Querido Héctor.
Pese a no conocerte personalmente, hace tiempo que siento la necesidad de trasladarte la admiración y la gratitud que provocas en mí. Hoy, tras enterarme de tu cambio de instituto, me he decidido a hacerlo. Por favor perdóname, si mis palabras llegan tarde y hubiesen sido de alguna utilidad o soporte antes, durante tu valiente batalla por la retirada de símbolos religiosos del que, hasta hace poco, ha sido tu centro de estudios en Córdoba.
Estos sentimientos que me inspiras van asociados a una inevitable envidia, cuando pienso en lo afortunados que son tus padres y lo orgullosos que, con toda seguridad, se sienten de tener un hijo como tú. Vaya mi reconocimiento hacia ellos también desde estas líneas, por su apoyo en tu lucha.
Permite que te diga sin tapujos que eres una bocanada de aire fresco en el estercolero nacional. Mientras la mayoría de los chicos y las chicas de tu edad piensan únicamente en divertirse y poco más, tú tienes la madurez y la capacidad de entrega necesarias para darte a los demás, para intentar que se respeten los derechos de todo el mundo, sin importarte el precio y a sabiendas de que ese coste es alto, mucho más alto de lo que a simple vista pueda parecer.
Tienes una increíble fuerza que te llevará a alcanzar todo lo que proyectes en tu vida, porque además va acompañada de una fantástica claridad de ideas y una sed de justicia fuera de lo común (cualidades verdaderamente precoces a tus quince años, debo decir).
Sé, por las experiencias propias vividas en peores momentos que el régimen democrático actual, de tu soledad y de los jirones de piel que dejas por el camino, cuando tu meta está relacionada con la exigencia de respeto por los derechos más fundamentales y dicha exigencia choca frontalmente con los intereses del clero. También sé de todas las presiones y los ataques que, con toda seguridad, tú y tu familia habréis sufrido durante tu contienda.
No dejes que las heridas mermen tu hambre de bien común. Tras cada derrota, tu piel se hará más gruesa y ese robustecimiento te hará más resistente y más sabio. Pero no permitas que tus naturales mecanismos de protección pasen de ser un escudo con el que proseguir hacia tus objetivos a convertirse en una superficie insensibilizadora y aislante que te aboque a un paulatino desaliento.
Nunca bajes la guardia, porque te enfrentas a gente depravada y muy poderosa, que no solo no durará en aplastarte, sino que además disfrutará haciéndolo.
No cambies jamás, porque eres una maravillosa flor en el desierto patrio y te necesitamos todos y todas, aunque muchos y muchas ni siquiera sean conscientes de ello.
Gracias Héctor, muchas gracias por no tirar la toalla.
Carmen de Lucas Verdier