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Conmovedor relato de monja de Schönstatt abusada en Chile por el cura fundador José Kentenich en proceso de beatificación

El fundador envió a una jovencísima Sor Giorgia, o Giorgina como se llamó a partir de 1962, a Chile para difundir su obra, lo que hizo con gran éxito. Pero, después de la Segunda Guerra Mundial, en 1947, el padre Kentenich visitó Chile, abusó de ella y la cesó como superiora provincial”, dice la historiadora Alexandra von Teuffenbach en carta al vaticanista Sandro Magister. La impactante información fue publicada esta semana en Europa.

Se publicó esta semana en Alemania el primero de dos volúmenes que la historiadora de la Iglesia, Alexandra von Teuffenbach, dedica a los abusos de poder y sexuales que el fundador del movimiento apostólico de Schönstatt, Josef Kentenich (1885-1968), y del que todavía está en curso la causa de beatificación, perpetró hace décadas contra muchas de sus religiosas.

Así lo informa en su columna el experto vaticanista Sandro Magister, de la revista semanal italiana L’ Espresso

Este primer volumen reconstruye los hechos vividos por algunas religiosas, y una en particular, de gran relevancia, todas ellas víctimas del fundador Kentenich. Alexandra von Teuffenbach lo resume a grandes rasgos en la carta que se reproduce al final de esta nota.

El segundo volumen, al contrario – rico de documentos inéditos que la autora ha descubierto en los archivos de la congregación vaticana para la doctrina de la fe, abiertos recientemente a la consulta de los estudiosos –, tratará más específicamente de la visita apostólica que, en 1951 y por mandato de la Santa Sede, llevó a cabo el jesuita Sebastiaan Tromp (1889-1975) a Schönstatt , y que terminó con el alejamiento de Kentenich.

La carta que la historiadora Alexandra von Teuffenbach escribió a Sandro Magister, dice lo siguiente:

Estimadísimo señor Magister:

El pasado 2 de julio usted acogió en Settimo Cielo (el blog de Magister) la carta con la que demostraba que el padre Josef Kentenich (1885-1968), fundador del movimiento de Schönstatt y de las religiosas marianas, había abusado de varias maneras de sus religiosas. Ahora he publicado en Alemania el primero de dos libros sobre este tema, que trata principalmente de la vida de sor Giorgia Wagner (1905-1987). El segundo libro abordará, en cambio, la visita apostólica enviada en 1951 a Schönstatt por la Santa Sede.

El fundador envió a una jovencísima Sor Giorgia, o Giorgina como se llamó a partir de 1962, a Chile para difundir su obra, lo que hizo con gran éxito. Pero, después de la Segunda Guerra Mundial, en 1947, el padre Kentenich visitó Chile, abusó de ella y la cesó como superiora provincial.

Muchos meses después, en una carta desgarradora, sor Giorgia describió a la superiora general, más que el abuso, los efectos que este habían tenido en ella. Le relató que había intentado oponerse a los abusos del padre Kentenich, que le decía: “¡El ‘Vater’ puede hacerlo!” (en alemán, para indicar a un religioso se utiliza la palabra “Pater”, pero Kentenich se hacía llamar “Vater”, como un padre de familia). Este es también el título del libro: “Vater darf das!”. Y a continuación algunos pasajes de esa larga carta, que pueden hacer comprender la profunda herida de esa mujer:

“Estimada sor Anna, […] en mi carta [precedente] te he expresado mi angustia interior, […] pero no me he atrevido a decir nada porque quería proteger la persona del padre Kentenich. […] Pero no he podido mantener todo dentro de mí y se lo he contado a nuestro padre confesor, en confesión. No sabía cuáles podrían ser las consecuencias; sin embargo, ahora estoy contenta de haberlo hecho porque sé que mis sentimientos no eran equivocados. El rechazo y el miedo al padre Kentenich han aumentado dentro de mí […] y me he dado cuenta de que todos somos esclavos respecto a él y que nadie es completamente libre con él. Algunas hermanas me han hecho comentarios respecto a cuando estamos con el padre Kentenich y cuando estamos totalmente bajo su magia y su poder. ¿Por qué nos trata así? […] ¿Por qué predica la virginidad más hermosa, tanto espiritual como física, y se permite hacer todo con nosotras?

