Suponga usted que monto un bar al lado de su casa y que no le dejo entrar por ser usted bajito. Probablemente, con toda la razón del mundo, usted se sentirá indignado y discriminado, me denunciará por segregación anticonstitucional, reclamará justicia y, como poco, que me cierren el bar. Suponga usted que alego ante el juez que no le estoy discriminando, porque en el barrio hay otros muchos bares donde sí admiten a bajitos como usted. Usted pensará con razón que le estoy tomando el pelo y seguramente el juez, cuando escuche mis dislates, incluso se reafirmará en la sanción.
Suponga usted, sin embargo, que el juez me da la razón. Más aún, que los gastos de mi bar los está pagando usted y los demás vecinos del barrio de su propio bolsillo. Suponga usted que mi bar es el mejor de la zona, además de estar libre de bajitos, así como de los inmigrantes, los gitanos, los subversivos y los descreídos que habitan en la zona y que tampoco permito entrar en mi bar.
Suponga usted ahora que, en vez de un bar, monto un colegio donde solo se admiten niñas, pero no niños. Y que, como soy muy bueno, monto otro colegio al lado donde solo se admiten niños, pero no niñas. Y que cuando usted me viene a reclamar a qué viene esa segregación, yo le respondo que no hay discriminación alguna, pues en la misma zona hay otros colegios donde estudian chicos y chicas juntos. Y que usted es tan libre de llevar a sus hijos a esos colegios, como yo de montar un colegio exclusivo para chicas o para chicos.
Suponga usted que mis colegios están subvencionados por el bolsillo de todos, incluido el suyo, aunque la Constitución (artículo 14) declare que no cabe en el país “discriminación alguna… por razón de sexo o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”, aunque a Wert y su LOMCE les parecen de perlas estos colegios que segregan. Suponga usted, pues, que desde el poder se decide que, a pesar de todo, mis colegios son financiables con fondos públicos y son respetuosos con la Constitución, la libertad de enseñanza y la igualdad de los ciudadanos.
Así las cosas, podemos preguntarnos qué motivos reales son los que llevan a mantener en España unos centros de enseñanza donde se practica con tanto empeño la segregación por género. Y por muchas vueltas que se le quiera dar al asunto, solo se me ocurre que los fundadores y regidores de tales colegios padecen una psicótica sexofobia. De todos son conocidos el mantenimiento y la ampliación de la subvención pública de algunos colegios (principalmente del Opus Dei) que admiten solo alumnado del mismo sexo. Seguramente suponen que un muchacho sentado en el mismo pupitre con una chica, lejos de concentrarse, rendir académicamente y aprovechar en sus estudios, corre el riesgo de desperdiciar sus energías intelectuales, además de poner en grave peligro su alma. O que una chica, en lugar de hacerse una mujer como Dios manda, puede llegar a ser presa en las redes del diablo. Y que el rendimiento escolar de ambos es superior con segregación.
Hace años, en un folleto editado en un colegio balear perteneciente a la red de centros de enseñanza segregantes, podía leerse que “las mujeres son diferentes de los hombres en su orientación básica hacia la vida”, por lo que “las chicas desarrollan mejor su capacidad de liderazgo y autoconfianza en centros femeninos”, dado que “se ha demostrado que en centros mixtos los chicos entienden mejor a las chicas, pero les pierden el respeto”. Son estas y otras muchas perlas ideológicas similares las que sirven de norte en unos colegios subvencionados con el dinero público que usted y todos pagamos de nuestro bolsillo.
La Constitución Española declara que cada uno es muy libre para casi todo, incluso de padecer los delirios, supersticiones, alienaciones, manías y fobias que desee, pero que de pagárselos los demás, nada de nada, no sea que a alguien se le ocurra montar un bar al lado de su casa y no permita entrar a los bajitos, los feos, los que escriben cosas impertinentes, los raros, los pervertidos, los degenerados, los desviados, los descarriados y, el colmo de los colmos, a los que defienden que a los bares entra todo el mundo o se cierra el bar.