesta la tiene el Vaticano y se alista a ponerla al alcance de todos.
El Vaticano, específicamente la Congregación para la Doctrina de la Fe (que es la Inquisición), está por publicar unas “Normas sobre el modo de proceder en el discernimiento de presuntas apariciones y revelaciones” que dilucidan todos estos problemas. Estas normas existían desde 1978 pero sólo estaban en latín.
Las normas son bastante sensatas, a priori, al buscar descartar psicosis e histerias colectivas; pero tienen algunos problemas. Una de las cosas que pesan contra una supuesta aparición sobrenatural es el afán de lucro del vidente o testigo; otra es si cometió “actos inmorales” relacionados con el hecho. Podemos suponer que la Virgen y los santos son muy quisquillosos, pero de hecho la interpretación puede fácilmente ir al revés. Por ejemplo, que si la Iglesia certificó que la Virgen María realmente hace milagros en Lourdes, el hecho de que Lourdes viva del turismo y el obsceno comercio de chucherías marianas —que desaparecería si nadie hubiese afirmado ver a la Virgen allí— no implica que las curaciones milagrosas sean falsas. (La Iglesia sólo ha reconocido 68 curaciones en el santuario de Lourdes desde 1860, tiempo en el que han pasado por allí unas 200 millones de personas; no todas enfermas, naturalmente.)
Otra de las formas de reconocer una aparición verdadera es que los mensajes de los videntes sean “doctrina libre de error”. Vale decir que si la Virgen María se le apareciera a alguien y le dijera, por ejemplo: “Yo soy la Madre de Dios y hablando por Él te digo que el Papa no es infalible”, ipso facto la Iglesia debe dictaminar que la aparición es falsa, dado que el Papa es, como todos sabemos (gracias a que él nos lo ha dicho) infalible.
Finalmente, el vidente o testigo, si no es fraudulento, debe mostrar “docilidad a la autoridad eclesiástica”. Si el vidente dijera que la Virgen María le ordenó, digamos, denunciar a los sacerdotes pederastas de la diócesis que el obispo ha estado encubriendo durante un par de décadas, entonces sería obvio que el vidente es un fraude, porque no sería “dócil” (salvo, claro está, que le contara esto al obispo en secreto y permaneciera callado para siempre).
Qué bueno es, por fin, tener respuestas a estos interrogantes acuciantes.