Comentarios del Observatorio
Este artículo muestra una clara visión clerical, contraria al laicismo en tanto que pretende una influencia de una determinada confesión religiosa sobre el conjunto de la sociedad a través del sistema político.
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Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:
El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.
El próximo 19 de noviembre se realizará, Dios mediante, la segunda vuelta electoral para definir quién será el próximo presidente de los argentinos. Esta elección tiene alguna particularidad que puede resultar de interés para todos los lectores de este sitio, a lo cual me referiré luego; pero antes quisiera mencionar el tema del voto católico y de los principios o valores no negociables que en su momento definiera Benedicto XVI.
Continuidad entre las creencias religiosas y las convicciones políticas. El “voto católico” es un sintagma que tiene varios significados según qué se entienda por católico. Si se entiende como población que de acuerdo a las estadísticas es católica, no estamos hablando de un voto homogéneo porque existe mucha gente que no que no es practicante, o que no tiene una formación mínima, y por ende sus preferencias políticas se encuentran desvinculadas de condicionantes o motivaciones de índole religiosa. Luego, es razonable pensar que en esto último existen matices, que van desde “escasamente condicionados” hasta “muy condicionados” pasando por “medianamente condicionados” por sus creencias religiosas.
Probablemente el tramo de “medianamente” a “muy” condicionados tampoco sea totalmente homogéneo porque para algunos predomina el aspecto sentimental y le quitan relevancia a temas doctrinarios como -por ejemplo- los valores no negociables. En conclusión, en estas líneas llamamos voto católico al de las personas formadas, aunque sea de manera elemental, en el Catecismo y la doctrina social de la Iglesia.
En 2018, no obstante, ocurrió en la Argentina un episodio notable en lo que hace a la continuidad entre la fe y la política, en forma masiva, cuando se generalizó en la sociedad el debate sobre un proyecto de ley de aborto. En esa circunstancia, la mayor parte de la opinión de los católicos (nobleza obliga, al igual que la opinión de las iglesias evangélicas) se manifestó a favor de “las dos vidas”, extendiéndose esa posición en “forma transversal” en todos los estamentos sociales. Luego volveré sobre este hecho histórico.
Cabe acotar que de los tres candidatos con posibilidades políticas de ganar la presidencia (antes de la primera vuelta, naturalmente) sólo Javier Milei se definió en forma explícita y reiterada, en contra de la ley de aborto, ya vigente en la Argentina. También lo hizo respecto del derecho de los padres a educar a sus hijos. En tanto, sus adversarios eludieron estos temas porque en sus respectivos espacios tienen gente a favor y en contra, de modo que era -y sigue siendo- una cuestión divisiva. Pero más allá del oportunismo, lo cierto es que los antecedentes de tales postulantes no daban lugar a dudas de que, ni la ley ni la dinámica abortista que anima el sistema de salud, iban a ser siquiera moderadas; al igual que la ideología de género en el ámbito educativo.
Los valores no negociables de Benedicto XVI. Por lo anterior, tengamos presente que, cuantitativamente hablando, estos valores tienen un escaso impacto en los católicos “estadísticos”. Lo cual no quita que para el católico formado sí tienen una significación enorme, cualificada por la materia, tanto como por el autor.
Pero conviene dejar sentado que a veces no se comprende el alcance práctico de esta enumeración de valores; a saber cuatro, a los que Benedicto en ocasiones llama principios. Es evidente que los mismos no vienen a reemplazar el conjunto de la Moral católica, ni siquiera en lo que se refiere a la actuación del católico en política. Por lo tanto, no son los únicos valores no negociables y no es negociable todo lo que está fuera de esta enumeración. Es decir son valores no negociables, pero no “los únicos” valores no negociables.
Luego, cabría considerar en qué consiste esto de la “negociabilidad” para el católico, sobre todo en contextos políticos como el presente donde tener candidatos comprometidos como católicos no es la regla sino una rara excepción. Sucede que algunos católicos formados, al momento de votar, hacen una especie de “test de los cuatro valores”, en el cual –siendo estrictos- ningún candidato saca una buena nota y por lo tanto, la conclusión muchas veces consiste en “no puedo votar porque nadie es digno de mi voto; o “no existe el candidato que nuestra querida patria merece”. En conclusión, la decisión suele ser la abstención. No me refiero con esta descripción a quien el recto juicio de su conciencia moral le prescribe en determinada circunstancia la abstención, sino a quien -mal interpretando la enseñanza benedictina- utilizan el criterio de los valores no negociables como excusa para abstenerse. Afortunadamente la mayoría del buen pueblo católico –con formación o sin ella- no piensa así porque, en una expresión del buen sentido de la gente del común, se juega en apoyar y votar lo que considera mejor. Aún a riesgo de equivocarse. Por cierto, también se equivocan los abstencionistas.
