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El arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz (d), acompañado por el jefe del Ejecutivo asturiano, Adrián Barbón (i), en el marco de la eucaristía celebrada con motivo de la festividad del Día de Asturias este jueves en la Basílica de Covadonga Eloy Alonso|

Asturias y democracia okupadas cada 8 de septiembre en Covadonga

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

La RTPA debería emitir la misa de Covadonga del 8 de septiembre en blanco y negro. Hace años visité la Alcazaba de Almería y los que tenían a cargo guiar la visita iban vestidos de época, hablaban un castellano con acentos antiguos y diluían las explicaciones en una actuación teatral, entre didáctica e informal. Podríamos añadir el detalle a la misa del día 8. Sería pedagógico que se retransmitiera en blanco y negro y con los políticos y autoridades vestidos en trajes de otras épocas (con el arzobispo no haría falta cambiar nada, su traje y todo él ya es de otras épocas), para recordar a la población cómo eran las sociedades hace mucho mucho tiempo; porque estos Días de Asturias remejidos con Santina y arzobispo ultra forman un engrudo de tiempos antañones de los que dan acidez.

La tradición es la razón por la que la Iglesia reclama actos cíclicos en que el poder político figura subordinado a la jerarquía eclesial en rituales de mucha atención colectiva. Quién puede oponerse a la tradición. Las tradiciones son inofensivas porque, por definición, no tienen finalidad práctica. Son fósiles de actos colectivos cuya función ya nadie recuerda. Son identitarias, están en núcleo del complejo simbólico que nos hace sentir parte de algo mayor que nosotros mismos y que retiene esos vínculos intergeneracionales por los que percibimos nuestra comunidad como algo que pervive en el tiempo. Quién puede enfrentarse a las tradiciones, si son inofensivas y expresión de lo que somos. Desde estas verdades a medias, el arzobispo se cuela a empellones cada 8 de septiembre en nuestra vida pública y hace su numerito carcamal, con asentimiento del poder político, la afluencia gratis que da la tradición y el despliegue habitual de medios. Un chollo.

Todos queremos las tradiciones, pero llevan muchas veces en su vientre valores petrificados de otras épocas. Llevando el respeto a las tradiciones hasta la rigidez, los rituales pueden convertirse en durezas y deformaciones de esclerosis. A veces las conductas y valores vehiculados por ciertas tradiciones crujen con tal estrépito con la sensibilidad actual que parece sensato espigarlas, para apartar lo inservible, y retocarlas en lo que ya no puede actuar de vínculo intergeneracional. En una casa, y dentro de lo inservible, una cosa son los recuerdos y otra la porquería. Deberíamos hacer purgas de vez en cuando en el trastero. Supongo que la tradición ancestral de las Feroes de matar focas hasta que la sangre rodee de rojo las islas merece una revisión. Ahora que se fue con Isabel II su gigantesco simbolismo histórico, habrá más británicos que, al limpiar el trastero patrio, se preguntarán para qué quieren la monarquía. En España estamos dejando siempre para más adelante si llevar de una vez al punto limpio el trasto este del Senado, con lo que ocupa y consume. Si los británicos, ante la desaparición de Isabel II, pueden preguntarse qué hacer con la monarquía, con más razón habrá que preguntarse qué hacer con una oficina para defender el idioma patrio sin Toni Cantó. Y estos son los días de comienzo de curso en los que los profesores y profesoras querrían entrar con remango en el trastero de papeles y programaciones y hacer una limpieza inmisericorde de porquería burocrática.

