Cada vez más, se extiende un discurso conservador, inmovilista y ranciamente convencional que pretende ser la única versión posible de estas fiestas de invierno
Cuando pensamos en unas navidades blancas no solemos tener en la cabeza que estén cuajadas de caspa, pero, cada vez más, se extiende un discurso conservador, inmovilista y ranciamente convencional que pretende ser la única versión posible de estas fiestas de invierno. La caspa se derrama sobre la imagen fija de una navidad tradicionalmente anticuada, inamovible, religiosa y rígida que se quiere mantener como única opción por los sectores más conservadores y que estos llevan al campo del ataque político con total naturalidad. Tiempo de paz, tiempo de amor. Es un síntoma más de la regresión de libertades y de tolerancia que estamos viviendo. La carcundia vuelve a casa también por Navidad.
El PP catalán, altamente representativo del sentir de aquellas gentes como sabemos, ha puesto el grito en el cielo por el “esperpéntico pesebre” moderno instalado en la Plaza San Jaume y diseñado por el arquitecto Jordi Darder. Ese “intento de descristianización” llevado a cabo por la bruja Colau según otro de los Fernández Díaz podría incluso deberse a su deseo de no “molestar a los musulmanes”. Obvia que, muy cerca, el ayuntamiento ha instalado otro gran belén tradicional montado por la Asociación de Belenistas. Ignora que a los musulmanes no les molestan los belenes. Caspa. Cae blandamente sobre los hombros del hermanísimo mientras habla. Aún es peor cuando se refiere al mercadillo navideño, “el mercadillo del adoctrinamiento antisistema”, criticando así la Feria del Comercio Responsable que se ha instalado en la ciudad en el que, ¡no miren, por favor, van a pecar!, se venden libros como ¡¡¡¡ El Manifiesto comunista!!!! ¡¡¡Por favor!!! y otro que se titula ¡¡¡¡ Los soviets!!!! El edil popular no debe pasar mucho por las librerías barcelonesas en las que, no me cabe duda, puede conseguirse en diversas ediciones y calidades. Un discurso casposo y esperpéntico si no fuera porque esconde debajo un mensaje no demasiado críptico que supone la instauración de un discurso y una estética únicas: la del conservadurismo de derechas y que estigmatiza cualquier otro planteamiento. La Navidad es un buen momento para ello. Esa Navidad exclusivamente cristiana en la que todo asomo lúdico y laico del festejo supone un agravio. Como si los cristianos no hubieran fagocitado, con un gran sentido de la oportunidad, las fiestas paganas de las Saturnalias romanas para incorporarlas a su propia cultura.
No es algo aislado. En Alicante, el PP se ha quejado de que las estrellas de la iluminación fueran inscritas dentro de un hexágono “que parece un ataúd”. En La Oliva han presentado una moción para que se devuelva el importe de la iluminación sostenible encargada por el municipio. En Córdoba y Zaragoza se han quejado de lo exiguo y pobre de la iluminación y en otros municipios han criticado su “modernidad”. Un espíritu cristiano reivindicado como único, pero que no deja de estar salpicado por la importancia comercial que para el incremento de las ventas parece tener la decoración navideña. Los populares chiclaneros lo han tenido claro a la hora de criticar a Podemos “las luces han llegado cuando la campaña de compras más importante de ventas ya había concluido”. Dulce y capitalista navidad.
La extensión del pensamiento único e intolerante tampoco se deja atrás a los cachorros de Ciudadanos. Eso los lleva a no respetar que cada formación política decida felicitar con lo que más le plazca. Podrá gustar o no que se elija una fotografía de un árbol de Navidad ardiendo en la Plaza Sintagma durante las protestas por los recortes, pero es una muestra de intolerancia estigmatizar tal decisión afirmando que “así felicita la Navidad IU, un partido que gobierna en el ayuntamiento de Madrid. Madrid no se merece un gobierno de ese calado”, dicen. ¿De qué calado? ¿Del de los ciudadanos que no ven la vida como los señores de Ciudadanos y el PP y que además los llevan a gobernar con sus votos? Los cristianos adoptaron los árboles engalanados de Navidad del norte de Europa, que los adornaban en sus cultos al Sol comunes en muchos pueblos. La tradición es tan tardía en España que fue traída por una aristócrata rusa y no pudo verse en público hasta 1870. Ya ven. No llega a siglo y medio y ya quieren ver en ello una fuente de respeto reverencial que en caso de ser tocada constituye una agresión a todas sus creencias.
Con todo, la caspa de la Navidad no es sino un símbolo, un adorno destellante y vistoso que nos señala como un faro la tendencia general de una sociedad que mantiene como discurso predominante el de la regresión de la tolerancia y la libertad y el de la imposición de esa España única que murió con Franco o que debería haberlo hecho. Escandalizarse en público de que se venda un libro de incontestable relevancia en la historia de la humanidad, como El Manifiesto Comunista; pretender que a estas alturas en un país de costumbres laicas la Navidad sólo es aceptable si se basa en el sentimiento religioso o considerar aberrante cualquier expresión ornamental que no sea la realista tradicional, es el adorno de la punta de un árbol de represión, de limitación de la libertad de expresión, de la criminalización de la disensión y todas esas terribles cosas de las que hemos hablado muchas veces.
Caspa, caspa Navidad, pero no lo repitan no sea que acabemos en un juzgado como Netflix.
Elisa Beni
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