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Lula ganó las elecciones presidenciales del Brasil con 50.9% de los votos válidos en la segunda vuelta, frente a 49.1% del mandatario Jair Bolsonaro, según datos oficiales. Fue uno de los procesos electorales más cerrados, polarizados, colmado de guerra sucia.
Con el rostro visiblemente cansado, en su primer mensaje en Sao Paulo como presidente electo, Luiz Inácio Lula da Silva inició con clara invocación religiosa:
«Quiero empezar agradeciendo a Dios. En mi vida entera siempre pensé que Dios ha sido muy generoso conmigo, permitiéndome que saliera de donde salí para llegar a donde he llegado… Me considero un ciudadano que ha vivido un proceso de resurrección porque intentaron enterrarme vivo y aquí estoy.”
Lula ganó las elecciones presidenciales del Brasil con 50.9% de los votos válidos en la segunda vuelta, frente a 49.1% del mandatario Jair Bolsonaro, según datos oficiales. Fue uno de los procesos electorales más cerrados, polarizados, colmado de guerra sucia, fake news y una constante utilización política del discurso religioso.
La religión siempre ha sido un tema recurrente en las elecciones brasileñas. ha ido ganando fuerza en los últimos lustros, sobre todo, por el crecimiento de las iglesias evangélicas pentecostales y neopentecostales. Pero nunca se había visto que lo religioso estuviera en el centro de las estrategias de las campañas electorales como lo estuvo en este 2022. “Los discursos en las Iglesias dicen que ésta no es sólo una elección, sino una guerra espiritual”, dijo Vinicius do Valle, politólogo del Observatorio de Evangélicos.
Para muchos ésta fue la elección más importante de Brasil después del fin de la dictadura. Están en juego dos proyectos diferentes de país. El proyecto de centro izquierda de Lula enfrenta a la derecha rancia del Brasil. Bolsonaro es heredero de los militares golpistas; ojo: la tentación puede estar ahí latente, siguiendo a su mentor Donald Trump. Además, Bolsonaro es racista, sexista, misógino, nepotista, homófobo, abierto a explotar masivamente la selva amazónica.
Jair Bolsonaro y líderes de algunas Iglesias evangélicas, principalmente neopentecostales, han lanzado una cruzada casi diabólica contra el PT y Lula. Cuesta creer que un político con tantas debilidades morales como Bolsonaro pueda presentarse como el candidato del “bien” contra el “mal” que encarna “el partido de las tinieblas” de Lula. Asesorado por líderes evangélicos desde el púlpito, redes sociales y telepredicadores, lanza discursos teológicos de desinformación y miedo con un llamado dramático para combatir al comunismo y la izquierda. A dicha incursión los sociólogos la han llamado la teoría del “Pánico Moral” y la movilización de afectos. Acusan a Lula de pretender cerrar las iglesias, como Ortega en Nicaragua; de amenazar la estabilidad de las familias tradicionales; de fomentar la legalización de las drogas, el tráfico de infantes, el homosexualismo y la ideología de género.
Algunas Iglesias fueron autoritarias, según denuncias, para obligar a sus fieles a no votar por Lula, porque sería atraer el caos, el reino del mal, la supremacía de Satán. Algo así como el final de la Historia.
Bolsonaro supo leer antes que nadie la rentabilidad político religiosa de las Iglesias evangélicas. De hecho, arrebató al PT cercanía e interlocución con algunas de ellas. La referencia política a los valores religiosos fue una constante en la comunicación de Bolsonaro, desde 2018, con su eslogan “Dios, patria, familia y libertad”. Bolsonaro mezcla teocracia –“Dios encima de todos”– y nacionalismo extremo –“Brasil encima de todo”–. A pesar de que se dice católico, mucha gente cree que Bolsonaro en realidad es evangélico. La confusión es comprensible, ya que él está más cerca de los evangélicos en la política. Está casado con una mujer evangélica activista y fue bautizado como Jair Messias Bolsonaro en el río Jordán, Israel, en 2016, vestido con una túnica blanca.
Por su parte Lula surgió de la pastoral obrera de la arquidiócesis de Sao Paulo, en la época del progresista cardenal Paulo Evaristo Arns. Fue un destacado líder metalúrgico que puso en jaque a la dictadura militar a finales de los setenta. Fundó el PT en 1980, que atrajo a los sectores progresistas católicos de las Comunidades de Base (Cebs); tuvo como simpatizantes a numerosos obispos y teólogos de la liberación, como Leonardo Boff. Durante su encarcelamiento de 580 días, tenía correspondencia con el Papa Francisco.
Será en febrero de este año que se encuentra en Roma con el Papa, quien le da un espaldarazo de legitimidad confesional.
Ante los embates evangélicos, en diversas formas Lula respondió. Días antes de la segunda vuelta escribió una carta enfatizando que fomentará la libertad religiosa, que no cerrará Iglesias, que respetará la integridad de las familias y defenderá la vida desde su concepción.
Es claro que las Iglesias no son homogéneas. Los grandes bloques religiosos son muy heterogéneos. Los católicos conservadores apoyan con tanta enjundia a Bolsonaro como sus pares fundamentalistas evangélicos. En cambio, en el campo evangélico, diversos sectores evocan la gestión de Lula de 2003 a 2010, durante la cual pudieron comprar alimentos y tener mayor poder adquisitivo. Estudios de caso muestran que evangélicos moderados consideran que Bolsonaro los usó y que no es un verdadero cristiano, como lo indicaría su rechazo para proteger la salud pública durante la pandemia de covid.
La cuestión de fondo no es si la religión politiza el proceso. Son los fundamentalismos pentecostales y el conservadurismo católico que utilizan y manipulan lo religioso para fundamentar proyectos terrenales, así como manipulan la fe y la teología para descalificar y justificar la guerra sucia.
Para países con una fuerte tradición laica, como México y Uruguay, el fenómeno intenso del uso político de lo religioso y el uso religioso de lo político son difíciles de entender. En Brasil se replica de manera peculiar el fenómeno que cada vez adquiere más fuerza en Estados Unidos. Encuestas revelan que para la mitad de los brasileños, los valores religiosos son determinantes para emitir su voto. En cierto sentido, coincide con el ascenso de la ultraderecha en Italia de la católica con Giorgia Meloni. Estamos ante nuevos dilemas que sin duda impactarán en la región. El uso y manipulación de lo religioso para deslegitimar o fundamentar un proyecto político; o enaltecer o aniquilar a algún actor político. Grandes retos teóricos y políticos enfrentamos. Cómo convivir entre el fundamentalismo religioso y la democracia. Vaya tema.