La escritora y activista publica ‘El Evangelio según María Magdalena’, una reinterpretación del texto religioso que da voz a la que aún hoy «es considerada la puta de Jesús».
Durante siglos fue considerada una prostituta, menospreciada y maltratada por la Iglesia Católica. Se dijo de ella que era una pecadora, que había corrompido a Jesús, que era adúltera. Tiziano, Donatello o Caravaggio la pintaron y esculpieron como una prostituta penitente. El papa Gregorio Magno dijo que era una mujer poseída por siete demonios, que encarnaba todos los vicios habidos y por haber.
Sin embargo, el papa Francisco la proclamó santa en junio de 2016. Y desde entonces, cada 22 de julio en el calendario romano, figura como Santa María Magdalena. La Pontificia Congregación para el Culto Divino sostiene hoy que no fue nunca todo aquello, que de hecho es apostola apostolurum, es decir la apóstol de los apóstoles. En 2018 la directora del Instituto Magdalena de Israel e investigadora Jennifer Ristine publicó un influyente libro en el que sostenía que aquella mujer era culta y procedía de una familia rica.
Ahora la escritora y activista Cristina Fallarás publica El Evangelio según María Magdalena (Ediciones B). Una novela lírica pero escrita desde el ímpetu y el coraje de quien reinterpreta textos clásicos y considerados sagrados. Un libro revelador, pertinente, por momentos feroz, que da voz a una figura larga e injustamente denostada.
¿Cómo y por qué una novela sobre María Magdalena ahora?
Yo había escrito sobre las figuras de Eva y de la Virgen María cuando empecé a preocuparme por de dónde venía la violencia contra las mujeres. Nuestra sociedad es profundamente profundamente católica, es algo que tenemos cosido. Y tanto la Virgen María como Eva son dos personajes hipersexualizados: una se nos narra como alguien poseído por una especie de furor uterino que le hace ofrecerle una manzana a Adán —es decir tentar sexualmente al macho que no quiere sexo—, lo cual nos echa del paraíso. Y la otra se nos presenta como alguien virgen que, siendo virgen, es capaz de gestar y parir.
Con ellas exploré la herencia de la culpa y del castigo. Esa construcción de una idea de mujer que ha devenido, a lo largo de los siglos, en políticas de control del cuerpo. Pero me quedaba una tercera: la Magdala, la prostituta.
¿Por qué diría que es un personaje más complejo que Eva o la Virgen?
En una religión como la católica, en la que la base de todo está en la resurrección de Cristo, resulta que ella es la única que lo ve resucitar. Me resultó interesantísimo descubrir esto. Y entonces leí sobre los papeles del Mar Muerto y la existencia de un evangelio según María Magdalena, del que se guarda solo un trozo de papel. Aunque eso ya nos dice que era una mujer culta y de familia bien. Así que me metí de lleno en esta mujer para desexualizarla y construir un referente que fuera económico.
Lo que hice fue coger un relato canónico, en este caso el Evangelio de Marcos, y lo reescribí desde un punto de vista femenino, quitando la épica y la magia de los milagros. La conversión de Leví, la multiplicación de los panes y los peces, la curación de la hemorroísa, la entrada en Jerusalén… cogí todo aquello y me di cuenta de que si le quitas eso de repente se te queda un relato no sólo creíble, sino cotidiano y doméstico. De repente la mujer ahí no juega un papel sexual o sexualizado como Eva o la Virgen María, sino económico y ligado a los cuidados.
Si al evangelio le quitas la magia y la épica masculina de repente se te queda un relato no sólo creíble, sino cotidiano y doméstico
Ha mencionado que María, en el Evangelio de Marcos, fue la única que le vio resucitar, pero en su novela la Magdala acusa a todos los apóstoles de decir que Jesús resucitó cuando en realidad no lo hizo. Murió en la cruz y fin. ¿Tanto cambia la historia si no la cuentan los hombres?
Es que en realidad eso es una construcción narrativa de Pablo de Tarso. Si lees los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, que son los canónicos, en ningún momento dicen que María Magdalena fuese prostituta. En todo momento hablan de Jesús, del Nazareno, como alguien que maneja los alimentos, que trata con pobres y con mujeres, que era algo impensable en aquella época. Es un personaje que dice que es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja, que un rico en el reino de los cielos. Jesús es un personaje que roza el comunismo simple.
Pero luego llega Pablo de Tarso con lo que llamamos las epístolas —epístola a los corintios, a los tesalonicenses etcétera— y maneja otras ideas en las que aparece que la mujer debe ser sumisa, que no debe usar afeites, que debe obedecer al hombre, que «ay de la mujer que salga al espacio público».
Pablo de Tarso, además, insiste constantemente en que la resurrección lleva a la otra vida. Es decir: jódete aquí, aquí no protestes, aquí sé pobre y triste, porque los pobres tendrán una vida mejor después de la muerte. El suyo resulta un relato fundacional que luego retomarán en lo filosófico Santo Tomás y San Agustín. Ambos hablan de la mujer como un animal que es un error de parto, porque teniendo que haber nacido hombre —que es lo correcto—, nace hembra.
