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El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.
En este preciso instante vuelo sobre Lago da Pedra, con destino a la tierra natal de Francis de Marie Arouet, Voltaire, cuya estatua y tumba, dicho sea de paso, pretendo visitar una vez ponga los pies en la tierra. Y si bien la reflexión era previa al viaje que emprendo, el despegue del caballo alado me permitió una segunda instancia para desarrollar esta cuestión.
Hace no más de tres semanas salió electa la nueva primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, ex militante del movimiento neofascista Movimiento
Social Italiano, MSI, y fundadora y actual presidenta del partido Hermanos de Italia, un partido considerado de ultraderecha en dicha nación, pero que no contaba con los votos para salir por sí sola y lo hizo acompañada de los otros partidos del bloque, que podrían ser considerados de centro derecha. En Chile, ocurrió lo mismo con José Antonio Kast, fundador del conglomerado Frente Social Cristiano, quien pese a ser un ultra, fue apoyado, aunque sin la misma suerte que Meloni, por los partidos considerados más moderados. En estos instantes, además, en Brasil el resultado preliminar de la contienda presidencial nuevamente pone a Bolsonaro en la segunda vuelta. Sin necesidad de entrar en el tema político, que además de no ser de mi interés, puede ser solo coincidencia, hay un factor preocupante, en torno al laicismo, que es común en dichas posiciones y candidaturas. No por su nacionalismo, conservadurismo o políticas contra inmigrantes, sino por poner la religión como un elemento central de sus campañas, alguna de las innumerables vertientes cristianas en todos los casos mencionados.
El lema de Bolsonaro contiene la frase “Deus acima de tudo” (Dios sobre todo), el de la recién electa italiana “Dios, patria y familia” y Kast, aun cuando no lo hizo lema, no tuvo reparo en, primero, crear un conglomerado con explícita referencia religiosa para su intento de llegar a la presidencia y, segundo, trató de incentivar una reyerta dentro de los creyentes evangélicos al mezclar la política con la creencia y,
ALEXANDROS MICHAILIDIS / SHUTTERSTOCK.COM
de algún modo, menospreciar, a través de la hiper exaltación de la creencia, la libertad de conciencia consagrada desde 1925 en la Constitución, aunque en realidad, desde 1865 con la promulgación de la Ley Interpretativa del artículo 5° de la Constitución. ¿Por qué un candidato a dirigir los destinos de una nación, tan diversa y variopinta como habitantes tenga, querría menospreciar el valor de la libertad y romper la neutralidad del Estado en materias de creencias o adhesión a las religiones? ¿Qué se esconde en esos intentos de exaltación, y sin dudas división y discriminación innecesarias, de un credo sobre otro? ¿Será posible que nuestra clase política, sin importar su color o bandera, quiera borrar el lento pero seguro caminar del respeto, la tolerancia y libertad que implica el apego a los estándares necesarios de un Estado laico y el laicismo?
Quiero, por mi parte, pensar que es solo un ardid o una jugada política con tal de conservar el núcleo “duro” de los adherentes de los candidatos mencionados que son característicos en los grupos ultra, aunque pudiesen ser de cualquier otro similar. Sin embargo, los réditos no están garantizados y la amplia derrota de Kast en las elecciones pasadas es una muestra de ello. Con la elección de Brasil no hay nada escrito aún y tendremos que esperar hasta el 30 de octubre para enterarnos del desenlace. Lo he reiterado ya innumerables veces y, al parecer, tendré que seguir haciéndolo, pues laicismo y democracia son una especie de primos-hermanos. Cuando uno de los dos falla, el otro sufre las consecuencias. Si bien es para un punto aparte, la situación de la joven iraní Mahsa Amini, asesinada por la Policía de la Moral Gasht-e Ershad de dicho país por no llevar el hiyab, prenda obligatoria en los adherentes de la variante musulmana chiíta, es un ejemplo, macabro e inequívoco, pero ejemplo al fin y al cabo de lo desastroso de un Estado teocrático, en este caso islámico. Volviendo a los Estados democráticos y laicos, como es en teoría la república de Italia, fuimos testigos de cómo ese encono religioso, que creíamos olvidado, pero que aún existe en esos núcleos, puede aflorar sin mayor esfuerzo. Me recuerda, de hecho, el experimento del académico Ron Jones del año 1967, cuyo trabajo inspiró la película Die Welle (La Ola), donde en corto tiempo, un profesor logra involucrar a alumnos de su escuela en una secta de corte nazi, con hechos tangenciales a la delincuencia, y donde ese deseo de pertenencia tan propio de nosotros, la raza humana, cuando prescinde del equilibrio puede alcanzar niveles de peligrosidad inéditos y generar crisis difíciles de atenuar en el corto plazo. Una de las promesas de Meloni durante su campaña fue, textualmente, atacar a la creencia islámica, -”sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islamista”- involucrando de lleno al órgano ejecutivo más importante de dicho país en una odiosidad innecesaria, que pudo haber tenido consecuencias nefastas. No es violenta en sí misma esa frase. De uno u otro modo, cae en lo que ella misma llama violencia islamista, que es tan real, en sectores de esa creencia con el mismo nivel de dogmatismo como la de esa frase.