El primer principio del orden moral y unas instrucciones de San Pio X. Todo el orden moral, y por cierto la moral política, depende del principio de hacer el bien y evitar el mal. Evitar el mal no es una frase retórica u ornamental, sino principio básico del obrar humano, tan básico como el de hacer el bien. ¿Y qué bien estoy moralmente obligado a hacer? Obviamente el que puedo hacer, el que está a mi alcance hacer. Del mismo modo, estoy obligado moralmente a evitar el mal en cuanto esté a mi alcance hacerlo.
En 1909 se publicó en España, en un periódico conservador liberal, la transcripción parcial de unas instrucciones del Papa Pío X para la actuación política de los católicos españoles, las que al parecer no estaban destinadas en lo inmediato a ser publicadas. Luego, el diario católico integrista Siglo Futuro procedió a la publicación completa de su contenido, sin negar el origen, aunque sin transcripción de los destinatarios de la instrucción de marras. En 1911 finalmente la Santa Sede remitió un documento -casi idéntico- al Cardenal primado de España para su publicación, lo cual en definitiva constituye el mayor aval a la autenticidad del texto anticipado. Esta información proviene de una investigación del P. Javier Olivera Ravasi SE, quien transcribe en su Blog ambos documentos y a cuyo estudio remito.
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Voy a utilizar el texto oficial de 1911 por razones obvias, y a modo de complemento el N° 8 del texto “filtrado”. Es evidente la pertinencia de las instrucciones para los católicos de todas las naciones, a pesar del tiempo y de los enormes cambios ocurridos. Más aún, diría que son más imperativas que nunca.
La 5a. establece que Lo bueno y honesto que hacen, dicen y sostienen las personas pertenecientes a un partido político, cualquiera que éste sea, puede y debe ser aprobado y apoyado por cuantos se precian de buenos católicos y buenos ciudadanos, no solamente en privado, sino también en las Cámaras, en las Diputaciones, en los Municipios y en toda la vida social. La abstención y oposición a priorison inconciliables con el amor a la Religión y a la Patria.
En tanto la 11a. reza En las elecciones todos los buenos católicos están obligados a apoyar no sólo a sus propios candidatos, cuando las circunstancias permitan presentarlos, sino también, cuando esto no sea oportuno, a todos los que ofrezcan garantías para el bien de la Religión y de la Patria, a fin de que salga elegido el mayor número posible de personas dignas. Cooperar con la propia conducta o con la propia abstención a la ruina del orden social, con la esperanza de que nazca de tal catástrofe una condición de cosas mejor, sería actitud reprobable que, por sus fatales efectos, se reduciría casi a traición para con la Religión y con la Patria.
En lo que respecta al deber moral del católico en la política, va de suyo que el documento no canoniza el abstencionismo, salvo en forma excepcional, siendo la regla la participación en el orden que a cada uno le compete. Pero sin claudicaciones; Los que entran a formar parte de un partido político cualquiera deben conservar siempre íntegra su libertad de acción y de voto para negarse a cooperar de cualquier manera a leyes o disposiciones contrarias a los derechos de Dios y de la Iglesia (…) [8a. instrucción “oficial”]. En definitiva, la directiva supone que un católico que participa en un partido político, que es imperfecto (como siempre lo son, en menor o en mayor medida), ya fuere legislador, ya simple militante o adherente, no puede comprometer ni mucho menos renunciar a determinados valores. Pero no indica que deba abstenerse de toda participación, sino que no debe claudicar respecto de leyes o disposiciones contrarias a los derechos de Dios y de la Iglesia, o de ciertos valores, como aporta luego Benedicto.
