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Aquellos valores republicanos

La reciente conmemoración de la fecha de proclamación de la II República Española ha sido mucho más notable que en ocasiones anteriores, debido en parte a las redes sociales que han hecho llegar los colores de la bandera tricolor en forma de flores, corazones, incluso poemas como el No te rindas, de Mario Benedetti, a muchos de nuestros bolsillos en formato móvil, a lo que también ha contribuido la actual situación política de la democracia y la monarquía españolas. Lejos queda ya el paseo solitario de Claudio Sánchez-Albornoz, presidente en el exilio –«España, una y múltiple»– envuelto en la bandera republicana, por las calles de Buenos Aires, cada 14 de abril.

Me cuestiono en qué consisten hoy los ideales republicanos, qué entienden por ellos quienes reivindican la república y si se trata de un cambio en la forma de Estado o algo más y hasta dónde más. Si el cambio que se postula no queda reducido a una coyuntura pasajera, sino a un cambio de valores fundamentales. La República Francesa los tiene a flor de piel, y en la fachada de todos los edificios públicos, resumidamente: «Liberté, Égalité, Fraternité». ¿Y nosotros? ¿Cuáles eran éstos en aquellos tiempos de la II República y cuáles deberían ser ahora?

No hay mejor forma que entender lo que aquellos valores significaron que acudir a las propias fuentes como Alternativa Republicana, y conocer lo que para ellos representa la república. Así, un régimen de participación colectiva, una forma de vida, unos valores que hacen posible una democracia plena. ¿Y cuáles son estos valores? Sin duda, en primer lugar, la libertad, la igualdad y la solidaridad, pero también la ejemplaridad, la deliberación, la responsabilidad, la austeridad, la laicidad, la defensa de lo público, la racionalidad –¡que tanto reclamaba Buero Vallejo, «el sueño de la razón engendra monstruos»!– por citar unos cuantos de sus valores principales.

Centrándonos en la escuela republicana, fue un referente básico, del cual la Institución Libre de Enseñanza o el Instituto Escuela –en València funcionó durante la República en el colegio de los jesuitas, como recuerda Cristina Escrivá– son claros referentes. Como también la Residencia de Estudiantes, por donde pasaron Juan Ramón Jiménez, Luis Buñuel, Federico García Lorca o Salvador Dalí. Allí por citar un botón de muestra, José Moreno Villa pudo escribir el poema La residencia, publicado con motivo de la conmemoración de su centenario: «Las noches son de un silencio absoluto. En un cuarto se «hace» medicina; en otro cálculo infinitesimal; en otro, legislación; en otro, historia; en otro, caminos, puentes, hacia la eternidad, versos». Rigor y esfuerzo, solidaridad y humanidad.

Formar ciudadanos críticos es la principal misión educativa, dice Javier Gomá, pero pide cuidado con formarlos tan suspicaces que queden inhabilitados para ver lo bueno que tienen por delante. Eso fue cierto entonces en la II República y es cierto ahora. El tracto intergeneracional parece interrumpirse ante la desconfianza mutua, entre los calificados casta y los recién llegados. Mientras que los ideales colectivos cohesionan a una sociedad –véase Catalunya– la ausencia de aquellos valores republicanos, que deben transmitirse entre generaciones, la debilitan.

Alejandro Mañes

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

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