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Aznar condecora con la orden de Isabel la Católica al arzobispo de Madrid, tras negarse a recibir oficialmente a los protestantes durante su gobierno

Idilio Estado-Iglesia católica: Aznar condecora a Rouco, que afirma el vínculo histórico España-religión católica

La visita del Papa a España ha dado para muchas condecoraciones. Si el 13 de octubre se impusieron en la Nunciatura Apostólica las de la Iglesia al Gobierno, el pasado miércoles correspondían en La Moncloa las del Gobierno a la Iglesia católica como un acto de despedida de José María Aznar ante las autoridades católico-romanas. Se felicitó por haber mantenido la normalidad y disminuido los motivos de conflicto. Normalidad que no ha existido con el protestantismo español, a quien se ha negado a recibir a lo largo de todos los años de su mandato.

  El Rey concedió, a propuesta del Consejo de Ministros, la Gran Cruz de Isabel la Católica al cardenal Antonio María Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal Española; al nuncio apostólico en España, monseñor Manuel Monteiro de Castro; y al actual obispo de Córdoba y organizador principal de la visita, Juan José Asenjo.
Impusieron las distinciones el ministro de Justicia, José María Michavila, el vicepresidente segundo del Gobierno, Javier Arenas, y José María Aznar, quien lo hizo con el cardenal Rouco.
La alocución del arzobispo de Madrid recordó a la mujer que da nombre a la dignidad recibida, «una Reina excelsa que ha marcado la historia y el alma de España hasta nuestros días con un sello indeleble, no sólo político y cultural, sino además profundamente espiritual». Y afirmó el vínculo histórico entre España y la religión católica: los antepasados de los españoles han creído en el Evangelio «con una fiel unanimidad y un fervor singulares, sin muchos parangones en la historia del cristianismo; desde los albores mismos de la Hispania romana hasta la España actual».

AZNAR: DESPEDIDA DE QUIEN NO QUISO RECIBIR A LOS PROTESTANTES
Luego tomó la palabra José María Aznar, quien agradeció al Papa su firme condena del terrorismo, porque sus palabras de repulsa «han proporcionado a la sociedad española un inestimable criterio de distinción moral que impide ningún tipo de justificación o disculpa para el crimen y para quienes contribuyen a él». No mencionó, como es lógico, la condena papal a la guerra de Irak.
Tras decir esto, introdujo una breve consideración sobre las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado, a las que calificó de «profundamente normales. Cada uno ocupa el terreno que le es propio y no hay miradas de recelo, ni de distanciamiento, ni tampoco confusión o sometimiento, sino la normalidad de unas relaciones cordiales y provechosas».
Y llegó entonces su recapitulación más personal: «Como ustedes saben, concluirá pronto mi mandato como presidente del Gobierno y creo haber contribuido a esa normalidad. Creo que hay menos terrenos de controversia que los que existían hace ocho años, y yo con eso, y muy especialmente en este acto, me siento satisfecho». Sin duda, un gran logro que ha ido de la mano de un trato exactamente contrario para con el resto de las confesiones, las no católicas; hasta el punto de negarse a recibir a los representantes de la FEREDE (Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España) durante su mandato, a pesar de habérselo pedido oficialmente desde hace más de tres años.

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