Dos noticias contradictorias se emparejan en los medios de comunicación este 16 de mayo: la detención de un joven de 19 años en Tavernes de la Valldigna (Valencia), acusado de incitar al desprecio a los políticos corruptos por medio de Twitter, y la absolución acordada por la Audiencia Provincial de Madrid del obispo de Alcalá, el inquisidor Juan Antonio Reig Pla, que había sido denunciado por incitar a la discriminación de los homosexuales desde el púlpito de su catedral.
Todos sabemos en el reino de España, excepto su majestad el rey católico nuestro señor, que en este reino de la Tierra la Justicia no es igual para todos, y una vez más lo comprobamos. A un muchacho que utiliza los medios de comunicación actuales para criticar la delincuencia de toda laya, a los que nos están robando a lo largo y ancho del reino con impunidad y alevosía, se le detiene como un criminal, acusado de desprecio a cargos elegidos por los votantes. Sí, pero no fueron elegidos para robar al pueblo, sino para servirle. Los políticos se atreven a decir que tienen vocación de servicio, aunque está más que demostrada su vocación de latrocinio. Da lo mismo: ellos tienen licencia para robar, y nosotros no podemos criticarlos, porque somos vasallos callados.
Y cuando se topa con la Iglesia catolicorromana se entra en otra categoría con otra jurisdicción, pese a asegurar a Constitución monárquica que el reino carece de religión oficial. Eso no es posible porque el jefe del Estado ha heredado el apelativo de rey católico por concesión del inmundo papa Alejandro VI a Isabel y Fernando y sus sucesores el 19 de diciembre de 1496. Si el jefe del Estado es católico, el Estado tiene que serlo. Además, su abuelo y predecesor Alfonso XIII consagró España al corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles el 30 de mayo de 1919.
Precisamente lo primero que hizo Juan Carlos de Borbón al entrar en España para formarse bajo las directrices del dictadorísimo, cuando le llamaban Juanito, años antes de matar a su hermano Alfonso, fue ir a orar ante el esperpéntico monumento del Cerro de los Ángeles. Su primer paso para ser sucesor a título de rey del dictadorísimo.
El obispo trabucaire de Alcalá puede insultar, ofender y denigrar a los homosexuales, además de amenazarlos con las penas eternas del infierno, con absoluta impunidad porque lo hace desde su condición de pastor de los rebaños de ovejas sumisas y estúpidas, al amparo de los acuerdos firmados por el fatídico presidente Adolfo Suárez con el presunto Estado Vaticano. Este digno sucesor del cardenal Segura, expulsado de España por la República debido a sus continuadas amenazas a los que no aceptaban ser ovejas, se permite amenazar desde el púlpito a los que denomina “hombres nocturnos”, con el significado al parecer de homosexuales. Y no se le puede llamar sinvergüenza canalla protector de los curas pederastas, porque está protegido por las leyes del reino.
El pío ministro del Interior, Jorge Fernández, sectario del Opus Dei, ya ha anunciado más leyes represivas contra la libertad de opinión expresada en las redes sociales. Nos amordazan para que ni siquiera podamos criticar los robos de los políticos y los abusos de los curas y frailes. Y el rebaño, a balar a coro. Nos lo merecemos.
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