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Isabelo Herreros, autor de 'Por la gracia de su católica majestad' Casa de la Memoria de Sauceda

Bicocas de la iglesia católica española

PARVA PROPRIA MAGNA — “Lo cierto es que el poder de la Iglesia Católica en España no es cosa de fieles, sino de una, salvo contadas excepciones, vergonzosa jerarquía, una ‘clerocracia’, como la define Isabelo Herreros”

Una cosa es una honesta y admisible creencia religiosa y otra muy distinta la conducta de la institución que sustente esa determinada creencia. Una vergonzante institución, de un modo indecoroso, osa atreverse a falsear la pureza de la creencia. Hay que diferenciar entre el mensaje del personaje Cristo, difundido en el múltiple texto evangélico, y la terca, avarienta Iglesia Católica, basada en la palabra cristiana pero hipócrita en su correcta puesta en práctica.

En un ameno relato, el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal cuenta los detalles del seminario, en Colombia, donde él se preparó para su ordenación, criticando el carácter fuertemente sacerdotal del seminario; en primer lugar, el nombre: Seminario de Cristo Sacerdote, cuando en realidad Jesucristo nunca fue sacerdote. No procedía de la tribu de Leví, sino de la de Judá, naciendo de ella el rey David, a cuya genealogía pertenecía Cristo. No le caían muy bien los sacerdotes, quienes, para más ‘inri’, fueron los que le condenaron a muerte. Viniendo a decir que los templos eran innecesarios, valiendo, únicamente, tener al Padre, bondadosamente, en el corazón.

Isabelo Herreros (Toledo, 1953) es escritor y periodista. Fue profesor en la Universidad Complutense de Madrid y director de la revista ‘Política’. Es autor de numerosos libros sobre la Segunda República, la Guerra Civil, el exilio y los asesinatos de españoles en los campos de exterminio nazis. Fue presidente de Izquierda Republicana, integrada en el partido Izquierda Unida, durante la época de Julio Anguita. En la actualidad preside la Asociación Manuel Azaña. Su último libro publicado, editado por la editorial Mong, lleva por título ‘Por la gracia de su católica majestad. El poder de la Iglesia en España’, reuniendo artículos publicados en la revista satírica ‘Mongolia’. 

Es un libro muy combativo. Su título es cabal línea argumental de su prolijo contenido. Algunos dirán, interpretando a macha martillo, que este contenido es muy obsesivo y que delata el acusado ateísmo del escritor. Bueno. Este libro iría sin duda a la hoguera arrojado por un buen puñado de “bienpensantes”. Pero todos los puntos que toca sobre el poder de la Iglesia, sobre esos tantos actos criminales, tantos latrocinios, tantas falsedades perpetradas por su gran avidez, tienen un exacto fundamento en la certeza de los hechos. Una Iglesia que siempre fue furibundamente contraria a la implantación de la República, partidaria acérrima de la monarquía carlista. La segunda República se constituyó, revolucionariamente, por una votación legal detentando una mayoría republicana ocasionada por el pésimo papel del monarca Alfonso XIII, quien, no resistiéndose a los acontecimientos, se vio obligado a largarse del país.

Todo lo que describe Isabelo Herreros en los capítulos de esta obra me parece totalmente sostenido en la verdad. Sólo disiento de unas frases sobre Juan de Yepes, San Juan de la Cruz, cuando escribe que es un “poeta lamentable, cultivador del anacoluto y el hipérbaton fuera de tono, pero que aún goza de predicamento en el mundo académico progresista.” El desenfado e inverosimilitud de este juicio, empero me hace gracia. La verdad es que San Juan de la Cruz heredó, sobre todo, la soberana forma de la poesía del toledano Garcilaso de la Vega. 