“Estimada sor Anna, […] nos está permitido hablar con él estando solo de rodillas. Nos agarra ambas manos y nos atrae hacia él. Lo ha hecho en reiteradas ocasiones conmigo. Así tocamos su cuerpo. Cuando lo hizo la primera vez, cuando nos saludamos, cuando estaba sola con él, me preocupaba, pero no me atreví a decirle nada enseguida. Pero cuando estuve de nuevo con él, le pregunté si eso no era contrario a nuestro espíritu de castidad. Me tranquilizó diciendo: el ‘Vater’ puede hacerlo. Y así se fue repitiendo y cada visita, cada encuentro con él pasaba lo mismo, y mi angustia interior crecía cada vez más.[…] Estimada sor Anna, puedo decirte con la mayor sinceridad que nunca en esto he hecho nada de qué acusarme, pero ahora dudo de la pureza de todos. ¿Es porque el padre Kentenich es también un hombre? ¿O todo en él es sobrenatural? ¿O cómo debería comprenderlo? […]

“Me decía que si quería aprender a depender totalmente de él a nivel espiritual, debía ejercitarme preguntándole todo lo que debía hacer. Por ejemplo, si tenía que cambiarme la ropa interior, o ir al baño, o cambiarme la compresa. Sor Anna […] ya no reconozco al padre. ¿Por qué lo hace? Si pudiera conseguir contarte lo que sentía dentro cuando él me atraía a sí de ese modo. Y después, cuando me había causado el mayor sufrimiento, decía: Vale, ahora puedes darle a padre un abrazo espiritual, hazlo… Su rostro estaba radiante precisamente en ese momento en el que me había convertido en alguien totalmente impotente y pequeño. […] He sufrido muchísimo en el último año. Si no hubiera tenido fe, me habría desesperado o habría enloquecido”.

Cuando supo de la carta, el padre Kentenich no negó nada, pero definió en público a sor Giorgia como una “poseída” y la intimó a retratarse. Seguidamente, la definió como una enferma de gota, de tiroides, de “menopausia”. La última acusación que le dirigió es que era una enferma psiquiátrica. Sucesivamente, sobre todo por obra de otros religiosos palotinos cercanos a Kentenich, se procedió a la criminalización de esta mujer y de su confesor (que le había sugerido escribir a Roma) insinuando la existencia de una relación no lícita entre ellos.

Sor Giorgia soportó la vida en esa comunidad durante otros trece años y como todas las que se oponían a los abusos del padre Kentenich, la aislaban. El obispo de Treviri de la época habló más tarde de un verdadero martirio para estas religiosas.

En 1962, junto a otras tres hermanas y con la bendición del obispo de Treviri, partió para Bolivia. Esta religiosa que el padre Kentenich y sus  hermanos habían definido como una enferma, una poseída y a la que habían criminalizado, murió en 1987 en Sucre, dejando una orden religiosa floreciente fundada por ella, además de una policlínica, un hospital dermatológico y una escuela. El luto de la Iglesia local, del arzobispo y cardenal José Klement Maurer (1900-1990) y de toda la población fue enorme y un testimonio elocuente de la fuerza y valentía de esta mujer, que había conseguido superar todas las dificultades permaneciendo firme en la fe cristiana, en su elección vocacional y en la esperanza en Dios. Pocos meses antes de su muerte, sor Giorgina Wagner escribió: “Dios, el amor infinito, nos guía y nos sostiene. A este Amor debemos entregarnos todas y hacer nosotras lo que podamos. Así no deberemos temer nada”.

Además del resumen de la vida de esta religiosa, el libro contiene testimonios jurados enviados a la diócesis de Treviri entre 1975 y 1990 y las cartas de numerosas religiosas que describen abusos físicos y sexuales, pero sobre todo psíquicos y espirituales. Entre estas está el testimonio de sor Gregoria, en una nota manuscrita escrito en tercera persona, porque la religiosa, treinta años después, sigue sin superar lo que le sucedió. La hermana de comunidad sor Mariosa, que acogió su confesión, como también un profesor de la universidad de Vallendar, confirman su autenticidad:

