Siempre que llega navidad, los ateos la viven con la duda de si celebrarla o no. También se suceden los debates sobre el origen pagano de esta festividad, sobre si es una fiesta religiosa o cultural, o aparecen las felicitaciones que evitan mencionar la navidad, del tipo “Feliz solsticio” o “Feliz saturnalia”.
En principio, la navidad es una fiesta religiosa. No en vano, su nombre procede del latínnativitas, esto es, natividad o nacimiento, en referencia al nacimiento de Jesús de Nazaret hace unos dos mil años. Y es cierto que, en todo el mundo, millones de cristianos celebran estos días ese supuesto acontecimiento. Ahora bien, también es un hecho que otros millones de personas que no son cristianas también celebran estos días, muchas de ellas ateas. ¿Es contradictorio?
Sería contradictorio si esas personas ateas celebraran el nacimiento de Jesús de Nazaret, evidentemente. Por eso mismo, muchos ateos no celebran nada en estas fechas. Algunos, incluso, hacen gala de dicha no-celebración y hasta se complacen en aguar la fiesta a quienes sí la celebran.
Voy a plantear una hipótesis atrevida: no solo no me parece contradictorio ser ateo y celebrar la navidad, es más, creo que una buena estrategia atea para su causa puede ser celebrar la navidad.
El universo religioso es dualista: Dios y el diablo, el bien y el mal, cielo y tierra, cuerpo y alma… Entre esos dualismos maniqueos, hay otro que es el de sagrado y profano. Profano es sinónimo de secular, laico, seglar, vulgar, común, mundano. Sagrado (del latín sacrum) remite a lo que es relativo a los dioses, y en su significado remite a “separado”, “especial”, aquello que es apartado de su uso vulgar y corriente para ser dedicado en exclusiva (consagrado) para un uso específico, para lo que tiene que ver con la religión. De esta forma, pueden consagrarse objetos (la copa de la misa, por ejemplo), días (el domingo, para los cristianos), determinadas fechas (navidad, semana santa) o incluso personas (la tribu entera de Leví fue consagrada, según la Biblia, para el servicio religioso en el tabernáculo y luego en el templo de Jerusalén). Todo lo contrario es profanar, que consiste en dar un uso vulgar a cualquier cosa consagrada, es decir, dispuesta para el uso únicamente religioso. Por esto mismo, el artista Abel Azcona fue denunciado recientemente por una asociación ultracatólica, ya que utilizó hostias consagradas para una obra de arte contra la pederastia.
Las fiestas religiosas son fiestas consagradas, es decir, son días especiales reservados para fines religiosos. Se trata de días en los que el creyente deja de hacer sus labores habituales para centrarse en su propia religión sin despistarse con esas otras cosas. En la religión judía, el carácter sagrado del sábado, su día santo, les lleva a no poder realizar casi ninguna actividad mundana. Algunos judíos ortodoxos se toman tan en serio dicho carácter sagrado del sábado que llegan a absurdos. El propio Jesús de Nazaret tuvo que reconvenir a los ortodoxos de su época diciéndoles: “¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey en un hoyo en día de reposo, y no lo saca inmediatamente?” (Lucas 14, 1-5). No es que Jesús ignorara el carácter santificado del día sagrado, sino que evitaba su formalismo: la santidad del día sagrado no debe llevar al absurdo de no hacer lo que es imprescindible hacer. Pero eso tampoco es excusa para no respetar el día sagrado y profanarlo: el día sagrado sigue siendo sagrado aunque se puedan admitir excepciones justificadas. Y, por extensión, la interpretación es la misma para cualquier cosa consagrada: debe respetarse su finalidad religiosa siempre que sea posible sin que eso exija cosas imposibles o absurdas.