Lo cierto es que el poder de la Iglesia Católica en España no es cosa de fieles, sino de una, salvo contadas excepciones, vergonzosa jerarquía, una “clerocracia”, como la define Isabelo Herreros. En la posguerra que devino tras la guerra civil, el dictador sabía que Hitler iba a ser el gran perdedor del conflicto mundial, y que Benito Mussolini también iría a caer, de forma que el fascismo dejó de interesarle, desdeñando a los genuinos falangistas y liderando el híbrido Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, partido único en el Régimen. Su sustento ideológico no fue, por supuesto, el nacionalsocialismo hitleriano, sino un nacionalcatolicismo que convirtió a la Iglesia en un ente sumamente privilegiado, encargado de la educación, sobre todo, y gran colaborador del nuevo estado en cuanto a la gran represión ejercida, ayudando a las matanzas. Desde entonces, y aun en la Transición y el presente democrático, la Iglesia está exenta de someterse al Tribunal de Cuentas estatal y exonerada de abonar impuestos.

“Una muy poderosa influencia sobre el sumiso Estado Español”

El abusivo Estado Vaticano ejerce una muy poderosa influencia sobre el sumiso Estado Español, quien ha favorecido sobremanera el imponente desarrollo económico del Opus Dei, casi superador de la inmensa riqueza legendaria de los jesuitas. Como escribe Isabelo Herreros, “la compañía fundada por el vasco Ignacio de Loyola fue una poderosa organización que quitaba y ponía arzobispos, cardenales e incluso papas y reyes”. Además, era capaz de “dirigir un ejército, una flota, la construcción de una ciudad o la colonización de todo un país. Valga como ejemplo el gran feudo del Paraguay, desde donde casi monopolizaron el comercio trasatlántico.”

El Opus Dei estuvo totalmente protegido por los gobernantes españoles, y un “selecto” puñado de miembros, pertenecientes a la secta, dio un gran alivio a Franco, pues dirigieron la economía en un momento dado, sustituyendo eficazmente a los modos cuarteleros que usaba el Generalísimo. Escrivá de Balaguer, un curilla megalómano y hortera, acabo siendo santo. También el Partido Popular apoyó mucho a los Legionarios de Cristo, movimiento fundado por el sátrapa Marcel Maciel, ensalzado por Juan Pablo II, ejecutor de una doctrina tóxica; papa que hizo gastar mucho dinero al Vaticano financiando los movimientos anticomunistas. Vio bien las dictaduras hispanoamericanas. No condenó los asesinatos de sacerdotes de la Teología de la Liberación, abrazándose a sus asesinos. Y proclamó a Maciel como un perfecto modelo para los jóvenes.

Es comprensible que la derecha sea connivente con este ladronicio. Pero, ¿a cuento de qué la izquierda también tiene que transigir sin acabar de una puñetera vez con el dichoso Concordato? Isabelo Herreros se extiende en casos de cargos izquierdistas que han consentido las maniobras de esta institución inmoral, yendo al Vaticano para consolidar los egoístas manejos; como es el caso de “Sor Carmen Calvo” o “Sor María Teresa Fernández de la Vega”. O el muy flagrante de Rosa Aguilar, alcaldesa de Córdoba por Izquierda Unida, quien aprobaba que la Iglesia se hiciese dueña del monumento de la Mezquita. Inmobiliaria impía, donde un tonsurado con birrete y con ropas talares, acrecienta el negocio poniendo en la calle a inquilinos ya muy ancianos. El propósito insaciable de apropiarse la Iglesia de tantos inmuebles ajenos se vio favorecida por la reforma hipotecaria de Aznar en 1998, adjudicando a los obispos el papel de notarios para apropiarse de los bienes que les viniera en gana. Herreros incluso reprocha a Pablo Iglesias, Manuela Carmena y García Page la amistad de estos izquierdistas con el padre Ángel, clérigo mediático, y simpático, con un pasado reaccionario y, al parecer, también incurso en sinvergonzonerías.

El gran bochorno del clero actualmente lo constituye el conocer el dilatado número de abusos sexuales a niños (mayormente varones), cometidos por los que no tienen otra misión en su vida que llevar a la gente por el buen camino. ¿Cuál es el sentido entonces de mantener la castidad en el clero y condenar la homosexualidad? La propaganda, presidida por Francisco, intenta hacer ver que las tremendas faltas se van a reparar. Pero esto no resulta más que una pose. Los obispos españoles encargaron una auditoría sobre la pederastia a un despacho del Opus Dei. La Fiscalía la ve parcial y de escasa utilidad. A muchos títeres deja sin cabeza Isabelo Herreros en su libro, con una firmeza sostenida en un rigor de comunicación fehaciente.

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