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Antisemitismo e islamofobia y sus implicaciones · por Gabriel Flores

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

El debate público en estos tiempos de trincheras acumula emociones primarias que tienden a simplificar el análisis político, reduciéndolo a una guerra sin cuartel entre el bien y el mal. Un terreno fértil para la maleza ideológica que ahoga la comprensión de la realidad y de los argumentos ajenos. No es un fenómeno nuevo, se han dado parecidos episodios en el pasado, en los que también prevalecían la desestabilización política y la crispación social. Lo nuevo de la actual disputa pública reside en su carácter eminentemente simbólico y en que propicia el avance de ideas excluyentes e impositivas de extrema derecha. De esos dos rasgos se derivan algunas consecuencias especialmente negativas para el pensamiento crítico: por un lado, se abonan las malas hierbas de los relatos justificativos de parte y la confrontación argumental con los que no sintonizan con el mismo marco discursivo; por otro, cada vez resulta más difícil mantener espacios plurales de discusión que propicien el diálogo reflexivo, la incorporación de matices y distingos o la imprescindible capacidad crítica que facilita los cambios de mentalidades y opiniones.

En este contexto, me detendré en examinar el significado y las consecuencias del ascenso de la islamofobia y el antisemitismo en todo el mundo y, especialmente, en Europa, al calor de las últimas acciones terroristas de Hamás y del Gobierno de Israel. 

Lo nuevo de la actual disputa pública reside en su carácter eminentemente simbólico y en que propicia el avance de ideas excluyentes e impositivas de extrema derecha

Un problema europeo y global  

Hace dos meses, el pasado 7 de octubre, la acción terrorista contra población civil israelí llevada a cabo por una milicia islamista de carácter integrista y la respuesta terrorista del Gobierno de la extrema derecha sionista que preside Netanyahu, que no ha dudado en bombardear y masacrar a la población civil de Gaza y en justificar los crímenes de guerra, han proporcionado un potente estímulo para el crecimiento del antisemitismo y la islamofobia. Se trata de un grave problema global que afecta directamente y con especial intensidad a las sociedades europeas y que dificulta el debate público y la acción política de la comunidad internacional orientada a imponer el derecho internacional y promover el diálogo y la búsqueda de soluciones negociadas. 

Los discursos del odio, si no se emprende de inmediato una labor explicativa y política continuada y profunda, se transformarán rápidamente a lo largo de Europa en acciones de racismo cotidiano, repunte del terrorismo y apoyo de la ciudadanía comunitaria a la represión contra todo lo que se perciba como desorden, riesgo o amenaza. Es una tarea que atañe a todas las fuerzas democráticas y al conjunto de las instituciones comunitarias y gobiernos de los Estados miembros de la UE.

Cada vez que una sociedad centra su hostilidad en un grupo nacional, étnico o religioso abona el terreno de las fuerzas que pretenden la consecución a la fuerza de la homogeneidad, lo que conlleva a menudo la exaltación idealizada del pasado y la promoción de un nacionalismo excluyente e impositivo que es inmediatamente instrumentalizado por la extrema derecha para blindar privilegios e impedir la extensión de derechos sociales y civiles al conjunto de la ciudadanía. Eso está pasando ya en Europa. Palestina e Israel son, en estos momentos y desde la proclamación en 1948 del Estado de Israel en el territorio otorgado por Naciones Unidas, un problema europeo, no sólo un problema regional con importantes repercusiones globales. 

Las fuerzas democráticas y progresistas están obligadas a desplegar todo su potencial comunicativo y cultural

Prejuicios, miedos e intereses de muy diferente tipo conducen a identificar a la población palestina con el terrorismo de Hamás y a la población judía y la ciudadanía israelí con el terrorismo del Gobierno Netanyahu. Hay que intentar desentrañar y desmontar esas falsas identificaciones que, además de demonizar al otro para despojarlo de su condición humana, encubren, justifican y promueven el racismo y la discriminación. Las fuerzas democráticas y progresistas están obligadas a desplegar todo su potencial comunicativo y cultural y a utilizar toda la panoplia de políticas de la que disponen las instituciones públicas para impedir la degradación moral y democrática de nuestras sociedades.