“La religiosa había pecado y se lo comunicó al padre Kentenich como confesor suyo. Por ello debió arrodillarse ante él y pedirle un castigo. Él pretendió que se tumbase sobre la silla, para poder pegarle. Primero le pidió repetidamente si se quería quitar las bragas. Con una gran angustia interior, la religiosa se tumbó sobre la silla. Cuando se le permitió levantarse, el padre Kentenich repitió de nuevo lo mismo. La religiosa tuvo que ponerle en la mano una regla que estaba sobre el escritorio, porque parecía que quería pegarle con ella. Dado que la religiosa seguidamente escribió al padre Kentenich negándose a esta forma de castigo, sucesivamente, en varias ocasiones, se tuvo que poner de nuevo sobre la silla delante del padre Kentenich”.

Sor Mariosa añadió a este testimonio:

“Cuando la religiosa en cuestión se dirigió con su angustia a la cofundadora y superiora general de esa época, sor Anna, […] recibió esta respuesta: ‘Gregoria, en el armario hay montones de cartas de religiosas sobre este tema’”.

La propia sor Mariosa fue objeto de lo que fácilmente puede considerarse un abuso psíquico:

“Cuando [el padre Kentenich] comprendió cuanto quería a mi padre biológico y lo importante que este era para mí, me ordenó ponerme bajo la mesa, de rodillas ante él. Tenía que mirarle y decirle: ‘Padre, padre mío’. Cuando se dio cuenta de lo difícil que era para mí y mientras aún estaba bajo la mesa, me destruyó moralmente: me insultó diciéndome lo sucia y depravada que yo era, que merecía ser pegada, que era una Eva horrible, que deberían encerrarme, y muchas otras cosas que ahora, treinta años después, no recuerdo con exactitud”.

“Con un corazón tan herido y sangrante pretendió el examen de filiación. Me preguntó: ’¿A quién pertenece la hija?’. Mi respuesta fue: ‘A Dios’. Entonces dijo, de manera tan violenta que tuve miedo: ’¡Al padre!’. Tuve que repetirlo. De nuevo me preguntó: ’¿Qué puede hacer el padre con la hija?’. Yo estaba tan destrozada psíquicamente que no supe responder. Él mismo dio la respuesta, que yo tuve que repetir: ’Todo lo que el padre quiere’. Después corrí hacia el bosque que había detrás de la casa de ejercicios y me escondí entre los espinos, me sentía mala y podrida. No soportaba ver a ningún otro ser humano”.

Otra religiosa escribió:

“Participé a menudo en las conferencias dominicales que daba el padre Kentenich y también en sus conferencias en los retiros anuales. A menudo me sentía decepcionada. El padre Kentenich a menudo humillaba a algunas de las hermanas durante sus conferencias. No me imaginaba que se podía hacer algo así. En una conferencia dijo algo así: ’El padre (refiriéndose a sí mismo) ha herido a la hija. Su corazón sangra. Pero el padre puede hacerlo. El padre es todo. La hija no es nada. El padre es, para la hija, Dios. El padre sabe todo. El padre puede y debe saber todo. Cuidado con esconderle algo al padre. Desde la puerta del cielo la hace dar marcha atrás’. Ha hablado a menudo así en público, o de manera similar.

Dos hermanas, ambas religiosas, narraron por escrito su experiencia:

“Una de nosotras vivió esto: tenía que arrodillarse ante él y tenía que llamarlo ‘padre’. Cuando dudó y él repitió lo que quería, ella siguió sin responder porque se sentía contraria a sus sentimientos, por lo que le dio codazos hasta que ella –aunque reacia– hizo lo que él le había ordenado. La otra tuvo una experiencia distinta: le dijo que se arrodillara ante él, que estaba sentado en una silla, y que pusiera el rostro sobre su regazo”.

La mayor parte de la documentación incluida en el libro está constituida por testimonios jurados enviados a Treviri para la causa de beatificación del padre Kentenich, aún en curso.

Es absurdo que la diócesis de Treviri, con su obispo actual Stephan Ackermann –responsable también para los cargos de abusos sexuales por cuenta de la Conferencia Episcopal Alemana–, no ponga fin a la intención del movimiento de Schönstatt de llevar a los honores de los altares y, por tanto, como modelo de santidad que todo cristiano debería imitar, a un hombre como el padre Kentenich.

Alexandra von Teuffenbach

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