En tanto, parte de la Inst. 8ª “filtrada” en 1909 habla de que debe procurarse la representación política de personas dignas, pero añade Donde esto no es posible, nos uniremos con prudente gradación con todos los que voten por los menos indignos, exigiéndoles las mayores garantías posibles para promover el bien y evitar el mal. Abstenernos no conviene, ni es cosa laudable, y, salvo tal vez algún rarísimo caso de esfuerzos totalmente inútiles, se traduce por sus fatales efectos en una casi traición a la Religión y a la Patria. Este párrafo se retiró del texto oficial posterior, pero es coherente con el principio rector de obrar en orden a promover el bien y evitar el mal.
La clave del obrar del católico en política práctica. Las instrucciones de San Pio X indican que el principio es la participación, según el estado de cada uno, y la excepción la abstención. También nos sirve para interpretar rectamente cómo funcionan los principios no negociables expuestos por Benedicto XVI. Esta idea fue expuesta por el Papa teólogo en diversas intervenciones, pero nunca fue desarrollada sistemáticamente ni expuesta como tema central de un documento pontificio. En la Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis, expresa en el N° 83 Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística (…) En efecto, el culto agradable a Dios (…) exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana (…).
Como bien se ha señalado, tres de los cuatro valores mencionados pertenecen a un orden particular, en tanto que la promoción del bien común en todas sus formas y el apoyo a las leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana tienen una generalidad tal, que se relacionan con el núcleo de la Teología y de la Filosofía en materia moral. Pero en lo que hace al objeto de esta nota, cabe destacar que estos valores, tres específicos y uno genérico, sin ser los únicos, están propugnados como principios de acción (han de tomar decisiones… presentar y apoyar) lo cual, si bien interpela especialmente a los políticos y legisladores católicos, también lo hace al ciudadano común en su orden; es decir, en cuanto opina y vota. Lo cual desaconseja la actitud de algunos católicos que pareciera se limitan a leer una especie de menú, y si algo no les gusta, se encojen de hombros se vuelven tan tranquilos a su casa.
Un ejemplo y la conclusión. Vuelvo a la histórica jornada del rechazo del Senado de la Nación al proyecto de ley de aborto de 2018. Creo que este resultado, contrario a la agenda globalista y a la mayoría de los factores de poder, no hubiese sido posible sin el protagonismo de un grupo de senadoras, representantes de la Argentina profunda, quienes con tesón e inteligencia lideraron la defensa de la vida. ¿Es que acaso pertenecían a un partido católico? Obviamente no. ¿Eran personas extraordinarias? Creo que se trataba de personas comunes, de dirigentes corrientes, pertenecientes a casi todo el arco de los partidos políticos. Pero en la coyuntura actuaron extraordinariamente bien, porque no claudicaron ante el valor de la vida de la persona por nacer.
El triunfo fue efímero porque dos años después se aprobó la ley de aborto actualmente en vigencia. Sabe Dios cuántos niños no fueron abortados en ese par de años. Este es el mejor ejemplo de por qué los cristianos deben actuar en política, y por qué deben apoyar gente buena en el partido que consideren prudente hacerlo. Si estas Señoras, con mayúscula, no hubieran sido legisladoras porque su electorado católico y evangélico no hubiera querido “contaminarse” votándolas, para muchos niños hubiera sido la diferencia entre la vida y la muerte. Esto vale para miles de actividades donde gente buena, aunque imperfecta, puede obrar el bien; el bien posible, claro, que es el que en conciencia debemos hacer.
En mi razonamiento prudencial entiendo que es fácil detectar el mal que hay que evitar. Lo que otrora fuera un “movimiento nacional y popular” inspirado en principios cristianos, desde hace décadas se ha convertido en un espacio socialdemócrata de izquierda, subordinado en todo a la agenda globalista. Tanto el aborto como la imposición cultural de la ideología de género están orientados a la destrucción de la vida y de la familia, en el ara de la “nueva creación” gnóstica en la que, a la hora de hacer cuentas, los más fuertes devoran a los más débiles. A esto se suma la corrupción estructural y la mala gestión económica que, de acuerdo a los expertos, ha creado las condiciones de una tormenta perfecta. De nuevo, no son los más fuertes quienes van a sufrirla. En cuanto al mayor bien posible, queda en cada cual entenderlo y realizarlo.
José Durand Mendióroz, Abogado, ex legislador y publicista en temas relativos a la cultura de la vida. Profesor de Introducción al Derecho (UCASAL)