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Cristianismo y populismo

A causa de la campaña electoral del 26 J he retrasado mucho una respuesta a Juan Manuel de Prada que tenía pendiente. No es sólo por responderle que comienzo ahora esta serie de artículos, sino porque considero que hay algunos temas implicados que son importantes por sí mismos. Porque, en efecto, los tres artículos que este pensador ha dedicado a mi libro En defensa del populismo me parecen muy interesantes. No puedo decir que no me sienta comprendido, todo lo contrario. De hecho, creo que De Prada da en el clavo en los puntos claves de mi argumentación y creo que tendría razón con su refutación si algunas cosas fueran como él dice. Lo que pasa es que no lo son.

Empecemos por lo más grave de lo que me objeta Juan Manuel de Prada. Según él, lo que yo llamo “victorias de la razón” vinculadas a la Ilustración son, en realidad, “la premisa que los padres del capitalismo exigían para que sus postulados pudieran imponerse, pues sabían que para poder pagar salarios de miseria era preciso reducir antes drásticamente la prole de los obreros”. El divorcio, los anticonceptivos, la promoción de la homosexualidad y demás “victorias” de la razón ilustrada han sido, en realidad, nos dice de Prada, una necesidad estructural del salvajismo capitalista, que ha destruido “los vínculos de arraigo con la tierra y la familia” para exaltar el “voluntarismo individualista”. Me resulta difícil responder en pocas líneas a semejante afirmación, pues ocurre que absolutamente todo lo que he escrito en mi vida -empezando por la lectura de Marx que ensayamos Luis Alegre y yo en El orden de El Capital– se centra, precisamente, en mostrar que de ninguna manera es así. Nuestra tesis iba dirigida, sobre todo, a “rescatar a Marx del marxismo” o al menos de cierto marxismo muy extendido históricamente. Se trata del marxismo que consideró que Ilustración y Capitalismo eran dos caras de la misma moneda y que, por tanto, todas las conquistas del derecho eran una especie de “superestructura” de la realidad económica capitalista, destinada, por tanto, a ser superada por el curso de la historia. No hay mejor forma de constatar la mucha razón que teníamos (contra el marxismo) que ver lo cómodo que se siente Juan Manuel de Prada identificando las conquistas de la Ilustración con las exigencias económicas del capitalismo. Ahora bien, lo siento por él, pero esos marxistas tan funcionales para su crítica, no son los únicos que existen. Algunos llevamos toda la vida combatiéndolos y, además, hemos intentado demostrar en un libro bastante gordo que el mismísimo Marx lo habría hecho también.

Juan Manuel de Prada no puede venir a iluminarme sobre el carácter destructivo de las relaciones humanas que ha supuesto el capitalismo. Cuando Marx declara que “todo lo sólido se ha disuelto en el aire” era ya perfectamente consciente de ello. En mi libro El naufragio del hombre, junto con Santiago Alba Rico, he defendido la tesis de que el capitalismo no sólo ha dañado la consistencia humana que podríamos llamar “católica” sino que, de hecho, ha herido de muerte algunos resortes antropológicos mucho más ancestrales y originarios, haciendo que el ser humano regrese a una situación que podríamos calificar de preneolítica. Nunca habíamos asistido a una devastación antropológica semejante. Cuando hace seis años nacieron mis hijos mellizos, contraté a una niñera latinoamericana que había dejado a una niña de la misma edad y a un bebé recién nacido al cuidado de su suegra, al otro lado del Atlántico. Había traído a España a una hija de dos años que, en un descuido, se le había ahogado en la piscina del chalet en el que trabajaba de asistenta. Mientras tanto, su pareja, con la que no estaba casada, había sido expulsada del país porque casi la había matado de una paliza. Desde luego, tendría que estar loco para pensar que semejante  “vida familiar” es una gran conquista de la razón ilustrada. Pero tendría que estar tonto de remate para diagnosticar que la causa de todo ello reside en el abandono de los valores cristianos, la “promoción” de la homosexualidad, los anticonceptivos o el derecho al aborto.

Hay una cosa en la que Juan Manuel de Prada y yo (nadie lo cuenta mejor que Chesterton) estamos completamente de acuerdo: el capitalismo es el sistema económico más devastador antropológicamente que haya existido jamás y, por ende, el sistema más profundamente anticatólico. La crematística (tan temida por Aristóteles) ya sacó de quicio a Jesús de Nazaret en un famoso episodio de los evangelios. Precisamente por eso, algunos católicos han sacado conclusiones que (como  he intentado mostrar en el capítulo sobre “Razón y Cristianismo”) son en ocasiones más agudas y más comprometidamente anticapitalistas que las de muchos marxistas. La alianza entre Podemos y el cristianismo que por mi parte no he cesado de alentar no  esconde el propósito (como denuncia De Prada) de utilizar el catolicismo como un “tonto útil”. Tontos somos todos. He intentado explicar largamente que no hay ningún motivo para pensar en alguna suerte de superioridad moral o intelectual del ateísmo. Unos creen en palomas que copulan con vírgenes (por citar la frase que tanto me reprocha De Prada), otro dicen ser ateos, pero son del Real Madrid, se consideran Piscis y se hacen leer las cartas del tarot. Y otros, se pasan de listos creyendo estar por encima de todo eso y no paran de masturbarse frente a su retrato en el espejo. El ser humano es pedante, estúpido, neurótico, narcisista y supersticioso sin remedio. Es lo que hay. Pero puestos a hablar de “tontos útiles”, la verdad es que la postura de De Prada sorprende. Actualmente, el catolicismo es, ante todo (y pese a la encomiable resistencia del Papa Francisco y de muchos cristianos de base cercanos a la teología de la liberación), el “tonto útil” de la revolución mundial neoliberal (como en otros tiempos  lo fue de la dictadura franquista).  Con este escenario en juego, es bastante miope ir a fijarse, precisamente, en el “pacto entre tontos” que se le propone desde Podemos. La Iglesia, de vez en cuando, podía optar por hacer el tonto contra la mafia neoliberal responsable de la actual revolución de los ricos contra los pobres que está asolando el planeta. El Papa Francisco ha tenido algunas iniciativas esperanzadoras. Pero no parecen del gusto de Juan Manuel de Prada.

En posteriores entregas, abordaré otros aspectos interesantes de los artículos de Juan Manuel de Prada, como el asunto de la abolición de la esclavitud (supuesta invención del catolicismo) o el manido tema de la “chamusquina venezolana”.

(*) Carlos Fernández Liria. Profesor de Filosofía en la UCM.
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