El carácter religioso de la navidad consiste en dejar de trabajar y de hacer otras actividades durante unos días para concentrarse en el significado de dicha natividad: que Jesús nació para morir por los pecados de la humanidad. Dejar de trabajar o de hacer otras cosas para dedicarse a algo distinto de eso (y que no sea imprescindible) es profanar la navidad. Y celebrar la navidad de forma puramente ritualista, es decir, cumpliendo con los deberes religiosos pero sin concentrarse en ellos sino por pura inercia, es el formalismo que Jesús reprochaba a los fariseos.
Pero, de hecho, eso es lo que hace la inmensa mayoría de gente en navidad: profanación y formalismo. Esa inmensa mayoría, tanto creyentes como ateos, lo que hacen es divertirse, salir, beber, comer y otras cosas que estaría feo decir explícitamente. Utilizan una fiesta religiosa para hacer todo lo que la religión dice que no hay que hacer. En cierto modo, celebran todo un homenaje a los pecados capitales: gula (comilonas), pereza (vacaciones), lujuria (desenfrenada), codicia (consumismo) y en la sobremesa, muchas veces, envidia, soberbia y hasta ira. Más que unos días para concentrarse en la religión parecen días de permiso para vivirlos como si no hubiera religión y hacer todo lo que ésta prohíbe normalmente. Más que días de recogimiento son días de licencia para pecar. ¡Si hasta se coloca a un caganer haciendo lo que hace uncaganer en medio del belén! ¿Puede haber mayor profanación que esa?
Los ateos, evidentemente, no van a misa estos días, ni rezan ni piensan en el niño Jesús como salvador de no sé qué pecados. Pero la mayoría de creyentes, si lo hace, es por el puro formalismo que criticaba Jesús de Nazaret. Ni para unos, ni para la mayoría de los otros, lo importante es el aspecto puramente religioso. Desde luego que unos y otros están celebrando algo, pero para nada es el nacimiento de ningún niño-dios ni nada que se le parezca. Haciendo la analogía, la navidad es una fiesta tan respetuosa de la religión como votar al PP puede ser una forma de lucha comunista.
La navidad, tal y como se celebra, es una grandísima profanación, y si acaso, un formalismo. Pero no es una fiesta religiosa de hecho. Es más, cuanta más gente no-religiosa la celebra, menos religiosa es, pues pierde esa carácter religioso, sagrado, separado o especial, para adoptar otro profano, vulgar, común o corriente que la desacraliza, la profana, la pervierte. Si sigue así, le pasara como a la fiesta de Samhain, origen de Halloween. En su momento fue una fiesta religiosa pagana de culto a los espíritus. Pero hoy en día es una fiesta sin más. Posiblemente, dentro de un tiempo, la navidad sea otro halloween: una fiesta sin más, cuyo origen religioso será puramente histórico y anecdótico. Y si esto pasa no será porque la gente no la celebre, sino por lo contrario, porque mucha gente la celebrará y la vulgarizará, eliminando su carácter religioso por profanación del mismo.
Negarse a celebrar la navidad por sus connotaciones religiosas y pretender vivir como si en estos días no pasara nada, paradójicamente, es una forma de sacralizar la navidad, de reconocerle su carácter sagrado, especial, reservado para la religión. Es como decir que es una fiesta religiosa que solo deben celebrar los religiosos, reforzando así su carácter religioso. Sin embargo, al profanarla celebrándola, se reduce ese carácter religioso. Es como la imagen icono-pop del Ché Guevara: al convertirse en un objeto de consumo y adorno de todo el mundo ha perdido su carácter revolucionario. Ya no significa nada. En otro momento, la cara del Ché en la solapa o la camiseta quería decir algo, ahora solo significa que vas a la moda.
Por extensión, toda fiesta religiosa es susceptible de profanación cuanta más gente aproveche la festividad para hacer cualquier cosa menos las religiosas que, en teoría, deberían hacerse durante esos días. Por tanto, feliz navidad, feliz semana santa, feliz hannuka, feliz ramadán, y felices fiestas de todas las religiones.
Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.