Una candidatura política debería estar centrada en los aspectos importantes para la totalidad de los habitantes de un país. La economía, el proyecto de sociedad, grandes temas en torno al progreso, el desarrollo de sus habitantes, visiones políticas, etc. ¿Qué relación tiene si eres de la religión A, la P, Q o la
Z o si, legítimamente, no adhieres a alguna de ellas?
Ninguna. Nada hay que tenga conexión directa o efectiva con el destino de un país, en el sentido positivo, el tener que involucrar ese tema, de carácter tan, pero tan personal, que en la realidad misma es factible comprobar que incluso dentro de un puñado de seguidores de una misma corriente religiosa, es posible ver que disienten o interpretan diferente su misma creencia. La diferencia, y el respeto a ella, es parte de nuestra cultura como raza.
La raza humana, refrendada de algún modo por la ley de la evolución de Darwin, que dicho sea de paso cumple 163 años, no es más que el resultado de una serie de saltos genéticos de otras especies, con las que no estamos tan separados como creemos, y de hecho, así como poseemos el mencionado sentido o afán de pertenencia, también es claro que tenemos la capacidad y la necesidad de sentirnos libres o buscar lo relacionado con este abstracto concepto inventado por nosotros mismos, la libertad [Harari, 2011]. Esa cercanía con otros animales se hace latente cuando se exacerban o se intenta llevar a los límites del odio cualquier elemento que amenace ese sentido de pertenecer, a través de lo que podría considerarse un ataque a ese grupo al cual adherimos, por ejemplo. La violencia solo engendra más violencia y no será
MASSIMO TODARO / SHUTTERSTOCK.COM distinto en este caso. No creo en profecías, pero las circunstancias llevan a pensar que lamentablemente veremos estos efectos en el corto o mediano plazo y tendremos que padecer las consecuencias de un evitable intento de división y/o exacerbación de odiosidades ligadas a la religión. Hemos avanzado como raza, a diferencia de nuestros primos cercanos y lejanos respecto a temas de vivir en sociedad de manera armónica, sin dudas, aunque es difícil e innecesario medir. Pero también persisten en nuestro ADN esos elementos que pueden provocar en cualquiera de nosotros una reacción visceral, animal o básica y, hechos como el mencionado de la joven iraní y un inagotable set de ejemplos similares, nos muestran que estamos lejos de superar por completo ese antecedente genético, al cual llamamos a escena cada cierto tiempo.
Respecto a la tercera interrogante planteada varios párrafos atrás, y que le da título y razón de ser a este artículo, es el lugar donde me quiero detener. ¿Será posible que existan personas que quieran volver a los difíciles años de la edad media, por ejemplo, o imitar lo que acontece actualmente, en pleno cuarto del siglo XXI, en los Estados islámicos?
Insisto en que, si bien quiero creer que no es más que un peligroso y arriesgado intento pueril, pero dañino, de obtener poder político momentáneo o circunstancial, hay efectos que se dejan ver como muestras de “pago” para esas jugadas electorales. Por ejemplo, en el caso brasileño, Bolsonaro entregó ministerios claves en un país, como educación, familia y justicia a conocidos pastores o líderes de una de las secciones evangélicas o protestantes del Brasil, sin historial técnico pertinente a la cartera, quienes, a través de leyes, decretos, normas o políticas de Estado, intentaron desequilibrar la libertad de conciencia y se pretendió llevar adoctrinamiento religioso a la sociedad. Por su parte, si bien aún no asume la primera ministra italiana, es necesario estar atentos a ver como llevará a cabo o implementará la promesa electoral realizada en contra de los adherentes al Islam, en un país que, al igual que sus vecinos en el continente de las Europas, tiene más de un 10% de inmigrantes, todos ellos con similar variedad de carga cultural de origen que los caracteriza, haciendo de esas naciones unos centros cosmopolitas que, más que una desventaja, le entregan una valiosa herramienta al país que lo sabe aprovechar. Y ha sido así durante toda la historia de nuestra humanidad migrante. Estados Unidos, el continente europeo, América Latina, Chile sin dudas y muchos otros países, han sabido aprovechar esa sinergia que genera la diversidad y hemos crecido asaz como naciones y como sociedad. Entonces, ¿por
qué se le teme tanto a la diferencia y la diversidad? ¿Por qué no, mejor, aprovechar ese potencial de ser un crisol donde el eclecticismo haga su trabajo y nos eleve a estados superiores de tolerancia y progreso como sociedad global?
