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Atacar al feminismo para socavar la democracia

Necesitamos que nuestras estrategias salgan de los marcos patriarcales de disputa que tanto daño están haciendo. No abandonar las calles, es más, tenemos que recuperarlas; pero tampoco podemos abandonar la ternura, la empatía, el cuidado…

Los movimientos feministas siempre han sido una fuerza de resistencia creíble. Quizá, por esto, sean la potencia más temida por los fundamentalismos anti-derechos y anti-género. Fundamentalismos religiosos y políticos que llevan actuando desde hace años como una gigantesca corporación patriarcal que ha destinado mucho esfuerzo y dinero a generar una estrategia coordinada a nivel internacional que no solo impida el avance de los derechos humanos (de mujeres, comunidad LGBTIQ+, personas racializadas, migrantes, refugiadas, minorías étnicas…) si no que los haga retroceder hasta el punto de la historia patriótica de cada Estado en el que poder político, económico y religioso eran ilimitados y absolutos.

Una parte clara de esa estrategia internacional se sabe que se basa en fórmulas comunicativas y propagandísticas demoledoras que fueron ideadas por Joseph Goebbles durante el nazismo y cuyos resultados en cuanto a la capacidad de manipulación y deshumanización son difícilmente cuestionables. Lograron su objetivo, hacer que todo un país y una sociedad fuera parte activa o cómplice de la maquinaria genocida y asesina que pusieron en marcha. El nazismo ni alcanzó el poder ni cayó por un golpe de Estado, gobernó gracias a las urnas y sus mentiras y si fue derrotado fue como consecuencia de una guerra mundial. Una trayectoria muy similar a la que ha emprendido Putin y sus discípulos más avanzados, Lukhasenko y Orbán.

Releer los once principios de Goebbles y compararlos con las estrategias de comunicación de Vox, de Ayuso y MAR, y de forma intermitente con la del PP, pone los pelos de punta. Desde el primero al último. Solo centrando la mirada en alguno de ellos se destapa la emulación. Por ejemplo, en el Principio de simplificación y del enemigo único que reduce toda la complejidad a una única idea, un símbolo, un enemigo fácilmente identificable (la inmigración ilegal, los comunistas, los menas, los filo-etarras, la ideología de género…). Esta fórmula de manipulación, que ya la utilizó el franquismo, además provoca en la ciudadanía una desconfianza en el sistema democrático como si este no tuviera mecanismos suficientes para desactivar las amenazas que pudieran existir para la seguridad nacional. Otro de los principios recurrentemente utilizados por la derecha descentrada es el Principio de la transposición, es decir, poner sobre el adversario lo que uno hace mal. Un claro ejemplo de esto es la acusación que se hace al feminismo, a los movimientos LGTBIQ+ o a la izquierda de adoctrinar en las aulas cuando basta mirar los idearios y proyectos educativos de determinados centros religiosos concertados y privados para comprobar dónde y en qué temas se están pisando las líneas rojas de una educación basada en valores democráticos conforme a lo que recoge nuestra Constitución. 

Precisamente, el uso del concepto “ideología de género” por parte de los líderes de estos fundamentalismos políticos y religiosos trata de desactivar la legitimidad de los derechos humanos a la hora de definir las políticas públicas y reforzar la convivencia democrática. Parte de esa estrategia comunicativa internacional es reproducir los mismos argumentarios y mantras (adaptados a cada contexto cultural y religioso) en Latinoamérica, Estados Unidos, Asia, África y Europa. De las experiencias del Brasil de Bolsonaro, los EEUU de la era Trump o la Hungría de Orbán podemos extraer una misma conclusión: el avance de gobiernos de derecha y ultraderecha ha socavado la democracia y ha supuesto no solo un retroceso en los derechos humanos de las mujeres, de las personas LGTBIQ+, las racializadas y las que migran de sus países, especialmente, sino también un aumento del acoso, hostigamiento y violencia hacia estas personas y las y los activistas que forman parte de las organizaciones y movimientos sociales que los representan. 

Es innegable que España se encuentra en un momento determinante ante la posibilidad de que estos discursos anti-derechos y anti-género vayan ganando legitimidad social y se vaya conformando una base política, cultural e institucional que lleve a banalizar la gravedad de estas ideas extremistas anti-democráticas al “votante corriente” cuya capacidad de comprender la complejidad que hay detrás de estos fundamentalismos es limitada por falta de tiempo, conocimientos, capacidad…, no necesariamente por ignorancia. Hay votantes que se dejan atrapar por mensajes facilones y populistas como el del cartel que puso Vox en el metro de Madrid comparando el dinero de una pensión con el de una plaza en un centro de protección para niñas y niños, también extranjeros. Un cartel electoral perfectamente armado desde ese otro principio goebbleliano que es el de la vulgarización y de los que, sin duda alguna, veremos muchos en las elecciones andaluzas. 

Dadas las circunstancias, dados los hechos y dado el grado de instalación del discurso anti-derechos y anti-género en la política, las instituciones y las calles, no nos queda otra que invertir el mismo esfuerzo en impedir los anunciados retrocesos. Necesitamos que nuestras estrategias salgan de los marcos patriarcales de disputa que tanto daño están haciendo. No abandonar las calles, es más, tenemos que recuperarlas; pero tampoco podemos abandonar la ternura, la empatía, el cuidado, el contacto físico, el respeto, la cercanía, la honestidad, el debate colectivo constructivo y la inteligencia emocional. En el feminismo se llama “sororidad”, en los derechos humanos “dignidad”.

Y, por último, no podemos abandonar la rabia pacifica, legítima y creativa. De esto sabemos mucho el colectivo LGTBIQ+. Hacerlo es entregarnos al adversario que desprecia nuestras vidas porque solo piensa en sí mismo y en los suyos. Por eso, a los fundamentalismos anti-derechos y anti-género les gustan tan poco los feminismos diversos porque representan su polo opuesto, la reivindicación de la vida frente a la necropolítica y la bandera de la libertad común frente al individuo. No soportan el protagonismo de los feminismos porque es la narrativa y experiencia más creíble de una democracia sin privilegios ni privilegiados. 

(Para más información recomiendo leer la investigación: de Ataques a la democracia en Europa y América Latina. Voces desde los feminismos, impulsada en el marco del proyecto On The Right Track)

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