Hay un momento en su novela en el que María dice que no conoce el pudor debido a la cantidad de cuerpos de todo tipo, desfigurados y maltratados, que han pasado por delante de sus ojos. Sin embargo, la Iglesia nos ha educado en ese pudor, en ese recato. ¿Por qué cree que ha ocurrido esto?
A vosotros no, por eso existen las manadas o las casas de putas. A vosotros, a los hombres, no se os ha educado en el pudor. Un hombre va a lugares a follar junto a otros hombres. Un hombre es capaz de violar en grupo. Acuérdate de la condena a los Hell Angels, de donde proviene el término ‘gangbang’: una gente tan fascista y ultraconservadora como los Hell Angels no tiene problema en sacarse la polla unos delante de otros. El pudor masculino no existe en este sentido. Existe si quieres un pudor para con los cuerpos no normativos. Pero las manadas ponen de manifiesto esa falta de pudor masculino y viene de lejos: tenemos textos sobre violaciones en grupo a niñas desde la Antigua Grecia.
El pudor se le impone a las mujeres desde siempre. Por suerte ahora veo que el pudor, gracias al feminismo, se está perdiendo en muchas mujeres muy jóvenes. Mujeres que se quedan en tetas para protestar. Mujeres que no les importa si tienen las tetas grandes o caídas, la tripa gorda, el culo con grasa o lo que llaman pistoleras. Antes, para mostrarte, tenías que parecer Claudia Schiffer. Si no, no podías mostrar tu cuerpo debido ese pudor heredado.
A los hombres no se os ha educado en el pudor: por eso existen las manadas
En importantes pasajes del libro María y las enfermeras que viven con ella…
Doctoras. Son doctoras, no enfermeras.
Cierto, perdón. Esas doctoras que habitan la casa de María dedican su vida a curar y tratar a personas que vienen recibiendo maltratos por parte de hombres que procesan la fe. ¿Hasta qué punto la Iglesia ha justificado la violencia contra la mujer?
Antes que nada: es significativo que hayas dicho ‘enfermeras’. Y no eres el primero que lo hace. Es como que los hombres automáticamente pensáis que no son doctoras, que son enfermeras. Es curioso. Y sobre la pregunta: sí, por supuesto. La Iglesia ha construido la narración que justifica esa violencia. Las muchachas y las niñas que llegan a las puertas de la casa de María Magdalena en la novela, llegan reventadas por sus padres, sus abuelos o sus maridos. De hecho, cuando se refieren a las vírgenes en realidad hablan de que no han tenido la primera regla. Estamos hablando de auténticas niñas a las que sus maridos empezaban a follar cuando les bajaba la primera regla, a los once o doce años. Sus cuerpos no estaban preparados para engendrar. Las niñas morían preñadas: el feto al octavo mes les reventaba el útero y morían.
Hablando de esa muerte: El Evangelio según María Magdalena da voz a mujeres que sufren violencias de todo tipo. Y usted lo narra con crudeza, con una presencia de la sangre y del dolor muy importante. ¿Cómo y por qué utilizar esa voz, ese registro realista y crudo?
Yo soy muy bestia escribiendo, muy de sangre y de dolor. Y sin embargo, fíjate, que creo que esta es mi novela más dulce. De tan literaria, puedo contar cosas muy bestias que parecen suaves. Esa apariencia es por el lenguaje utilizado, porque yo quería sembrar la historia de sangre.
Me sorprende mucho cómo todo el relato que tenemos sobre la sangre tiene que ver con los hombres. Casi toda nuestra formación narrativa y ficcional tiene que ver con guerras, batallas, victorias, asesinatos. Desde la Odisea hasta la última peli de Tarantino. Pero esa sangre está permitida porque es sangre de macho. Se permite y se celebra porque está ligada a la victoria.
Todo el relato que tenemos sobre la sangre tiene que ver con los hombres. La sangre de las mujeres nos da asco.
Y sin embargo no se permite narrar la sangre de quien tiene la regla todos los meses.
¡Exactamente! A pesar de que esa sangre que está ligada, precisamente, a la vida. La sangre ligada a la muerte y la destrucción, esa sí. La sangre que significa la vida, la regla, el parto, esa nos da asco. Por eso me interesaba plasmar el mundo de las doctoras, esa otra realidad de las mujeres que vio María Magdalena.
Recientemente se ha reeditado Introducción a Teresa de Jesús, Cristina Morales, que aborda una reinterpretación moderna del asunto católico. ¿Cree que existe un renovado interés por este tema en nuestras letras?
Es inevitable. La proliferación y popularización del feminismo hace inevitable una revisión de todo. Cuando relatamos las mujeres, la cosa es muy distinta. Y ya te digo que saldrán más libros sobre esto porque si hablamos de lo que somos, es impepinable que tenemos que hablar de la religión y de la Iglesia Católica. Nuestra construcción como sociedad está ahí. Si afrontamos aquello que tenemos que reconstruir o revisar, debemos hacerlo también sobre lo sagrado.