No quiero ni pretendo dedicar muchos párrafos para recordar lo nefasto que fue la edad media, en términos de libertad de conciencia, respeto y tolerancia, pero basta con recordar los casos de Giordano Bruno, Galileo Galilei o la existencia de una institución llamada Inquisición, de guerras en torno a creencias o religiones u otras instituciones de carácter bélico, con el solo propósito de exterminar al “enemigo”, por el simple hecho de no adherir al mismo dogma. Estoy, parafraseando a Dawkins, 99.99% seguro que no es así, pero no quiero soslayar el hecho de que ese 0,01% podría existir y en realidad tengamos grandes mandatarios o candidatos a serlo que busquen sociedades de ese estilo. Sociedades donde no exista la libertad de pensamiento, donde la diferencia no se respete y donde la creencia sea forzada, avasallando el sano cerco de la individualidad, que es el límite tras el cual se desarrolla, en la realidad, el conjunto de divagaciones, análisis y reflexiones en torno a las cuales es posible una meditación y elección de adherencia o no a las más de cuatro mil posturas religiosas vigentes [Shouler, 2012]. Sería una torpeza de magnitud monumental el querer desperdiciar más de cinco siglos de trabajo continuo en torno a la libertad, que ha permitido a quienes habitamos el globo una convivencia aceptable dentro de parámetros básicos o mínimos. ¿Por qué querer romperlos y sembrar odio o coartar libertades?
La libertad, que a la vez es, paradójicamente, parte del mismo discurso de los candidatos mencionados, está lejos de estar atada únicamente al concepto de libertad económica, que es mayoría en el mundo civilizado, y el laicismo es un componente no solo necesario, sino sine qua non, de las condiciones normales de una nación que pretenda autodenominarse libre. ¿Cómo podría ser libre una nación donde una religión sea promovida o incluso impuesta desde el Estado a través de los largos y poderosos brazos que ese órgano posee? Espero convengamos, amigo lector, que no es posible. Es justamente en este punto donde la neutralidad del Estado juega un papel clave, pues es esa característica, que inevitablemente requiere de prescindencia, la que permite que todas y cada una de las personas, sean habitantes de origen y permanentes o pasajeros de una nación, tengan la capacidad, sin límite alguno, no solo de pensar y meditar su propia interpretación de lo que es la búsqueda del origen del cosmos, y, derivando, de nosotros mismos, sino además de poder expresarlas sin temor o riesgos respecto a su integridad física y psicológica. Como sociedad y en especial quienes adherimos a los valores del laicismo, tenemos que estar en constante revisión de los parámetros en que nos vamos moviendo, con tal de, si no es posible evitar, al menos mostrar y declarar los riesgos que conlleva el alejarse del camino que rodea un Estado laico. Tenemos que recordar al mundo del librepensamiento que no podemos quedarnos atrás y, casi como obligación, levantar la voz de la racionalidad y el control de las emociones en el delirante mundo de la política, que es, en definitiva, el sector que puede afectar seriamente nuestra manera de vivir.
Suena utópico, podrían decir quienes, de algún modo, soportan, alientan esta modalidad de hacer política, bajo la convicción de que la propia creencia es la única verdadera, pero que, sin embargo, en lo que se termina es en proliferación de la intolerancia, la falta de empatía, la discriminación y sus derivados, que concluyen con bastante más daño que beneficio. No debemos temer a la diferencia. Al contrario, hay que promoverla, pues es en la disensión de argumentos donde hay más crecimiento tanto personal como social y de la unión de las distintas maneras de pensar es posible multiplicar el resultado de un proceso, otrora unitario, rígido, exclusivista y absolutista que nos llevó, como sociedad, a sufrir todos los efectos negativos de esa corriente y que derivaron en intolerancia, opresión, tortura y muerte.
Por la ventana ya se ven las luces de la cuna de la libertad, fraternidad e igualdad y espero mañana, mi querido Voltaire, poder contarte, no con poca vergüenza, que los ideales de libertad, laicismo y libre pensar propagados por ti y muchos otros que te hemos leído, zozobran en el día a día, incluso tras varios siglos de ensayo y error, de altibajos y, a veces, sendos retrocesos o caídas. Pero ahí estamos, como Sísifo, levantando la piedra una y otra vez, con la esperanza de que, como señaló Comte-Sponville hace ocho años, el siglo XXI será laico o no será.