La Iglesia y los ultras, tanto monta, acostumbran a sobreactuar el amor por las tradiciones y otros símbolos para utilizarlas como caballo de Troya desde el que bombear en el presente los valores de un pasado que siempre fue peor. El simbolismo de las tradiciones que exigen ausencia de mujeres es feo. Y el de las tradiciones que exigen a un poder político democrático agachar la cabeza contrito y mudo ante las admoniciones de la jerarquía eclesiástica es también feo y solo cabe dignificarlo tomando ejemplo de la Alcazaba de Almería: con trajes de época y con cierto cachondeo. El laicismo es condición de la democracia. No consiste en quemar curas ni monjas, consiste en que ellos no nos digan lo que tenemos que hacer sino aquellos a los que votemos. Y justo lo que simboliza la ceremonia de Covadonga cada 8 de septiembre es la supeditación de la democracia a la Iglesia. Y no es porque vaya o no el Presidente a misa, que allá él. Es porque el acto central y de máxima repercusión del Día de Asturias esté protagonizado por el arzobispo. El fundamentalismo religioso arrecia con fuerza porque está muy financiado por las oligarquías. En estos tiempos es especialmente importante recalcar que no hay democracia sin laicidad, que todo el mundo puede corear su credo como quiera, pero que las leyes no pueden estar supeditadas a los dogmas de obispos, rabinos, imanes o lo que toque (cada uno se queja del callo que tiene en el pie). La Iglesia y sus correligionarios conservadores políticos quieren asegurar lo contrario, la influencia institucional de credos religiosos, que siempre tienen que ver con sociedades jerarquizadas, segregación de la mujer e intolerancia a la diversidad (hasta el matrimonio civil les parece un desorden). El párroco de San Pedro fue explícito en su berrinche porque la alcaldesa no asistió a la bendición del agua. El muy cachondo dijo que la laicidad era «arcaica» y «esotérica». Lo de arcaica debe ser por falta de estudio. La aparición de la democracia es posterior en el tiempo a los despotismos. Decir que la democracia (la laicidad es una de sus condiciones, como la división de poderes) es arcaica es un gazapo que se arregla con la Wikipedia. Lo de utilizar «esotérica» para referirse a la laicidad supongo que se debe a que de vez cuando hay que meter alguna esdrújula para parecer culto, porque se me escapa la metáfora.

La cuestión es que es Sanz Montes sale cada 8 de septiembre del caballo de Troya de la tradición que esparcir sus espumarajos ultras. Le ofende un Gobierno que miente sin sonrojo, dice sin sonrojarse él mismo, cuando su partido político se destaca por el uso sistemático y planificado de bulos (me refiero a Vox, que parezco un obispo con tanta media palabra); le aterran los totalitarismos de Venezuela y Nicaragua, los que no nos amenazan, no los de Hungría y Polonia, que los tenemos casi en la cocina; se refiere a la eutanasia y el aborto con unos términos que nos recuerdan que la Iglesia fue pionera, no en la crispación, sino en el lenguaje torticero de odio y sectarismo que después llevó a las instituciones la ultraderecha. No importa lo que este activista piense de la democracia y de determinados derechos. Lo que importa es que su furor sea cada año la parte central del Día de Asturias.

La Iglesia cada vez tiene que menos influencia en las conductas de la gente. Los católicos se divorcian igual que quienes no lo son; tienen sexo dentro y al margen del matrimonio como los demás; no tienen más prejuicios con la homosexualidad que el resto de la población. Cada vez es menos escuchada, pero cuesta mucho dinero sin justificar. Repiten el mantra de su labor social y lo que ahorran al estado en atenciones y cuidados. Nada mejor que el bíblico «hágase la luz» para que nos convenzamos todos, porque sus cuentas siguen siendo opacas e impunes. Baja su influencia, pero es una institución okupa. Nadie los desaloja de esas 34000 propiedades en las que entraron e inmatricularon. Okupa cada vez más la educación con dinero público y artes torticeras. Y okupan muchas tradiciones identitarias para derivarlas a sus propios intereses ideológicos y propagandísticos. El Día de Asturias nació okupado al enredarlo con el día de Covadonga y la misa correspondiente. La cosa empeoró cuando llegó al obispado un activista ultra que aprovecha la tradición y la confusión para hacer sus proclamas fanáticas desde el núcleo de los actos institucionales del Día de Asturias. Una okupación, de Asturias y la democracia, en toda regla. Cada año.

¿Considera Barbón que en el Día de la cosa que él preside está él en tal ritual representando a Asturias o al socialismo? Mientras nos aclara o no una cosa así, volvamos a nuestro trastero para recordar lo obvio: una cosa son los recuerdos y otra la porquería.

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