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Corpus de sangre (y toros) en Palma de Mallorca

Pero hay algo que pareció olvidarse a los tertulianos y no es otro que la predisposición de nuestro alcalde a participar activamente en todo tipo de festejos religiosos de la fe católica.

Hará cosa de un mes que me disponía a dar buena cuenta de un bocadillo en un bar terraza que suelo frecuentar cuando de pronto empecé a interesarme por la conversación de mis vecinos de la mesa de al lado. Se trataba de un grupo de cuatro hombres, de mediana edad, y que parecían responder a lo que se podría denominar el prototipo social de clase media, igual que el barrio donde me encontraba.

Los comensales departían amigablemente sobre sus opciones políticas en previsión de las futuras elecciones municipales que se celebrarán en nuestra ciudad en mayo de 2015. El argumento era, básicamente, de qué forma podían apoyar al candidato de la derecha y que muy previsiblemente sea el actual alcalde de Palma, Mateo Isern, el cual gobierna la ciudad gracias a la mayoría absoluta conseguida por el Partido Popular en las pasadas elecciones de 2011. Algunos sostenían que votarían en blanco; la candidatura no acababa de convencerles lo suficiente como para avalarla con su voto. Sin embargo, uno de ellos, el más locuaz y políticamente posicionado del grupo, defendía a capa y espada el necesario voto para el candidato del PP con los siguientes argumentos que, una vez hubieron salido de su boca, se convirtieron en irrebatibles por el resto de miembros de su cuadrilla: “Tenemos que votar al Isern éste; es todo un señor, habla castellano y encima le gustan los toros. ¡¿Qué más queréis, coño?!”

Si procedemos a desmenuzar mínimamente el argumento esgrimido por el líder político de la improvisada tertulia podremos identificar perfectamente las líneas básicas en las que se mueve nuestro actual alcalde y que lo hacen agradable a ojos de este opinador y de la mayoría de votantes palmesanos, a juzgar por los resultados electorales. Abogado de profesión, Isern desciende de una conocida estirpe de rancio abolengo que incluye notarios e importantes terratenientes en la “part forana” de Mallorca. A todo esto hay que añadir que nuestro alcalde ejercía como abogado en un conocido bufete especializado en desahucios hipotecarios, justo antes de acceder al principal sillón del Ayuntamiento. Hasta aquí, por tanto, el argumento de ser “todo un señor”, queda más que demostrado o, al menos, ilustrado.

Ante la afirmación de que “habla castellano”, debemos dirigir nuestra mirada a la nueva política ejercida por el Partido Popular en nuestra comunidad autónoma consistente en desmantelar el preciado equilibrio que manteníamos hasta el momento en el uso de nuestras lenguas oficiales, a saber, catalán y castellano. Desde su nombramiento, el pasado julio de 2011, el gobierno autonómico de José Ramón Bauzá, también del PP, no ha cesado ni un minuto de su tiempo y energías en promulgar todo tipo de iniciativas para restringir el uso y defensa del catalán y lograr así su erradicación de la vida pública, tal y como aparece, por ejemplo, en su singular normativa que no exige el conocimiento de esta lengua para acceder a la mayoría de puestos de función pública autonómica. Recordemos, además,  que dicha ley ha sido adaptada casi al pie de la letra por el edil palmesano en el propio ordenamiento municipal.

Finalmente, la afición por los toros de nuestro alcalde es archiconocida, sobre todo porque en el 2013 derrumbó, con la solidez que le proporcionan los votos de su grupo municipal, la propuesta presentada por MES, partido de la oposición, donde se planteaba la declaración anti taurina de la ciudad y la reprobación de cualquier iniciativa tendente a convertir las corridas de toros en Bien de Interés Cultural.

Hasta aquí, el saldo a favor del señor Isern, y a ojos de mi vecino de mesa, le da como claro ganador: dos orejas y rabo, como dirían los habituados a la jerga taurina, al constatarse sus cualidades de “señorial”, “hispanista” y taurino.

