Finalmente me tomé el tiempo para ver el fulminante discurso ateísmo “firebrand” de David Silverman, el cual inspiró varias reacciones en mi. No se puede negar que la intrusión inadecuada de la religión en nuestras vidas ha tenido el efecto de dar a luz un movimiento ateo militante. Se podría decir que se trata de una necesidad moral de nuestros tiempos y que si la religión no se hubiera vuelto política, no habría necesidad de un secularismo político.
Por ejemplo, Daniel Radcliffe dijo recientemente: “Yo soy ateo, y soy ateo militante cuando la religión comienza a impactar sobre la legislación”. Veamos como no siempre es militante: sólo cuando se trata de la legislación, de la política, de cambios sociales regresivos en vez de progresivos, que siente la necesidad de ser militante.
No todo el mundo encuentra ventaja en ser militante. Las tensiones surgen cuando la militancia se convierte en una fuente de conflicto dentro de nuestras familias y relaciones personales, y uno debe elegir entre el conflicto, el armario o la ataraxia.
En una de mis conversaciones con ateos “firebrand” en facebook, ellos me argumentaron que a menos que los ateos empiecen a salir del armario en masa, y con orgullo asuman la etiqueta de ateo, y que veamos una normalización del ateísmo, habrá marginación y exclusión. Eso se entiende. A pesar del aumento del laicismo en los últimos años, los ateos siguen siendo uno de los grupos más odiados en Estados Unidos.
Pero luego, algunos de estos ateos “firebrand” hacen llamados a obligar a otros a salir del armario, a llamarlos hipócritas, cobardes, y otros nombres si no salen del armario. Es aquí que surge un problema: puede ser costoso para muchas personas salir del armario. El ateísmo (militante o no) puede crear acaloradas discusiones con familiares, colegas del trabajo y amigos, e incluso la posibilidad del exilio y la alienación en comunidades y familias profundamente religiosas. Muchos ex-mormones experimentan alienación profunda y están condenados al ostracismo, convirtiéndose en parias para siempre en sus propias comunidades, y los ex musulmanes a veces tienen que temer por sus vidas cuando salen del closet ateo (como bien hemos visto con los bloggers de Bangladesh). Muchas iglesias y familias cristianas no son diferentes.
Por otra parte, hay quienes sostienen que denominarse ateo no es necesario ni tiene sentido. AC Grayling lo compara con etiquetarse a sí mismo “un no-colectador de sellos” y dijo famosamente: “¿Cómo se puede ser un ateo militante? Es como dormir con furia“.
Cuando se le preguntó “¿Existe Dios?”, el Dalai Lama sonriendo dijo: “No sé”. Hay muchas clases de ateos, del militante al budista muy religioso, al filósofo epicúreo que simplemente quiere una vida de ataraxia y tranquilidad, que simplemente no quiere verse molestado con conflictos innecesarios con extraños o seres queridos. Incluso hay “atheists for Jesus“. Un ateo no tiene que ser un militante. Un ateo no tiene que ser nada. Salir del armario siempre debe ser una elección personal basada en convicción, prioridades y cálculo hedonista.
En lugar de obligar gente a salir del armario, una estrategia necesaria debe ser educar a la gente. Muchas universidades tienen un “día de preguntarle algo a un ateo” y otras oportunidades para el diálogo entre laicos y religiosos, que no sólo ayudan a luchar contra los prejuicios, sino también ayudan a los ateos del closet a encontrarse unos a otros. Un ateo militante debería, idealmente, ser un aliado amigable y atento en el proceso de salir, no el bully que empuja al exilio a un joven vulnerable contra su voluntad. Si una persona no se siente seguro de salir, entonces lo que hay que hacer es ayudar a que la gente se sienta más a salvo al salir. Organizaciones como openlysecular.org están haciendo mucho trabajo en este sentido.
El filósofo Alain de Botton introdujo el ateísmo 2.0 en un discurso TED donde evalúa, en base a sondeos y estudios, cuales tácticas han sido mas efectivas, y cuales menos efectivas, en batallar el prejuicio anti-ateo. Aboga por un ateismo menos militante, más amable, más curioso y afirmativo; también más inclusivo de las mujeres y otros grupos étnicos.
En general, estoy de acuerdo con las ideas expresadas en ateísmo 2.0. Sin embargo, específicamente utilizo el término ateísmo 2.1 debido a que una relación dialéctica está evolucionando entre la filosofía epicúrea y el nuevo ateísmo que nos obliga a hacer esfuerzos concientes por recordar que el verdadero objetivo de la vida es la felicidad. Es fácil perder de vista el placer y la ataraxia que busca nuestra propia naturaleza en nuestras discusiones políticas.
Algunos argumentan que un verdadero epicúreo no debe ser militante en lo absoluto; que los maestros antiguos dijeron “lathe biosas“: vive tranquilo. No estoy de acuerdo con esto. Muchos, como Thomas Jefferson, han sabido balancear la vida filosófica con la vida de activismo. Siempre se debe aplicar el cálculo hedonista. En muchos casos el beneficio a largo plazo que emerge de salir del armario es mucho mayor que las pérdidas. Así es como puede ser apropiado ser, a veces, militante. Un filósofo no tiene porque ser un ermitaño. De hecho, una de sus responsabilidades es decir la verdad a la sociedad. Nunca debemos malinterpretar lathe biosas como un llamado a escapar la sociedad, la realidad y la vida: ese es exactamente lo contrario del realismo de nuestros predecesores.
El ateísmo 2.1 probablemente se pueda denominar como ateísmo de ataraxia, calculado, ecuánime, filosófíco y placentero, en comparación con el controvertido ateísmo militante. Pero, de nuevo, el tener un compromiso con nuestra paz y con una vida intelectual robusta no quita que, a veces, podamos y debamos dar una medida de militancia.
Tal vez fijar una etiqueta particular no resuelva plenamente las tensiones inherentes a esta relación dialéctica entre el ateísmo como una necesidad moral de nuestros días (nuestra cultura) y la ataraxia como una necesidad ética eterna de la condición humana (nuestra naturaleza); pero establece el tono para un tipo diferente de conversación donde nunca perdamos la noción de la felicidad y tranquilidad que busca nuestra propia naturaleza, al menos para aquellos de nosotros que hemos elegido filosofar primero y luego, tal vez, ser militantes.