Muchos de nosotros, a poco que hayamos asistido a las misas obligadas en nuestra infancia, por más que nos esforzáramos en querer entender las arengas dominicales a las que estábamos obligados, no entendíamos nada de nada. Al menos yo lo intenté con verdadero interés; porque era algo que tanto dirigía e impregnaba nuestras vidas que yo necesitaba entenderlo bien. Pero era inútil. No conseguía entender nada. En algún momento decidí que tenía que esperar a ser mayor para entender lo que me parecía entonces inentendible.
Pues bien, llegué a ser mayor y todas esas argumentaciones religiosas me parecieron mucho más incomprensibles aún. Y no es que me falten entendederas; humildemente creo que ése no es el caso, sino que, en realidad, los mensajes religiosos carecen de lógica porque están construidos en la fábula, el mito y el dogma, es decir, en la irracionalidad y la falsedad más perentorias. No es que lo diga yo, es que la ciencia y sus grandes hombres llevan muchos siglos mostrando y demostrando que las historias que cuentan las religiones son pura ficción.
Y, de tal manera, llegué a entender finalmente que la teología y la religión, alrededor de las cuales, lo queramos o no, en el fondo giran nuestras vidas, es pura parafernalia y pura palabrería; percibí muy bien que la teología es el arte de utilizar miles de palabras y de ideas vacías de contenido para, en realidad, no decir nada y dar la impresión de que lo dicen todo.
La incompatibilidad entre la razón y la ciencia con la religión es un debate clásico que, aunque está absolutamente resuelto, porque la investigación científica y la búsqueda de la verdad son incompatibles siempre con el dogma y la superstición, algunos, con esa oratoria confusa y vacía de contenido de la que hablaba, se empeñan en ensamblarlas, cuando no sólo son conceptos discrepantes, sino conceptos radicalmente opuestos. Ésa es una de las razones por las que algunos ámbitos de las comunidades educativas exigen que la religión no forme parte de la enseñanza reglada: la religión es imposición y creencia ciega, el conocimiento es investigación, pensamiento analítico y verdad demostrada; es decir, ciencia y religión son justamente lo contrario.
Sin embargo, a pesar de esa incompatibilidad, en nuestro país todas las universidades están muy lejos de la laicidad, empezando porque todas cuentan con templos y capillas y terminando porque, en síntesis, la Universidad española está sometida en buena parte, como casi todo, a los ámbitos eclesiales. En ese contexto suele ser frecuente la denuncia de cursos, cátedras, conferencias, seminarios de contenido confesional, es decir, de esa injerencia de la irracionalidad religiosa en la Educación universitaria; una injerencia que tendría que ser inaceptable, porque la fe y el dogma no pueden coexistir con la verdad científica ni con el espíritu investigador y crítico, que es lo que la Universidad tendría que promover.
Una de esas denuncias viene ocurriendo desde hace unos meses en la Universidad de Granada, donde se están impartiendo de manera regular unos cursos, denominados DECA (Declaración Eclesiástica de Competencia Académica) que, destinados a los futuros maestros de Primaria y profesores de Secundaria, vulneran de manera irrebatible la aconfesionalidad y la asepsia ideológica a la que tiene que estar obligado cualquier espacio educativo, y mucho más si es universitario.
La asociación UNI laica, una asociación cuyo objetivo es la defensa de una Universidad pública y laica, denunció esta anomalía el pasado enero ante las autoridades docentes correspondientes. Ante esta llamada de atención, la rectora y su equipo contestaron asumiendo plenamente estos cursos y alegando que son “aconfesionales”, tras lo cual la asociación laicista ha emitido un comunicado recientemente en el que deja claro el acientifismo y la irracionalidad que aparecen en esos textos, y la defensa explícita, por ejemplo, que hacen del creacionismo, un verdadero disparate que defiende lo indefendible desde la perspectiva de la razón y de la verdad científica. En ese comunicado UNI laica reproduce literalmente una parte de esos textos redactados por la Conferencia Episcopal que evidencian una visión del mundo vergonzosamente medieval y desmentida con rotundidad por la ciencia desde hace siglos.
Afirmaciones como “la plenitud del ser humano está en la relación con Dios”, “Dios elige a María para que su hijo se haga hombre”, “Explicar que a través del sacramento de la reconciliación Dios concede el perdón” son las que se vierten incesantemente en los programas de la DECA, es decir, dogmas y pensamiento supersticioso que adiestran a los futuros profesores para que adoctrinen en esas ideas llenas de irracionalidad y acientifismo a sus futuros alumnos.
¿Qué futuro nos espera a este país si a estas alturas se utiliza el espacio universitario para adoctrinar en dogmas que llevan siglos sometiendo a los seres humanos y propagando la exclusión, el odio al diferente, el rechazo a los derechos humanos y la irracionalidad más injustificable? Debería existir algún mecanismo de defensa ante estos ataques ideológicos a la integridad académica y científica a la que cualquier universidad está obligada, en España y en el mundo. Para enseñar dogmas, para quien quiera ser adoctrinado, están las iglesias. La misión de los centros educativos es la contraria, es enseñar la verdad, y enseñar a buscarla. Lucho por una Educación que nos enseñe a pensar, y no por una Educación que nos enseñe a obedecer, decía el gran pedagogo Paulo Freyre.