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Antonio Aradillas: «En España sobran cruces»

«Prometer», «conciencia», «honor y «Constitución», con conceptos y palabras tremendamente serias como para que a nadie se le ocurra dudar de la veracidad del sentido y contenido de las mismas, y más pronunciadas en acto de tanta solemnidad como el relevo de la presidencia del Gobierno, testigos los representantes de las autoridades de la nación.

Y por esta fórmula, dejando aparte la usual del «juramento», de la Biblia y del Crucifijo, optó el presidente del nuevo Gobierno, suscitando entre los administrados de cualquier clase y condición, comentarios y reacciones de signo diverso. Reflexionar sobre el hecho, es la tarea que afronto, con la levedad de estas sugerencias:

«Prometer» equivale a «comprometerse solemnemente y con promesa de fidelidad, a cumplir con las obligaciones y exigencias que estas conllevan». «Conocimiento o noción interiores del bien y del mal que permiten juzgar moralmente las acciones», es una de las acepciones académicas más certeras del término «conciencia». El «honor» es definido como «la actitud moral que impulsa a las personas a cumplir con sus deberes». La «ley fundamental del Estado -forma o sistema de gobierno», es la definición que a la «Constitución» le proporciona la RAE, con justicia y asentimiento democrático.

La «Biblia» y el «Crucifijo» fueron, y son, considerados como los signos más universales del cristianismo, por lo que es explicable que la desaparición de los mismos en el acto sobre el que reflexiono, genere sorpresas y escándalos en algunos, a la vez que satisfacciones en otros. Lo que resulta gravemente ofensivo y merecedor de desprecio y rechazo por parte de todos, y por encima de todo, es el perjurio, la ritualización de la ceremonia y el sometimiento hipócrita a reglas y costumbres carentes de ética y, ya desde los comienzos, condenadas a su incumplimiento, pese a haberse obligado a ello, con solemnidad y formulismos «religiosos».

Con Crucifijo, con Biblia y con juramento, se cometieron y cometen desdichadamente los mismos, y aún superiores, disparates, atrocidades, arbitrariedades e injusticias, que si hubieran estado presentes tales símbolos en las respectivas «tomas de posesión» y relevos políticos, sociales y aún religiosos. La historia es así de aterradoramente elocuente, con la desventaja -o ventaja, según- de que, como hoy todo se sabe, se guarda y se rebobina, ni siquiera el «santo temor de Dios» y la vergüenza son fuerzas disuasorias para impedir el incumplimiento de los deberes y obligaciones aceptadas en los tiempos eufóricos del triunfo en cualquier actividad de la vida pública.

De todas maneras, es de utilidad tener en cuenta que, a la sociedad actual española, cada día menos clericalizada «por la gracia y misericordia de Dios», actos sin Biblia y sin Crucifijo, serán mucho más frecuentes, por lo que, no hacer de ello otras tantas tragedias, resultará sano, y hasta más santo y evangélico. La idea de la cruz de Cristo, reconocida como el símbolo-signo del triunfo sobre la muerte, se abrió camino en la Iglesia posteriormente a su época romana, siendo de justicia rememorar que también en las culturas anteriores a Cristo, aún en la misma pre-colombina, la cruz de religó con motivaciones sagradas.

Dramáticamente también es digno de recordación el hecho de que en la heráldica, no siempre la cruz ni fue, ni es, signo y sacramento de resurrección y de vida, sino de muerte. Para su demostración contundente, no haría falta recurrir a la cruz «potenciada» que, transformada en «gamada» o «esvástica», incorporó Adolfo Hitler al Partido Nacional Socialista alemán, como «símbolo de la lucha del hombre ario».

En los diccionarios bíblicos se hace documentada referencia a la cruz como medio e instrumento de ejecución entre los persas y posteriormente entre los romanos, aplicado a los siervos no romanos, También es frecuente la referencia, en sentido figurado, como signo de seguimiento de Cristo, con constancia además de que hubo se ser empleada la cruz como adorno, en ámbitos y ritos litúrgicos o para-litúrgicos.

Todo el contenido «cristiano» del que es portador el signo de la cruz como objeto de lujo, de adorno y de poderío, se pierde, malgasta y profana. De los atuendos y paramentos sobre todo episcopales, sobran muchas cruces. Exhibidas, por ejemplo en el «retablo» barroco de orondos pechos «pastorales», la cruz, como tal, se expone a multitud de interpretaciones, con excepción de las que sean substantivamente religiosas.

Ante hechos como el que comento, prepararse y preparar a la Iglesia y a su jerarquía en España, para prescindir, más pronto que tarde, de no pocos privilegios adquiridos, rubricados y sancionados en los últimos tiempos, es ya medida de prudencia lógica y elemental. El recurso a que fueron firmados con carácter indeleble, y otras lindezas, carece de consistencia a la luz de la historia y de la política, y en una sociedad mucho más abierta, como la que hoy se demanda. Tratos preferenciales para opciones religiosas concretas están a punto de ser descartados -guste o no- , con razonamientos simplemente democráticos. Del tiempo será la penúltima palabra.

Antonio Aradillas

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

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