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Bien común

Esta expresión fue acuñada por los pensadores políticos del catolicismo para referirse a los >fines del Estado. La expresión es casi un distintivo del pensamiento político católico, desde santo Tomás (1225-1274) hasta Jacques Maritain (1882-1973). La emplearon originalmente los pensadores escolásticos para señalar que la finalidad última y suprema de la sociedad política, como sostuvo el >tomismo, “es la educación del hombre para una vida virtuosa y, en último término, una preparación para unirse a Dios”.

El bien común, siempre subordinado a los designios religiosos, fue para el escolasticismo no sólo el fin de la sociedad política sino también su origen y su razón de ser.

Posteriormente, los pensadores católicos modernos, sin modificarla en su esencia, usaron esa expresión con el propósito de distinguir el bien individual, que interesa a las personas particularmente consideradas, del bien general que interesa a todos y para cuya consecución se formó la sociedad política.

Desde este punto de vista, el deber del Estado, como sociedad política, es por supuesto buscar el bien común, en el entendido de que éste no es exactamente la suma de los bienes individuales, y con todas las limitaciones que supone tratar de alcanzar un concepto tan etéreo e inasible como éste.

El “bonum commune” del catolicismo es el concepto correspondiente al del “interés general” de Rousseau o al del “mayor bienestar para el mayor número” del que hablaba Bentham, esto es, la búsqueda de la virtud, del progreso y del bienestar como meta colectiva, y ofrece por tanto las mismas dificultades que todos estos conceptos cuando se trata de establecer concretamente cuál es esa meta de la vida estatal y quién la determina.

El teólogo español Francisco de Vitoria (1483-1546) escribió que “el príncipe debe ordenar tanto la paz como la guerra al bien común de la república” y Pío XII dijo en su mensaje de Navidad de 1942 que “el bien común de la sociedad política es la convivencia social en la paz, la tranquila convivencia en el orden”.

La escolástica habló frecuentemente del bien común como la finalidad última de la sociedad política. Ella ha tenido una enorme gravitación en el pensamiento político del >catolicismo. Se dio este nombre al sistema filosófico y teológico formado en la Edad Media —bajo la inspiración de los escritos menores de Aristóteles, traducidos y comentados por Boecio— por el pensamiento de Escoto Erígena, san Juan Damasceno, san Anselmo, Abelardo, san Buenaventura, san Alberto Magno, santo Tomás de Aquino y otros pensadores medievales de la Iglesia.

La escolástica fue un intento de conciliar la razón con el dogma religioso. Para eso tejió una trama muy sutil de razonamientos y de silogismos. Tal fue la sutileza de ellos que hasta hoy se suele llamar escolásticas a las argumentaciones muy retorcidas y sofísticas.

En un documento que marcó nuevos rumbos a la Iglesia —me refiero a la Constitución Pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia y el mundo de hoy, aprobada en 1965 por el Concilio Vaticano II— se incurrió en las mismas generalidades de siempre en cuanto al llamado “bien común”. Al tratar sobre la vida de la comunidad política, se afirmó que “los hombres, las familias y los diversos grupos que constituyen la comunidad civil son conscientes de su propia incapacidad para realizar una vida plenamente humana y perciben la necesidad de una comunidad más amplia, en la que todos conjuguen, días tras día, sus esfuerzos en vista de una constante mejora del bien común. Por ello forman una comunidad política según diversos tipos. La comunidad política nace, pues, de la búsqueda del bien común: en él encuentra su justificación plena y su sentido y de él saca su legitimidad primitiva y exclusiva. El bien común abarca todas las condiciones de la vida social que permiten al hombre, a la familia y a la asociación conseguir más perfecta y rápidamente su propia perfección”.

Está claro que el bien común es la razón de ser de la sociedad política, según los textos católicos, pero subsisten la generalidad y la imprecisión respecto de lo que ha de entenderse por bien común, en momentos en que la tendencia prevaleciente de la Ciencia Política es señalar concretamente los >fines del Estado, en cuya determinación juegan un papel muy importante las >ideologías políticas que son las que señalan las prioridades de la acción pública. Dependiendo del enfoque ideológico, el fin primordial del Estado puede ser el >crecimiento económico, el >desarrollo económico, la >justicia social, el >desarrollo humano o cualquier otro objetivo que constituya la meta nacional.

Rodrigo Borja

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