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Antonio Aradillas: «El machismo de la Iglesia es inmoral»

Es posible que en estos, como en otros temas, poner por testigo y tutor al diccionario de la RAE resulte lo más congruente y certero. Recurrir a los manuales de Teología Moral, con sus diversas escuelas y procedencias filosóficas, embrollaría y complicaría incomprensiblemente más, que limitarse a hacer uso de la terminología del pueblo registrada con autoridad y vigencia en los diccionarios.

Los términos claves en mi reflexión son estos: «Machismo» («actitud o tendencia discriminatoria que considera al hombre superior a la mujer»); «Iglesia» («comunidad formada por todos los que viven la fe de Jesucristo») con prevalente mención para su jerarquía constituida por el papa, sacerdotes y obispos, y no también por seglares; «Inmoralidad» («disconformidad con los valores establecidos y de las acciones, con los caracteres humanos respecto a su bondad o maldad, o relacionados con ellos»).

Desde tal perspectiva someramente semántica y gramatical, me limito a conquistar- reconquistar, entre otras, estas reflexiones:

En la Iglesia, y más en la católica, apostólica y romana, se registran notables cantidades de machismo. Muchas más que en cualquier otra institución de carácter civil, profesional, laboral, político y convivencial, sin olvidar que, por su condición de Iglesia y por cristiana, el relieve y la importancia son siempre superiores.

El mismo léxico común, a la vez que el eclesiástico, oficial y litúrgico es sistemáticamente discriminatorio, siempre en inequívoco perjuicio de lo femenino. Y además, y sobre todo, con las bendiciones, indulgencias, plácemes y satisfacciones sagrados.

De la simple y literal lectura de los Libros Sagrados, así como de tantas interpretaciones de carácter teológico-«dogmático», y de las normas -gestos y signos- litúrgicos-, solemnes o no tanto, la mujer equivale y es considerada «pecado» u «ocasión de pecado», por lo que su condición «vocacional» no es otra que la del rechazo ético-moral, sierva y servidora del hombre a perpetuidad.

 

En este contexto elementalmente «religioso», repetidamente se les pasa por la mente y el corazón a las mujeres la duda de que ellas -por mujeres- sean y ejerzan de verdad como personas aún dentro de la institución eclesiástica, limitándose a ser y a ejercer de madre, esposa, hija, o «amiga», por decirlo de piadosa-impiadosa manera.

Ni aún la condición vocacional de monja de clausura o de las otras, las libra de la servidumbre y marginación de que, por mujeres, son portadoras, con aportación de argumentos bíblicos, y de los «Santos Padres», de doctos teólogos y severos célibes canonistas, con consciente eliminación en no pocos casos de comportamientos hipócritas, que contradicen sus prédicas, los artículos de la fe y los sagrados mandamientos.

La afirmación constatada, comprobada y padecida por las propias mujeres y algunos hombres dentro y fuera de la Iglesia, lleva consigo terribles y aterradoras consecuencias por ejemplo, en relación con la educación, al contar con tantos colegios «religiosos» y algunos privilegios. Disponen además de los actos de culto, catequesis y adoctrinamientos en los que potencian al máximo el enaltecimiento «inmoral», del hombre por varón, en el trato -también sexual- que le es aplicado a la mujer, por el hecho de serlo.

Idéntica reflexión es preciso efectuar acerca de los medios de comunicación social en general de los que son propietaria la Iglesia y sus instituciones, así como los de aquellos otros en los que ejercen su influencia directa o indirectamente. Tanto o más «inmorales» en la relación machismo-Iglesia son los medios de propiedad eclesiástica o tutelados por ella, que los de instituciones y empresas agnósticas, ateas o ambivalentes.

El machismo de la Iglesia fue siempre inmoral. En la actualidad vigente y creciente es además tonto, ininteligible, contrario y opuesto a la razón, vejestorio, decrépito, sin sentido y además, sin futuro, que es la peor de las condecoraciones a las que habrán de aspirar las personas y las instituciones, como acontece en los aledaños enseñoreados por influencias que se dicen, y consideran religiosas.

En la Iglesia, todas las mujeres han de ser y ejercer de personas. Hasta el presente, muchas no son personas y otras lo son solo a medias, deficientes o semi-personas. Insisto en que el machismo es ciertamente inmoral dentro y fuera de la Iglesia, por mucha benevolencia con la que se juzgue el tema.

Precisamente por eso es digno de elogio y alabanza el gesto reciente de un obispo católico norteamericano quien, por su cuenta y riesgo, ha decidido nombrar responsable de una parroquia a una mujer, con todas sus consecuencias pastorales y ministeriales. Es posible que cunda el ejemplo y que este audaz obispo abra caminos que otros aún no se atrevieron a hacerlo.

El tiempo tiene la palabra, y es de esperar que lo que hoy no es «moral» del todo, con criterios canónicos, con el evangelio en la mano y la experiencia feliz, resulte cristiano de verdad y, en su día, litúrgico. A expertos e inexpertos, les sería provechoso recordar que «feminismo -del latín «fémina» o mujer hembra-, es la doctrina social favorable a la mujer, a quien se le reconoce y concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres».

Desde las alturas recién conquistadas, por poner un ejemplo, el 54 por ciento de las mujeres juezas- magistradas de España, contemplan a las vocacionadas al sacerdocio y a las responsabilidades eclesiásticas, con rubor, con conmiseración, con pena y con el riesgo de perder la fe que todavía les quede…

Con devoción y libertad reverencial animo al papa Francisco a que se dé muchas más prisas en «feminizar» la Iglesia, con el convencimiento riguroso de que, de no hacerlo pronto y valientemente, ella -la Iglesia- perderá -perdió ya en parte-, el tren de la historia.

Antonio Aradillas

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

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