Pero hay algo que pareció olvidarse a los tertulianos y no es otro que la predisposición de nuestro alcalde a participar activamente en todo tipo de festejos religiosos de la fe católica. El pasado domingo 22 de junio, sin ir más lejos, nuestro “señor” Isern volvió a servir a sus conciudadanos el indigesto plato de la tradición, mezclada con la religiosidad popular, la fe cristiana, la política y el ejercicio de un cargo público. El día elegido: la festividad del Corpus Christi que en Palma se celebra con una tradicional y vistosa procesión que recorre las calles del casco antiguo causando gran asombro y fascinación de todos los presentes, independientemente de su credo.

Como cada año desde que recuperó el poder después de una legislatura encabezada por una coalición de izquierdas, Isern, actuando de maestro de ceremonias y acompañado o delegando su papel en sus fieles concejales que desempeñan el papel de sacristanes de este particular “oficio pseudo-divino”, se posicionan en el balcón de la fachada principal de nuestro ayuntamiento y arrían las banderas que cuelgan de él hasta casi tocar el suelo, en señal de respeto,  justo en el momento que pasa la custodia gótica portada por los fieles.

El acto en sí, el de la procesión, no debería tener mayor trascendencia que la que le corresponde: una manifestación religiosa y símbolo vivo del mantenimiento de una tradición que ancla sus raíces en el esplendor barroco post-tridentino que tuvo una especial incidencia en el occidente cristiano. Sin embargo, la irrupción del protagonismo del alcalde vinculando los símbolos europeos, estatales, autonómicos y municipales a un credo determinado, enturbian enormemente dicha acción y acaban convirtiéndola casi en un acto donde se combinan la exaltación eucarística, propia de la festividad y que ocupa exclusivamente a los fieles participantes en la procesión, con un culto personal al mismo alcalde y su equipo de gobierno que son vitoreados discretamente por los asistentes que se agolpan en la plaza de Cort para verles ejecutar su particular y trasnochado ritual.

Opino que nuestro alcalde, y cualquier otro miembro de la corporación municipal (incluso el Consell Insular de Mallorca que, con sede en el vecino edificio del Palau del Consell, también se prodiga en esta praxis), deberían guardarse mucho de participar de esta manera en dichos actos. De su acción se concluye únicamente que ignoran deliberadamente la separación de la Iglesia con el Estado, establecida en nuestra Constitución, y que últimamente está siendo esgrimida hasta la saciedad como  tabla de salvación para muchos que quieren perpetuar, desde su propio inmovilismo ideológico, determinadas instituciones.

Ignoran además, Isern, sus ayudantes y sus réplicas en otros ámbitos institucionales, las propias normas promulgadas al alimón del aparato normativo represivo construido contra las protestas en los centros educativos a partir de los recortes en la lengua catalana y que condujeron a la aprobación de la controvertida Ley de Símbolos, todo un despropósito legislativo, que regula y “protege” a nuestros símbolos autonómicos de cualquier mezcolanza con ideologías, reivindicaciones e incluso símbolos de otras comunidades autónomas. Está claro que, según el parecer de nuestro Partido Popular, en su versión balear, los símbolos y bienes de nuestra comunidad autónoma no pueden ser mezclados con otros emblemas, no sea que se desvirtúe su significado en aras de un supuesto “pancatalanismo” (neologismo de moda en la isla que está causando gran sensación entre los opinadores y tertulianos “neocon” demás de entre todos aquellos que últimamente cuestionan la unidad de la lengua catalana) o que se limite la “libertad” de los ciudadanos. En cambio, sí se observa una lamentable carta blanca a la hora de rendirlos incondicionalmente a cualquier boato religioso. Aquí ni se hieren sensibilidades, ni inteligencias ni libertades. Cosas de nuestro “señor” alcalde, torero, españolito y, para más “inri”, beato.

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