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«Católicos, pero ateos»

Los obispos españoles han vuelto a hablar, en vísperas de unas elecciones generales, para orientar el voto católico con consideraciones morales. Es, desde luego, un derecho legítimo que ellos invocan, reconociendo, al mismo tiempo, la legitimidad de otros criterios.

Saben que el voto de la grey católica anda disperso. Ahora bien, como no todos los partidos siguen por igual los criterios de los pastores de la Iglesia, conviene llamar al católico a capítulo para que sea consecuente. Nada que objetar a estos considerandos de la nota de la comisión permanente de la Conferencia Episcopal.
¿Por qué, entonces, esta conmoción que provoca ataques y defensas, pero ningún entusiasmo, ni siquiera en la COPE? No porque los obispos concreten sus criterios morales en críticas a asuntos políticos que están a la orden del día –tales como el aborto, los matrimonios gais, Educación para la Ciudadanía, el terrorismo etarra o los nacionalismos (los problemas sociales se los quitan de encima con una faena de aliño, al final)–, sino porque en cada formulación crítica hay un guiño al PP, que hace del documento un manifiesto político partidario.

NO SE CRITICA el aborto, sin más; a lo que se apunta, según la declaración reciente, es a la tentación de ampliarlo. No les preocupa que vivan juntos, en pecado, parejas gais, sino que se llame a esa unión matrimonio. No están en contra de la Educación para la Ciudadanía, y esto conviene aclararlo. Esta asignatura coincide en lo fundamental con la moral cívica que, en tiempos del PSOE y del PP, hasta que llegó Pilar del Castillo, se enseñaba en los cursos de ética. No había entonces problema porque esta era una alternativa a la religión, algo así como una ética para paganos. El problema vino cuando la ministra Del Castillo convirtió la religión en asignatura equiparable a las matemáticas. Eso fue lo que derogó Zapatero con la LOE. Lo que los obispos no pueden tolerar es que la antigua cenicienta, la ética para paganos, sea ahora obligatoria y la religión confesional siga de optativa.
Aznar pagó aquel precio, al que se había negado la democracia hasta ahora, para que el Papa, en su visita a España, no hablara de la guerra de Irak, como así hizo. Otro tanto ocurre a propósito de la condena de la "interlocución política" con ETA. El término está bien escogido, a medio camino entre el diálogo y la negociación. Cuando el portavoz socialista en el Congreso ha denunciado la hipocresía que supone condenar ahora lo que también hizo Aznar, le ha faltado tiempo a Esperanza Aguirre para aclarar que Aznar solamente dialogó, mientras que Zapatero negoció. Naturalmente, el portavoz de los obispos se ha adherido a la explicación. Lo inmoral de la nota episcopal es ese medido equívoco entre lo dicho y lo significado. Se pronuncian palabras que en abstracto son respetables, pero camuflando una intencionalidad política partidista.
Hay una frase perdida en el documento que debería ser titular: "No es justo", dice, "construir una sociedad sin referencia religiosa". Ese sí es un tema mayor. Esta Europa de la que nos enorgullecemos es impensable sin Pablo de Tarso, sin Agustín de Hipona, sin Lutero; tampoco sin Maimónides ni Averroes. La pregunta entonces es: ¿por qué se empeñan tanto los obispos españoles en acabar con esa referencia? Nadie ha hecho tanto por la secularización acelerada de España como la experiencia nacionalcatólica; y nada ha avivado tanto el anticlericalismo como los recelos episcopales a la democracia. En esta escalada al absurdo ahora nos encontramos con un nuevo experimento: la identificación partidaria de la Iglesia con la derecha más reaccionaria.
Este experimento ya tuvo un antecedente en la Francia del Segundo Imperio. Para protegerse de las sacudidas revolucionarias, viejos volterianos se aliaron con católicos en lo que Victor Hugo llamaba "la sensibilidad católica de los ateos". Prototipo del experimento era el reaccionario Charles Maurras, que se decía "católico, pero ateo". Este acercamiento de los volterianos conservadores a los católicos ultramontanos no estaba movido por ideales morales, sino por intereses materiales. Adolph Thiers, antiguo comecuras y luego jefe del Gobierno que masacró la Comuna, decía que había que desterrar "a esos detestables pequeños profesores laicos", santo y seña del republicanismo francés, y sustituirlos por religiosos de las escuelas cristianas, que saben enseñar al obrero "que está aquí para sufrir y no para disfrutar, como enseña la filosofía de los otros".

ESTOS políticos ponían alfombra roja a la Iglesia para que predicara lo que ellos querían oír, a saber, que "tenía que haber hombres que trabajaran sin rechistar". A la Iglesia le fue bien mientras quisieron sus aliados. Pero la sociedad no olvidó y, por eso, cuando tuvo la ocasión, en 1905, la Iglesia fue recluida en la sacristía y remitida a sus propios medios de financiación. Entonces se produjo la estricta separación de la Iglesia y el Estado. Los tiempos son otros. El PP pide que le ayuden a ganar, por eso está intranquilo con la nota de los obispos. Es tan torpe que puede producir el efecto contrario. "La extrema izquierda", como dice la COPE, podría desperezarse e ir a votar. Mal negocio. Mejor sería que la Iglesia fuera libre y crítica en nombre de sus creencias. Eso no le garantiza una vida fácil, pero la permitiría tener un 1905 menos traumático del previsible.

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