No existe ningún derecho a ser islamófobo o antisemita. No hay ninguna libertad de expresión que autorice la construcción intelectual de una identidad esencial o definitiva de musulmanes o judíos que aliente el odio y el miedo a las comunidades musulmana o judía. Nada bueno puede venir de estigmatizar a judíos o musulmanes. Y lo que vale para las poblaciones judía y musulmana vale también para las poblaciones israelí y palestina. 

No hay ninguna justificación para incorporar la más mínima traza de antisemitismo o islamofobia a las banderas laicistas, progresistas y de izquierdas. No hay ningún valor laico o de rechazo intelectual a la religión que permita identificar a las grandes religiones con el mal o el oscurantismo, por mucho que en su nombre se hayan cometido a lo largo de los siglos tropelías, atropellos y crímenes sin cuento. El debate intelectual y la crítica razonada a creencias y confesiones religiosas que promueve el laicismo no tiene por objetivo destruir las religiones, porque éstas son también expresión de la espiritualidad y los valores éticos de los que se ha ido dotando la humanidad. Y porque se sabe lo fácil que ha sido a lo largo de la historia transitar del rechazo al judaísmo al discurso del odio contra las personas judías y, finalmente, a la concreción de ese odio en pogromos antijudíos, limpiezas étnicas y planes de exterminio. 

El debate intelectual y la crítica razonada a creencias y confesiones religiosas que promueve el laicismo no tiene por objetivo destruir las religiones

La lucha contra el antisemitismo, la islamofobia y cualquier modalidad dura o blanda de racismo es una parte fundamental de la defensa de la democracia, la paz y la extensión de derechos al conjunto de la ciudadanía. Más aún cuando a las puertas de cruzar el umbral del nuevo año de 2024 hemos vuelto a comprobar la vigencia de las palabras que escribió Bertol Brecht en 1941: Todavía es fértil el vientre del que ha brotado la bestia asquerosa. Esa misma bestia asquerosa que se encarnó hace casi un siglo en la Alemania nazi y en otros muchos países europeos está volviendo a ser incubada hoy por las ideas antisionistas, islamofóbicas y racistas.

La lucha por la paz y la solidaridad con el pueblo palestino 

La paz entre Israel y Palestina requiere reducir los espacios que propician el antisemitismo y la islamofobia entre sus respectivas poblaciones y en todo el mundo. Es un objetivo difícil que requiere llevar a cabo simultáneamente múltiples tareas, de las que a modo de ejemplo podrían mencionarse las siguientes: mantener en alto y plena vigencia la razón pacifista, limpia de cualquier tipo de adherencia racista o xenófoba; no resignarse a aceptar la razón o la ley del más fuerte y seguir apoyando todos los esfuerzos para parar cuanto antes el genocidio de la población palestina en Gaza y lograr una nueva y más duradera tregua; seguir defendiendo el derecho internacional que concreta el derecho del pueblo palestino a vivir en paz y a constituir un Estado soberano reconocido internacionalmente; denunciar los crímenes de guerra y contra la humanidad que está llevando a cabo el Gobierno de Netanyahu con la excusa de su supuesto derecho a defenderse incumpliendo su obligada sujeción al derecho internacional humanitario; denunciar toda acción terrorista o violenta contra la población civil para conseguir fines políticos, económicos o religiosos, también cuando su autor sea Hamás o cualquier otra organización terrorista que defienda derechos inexistentes a arrojar al mar al pueblo israelí o a destruir el Estado de Israel.  

El mayor éxito de los que alimentan el antisionismo o la islamofobia es haber trasladado al mundo su ceguera, que está dividiendo a las sociedades

Hoy, los discursos islamofóbicos están dando alas y cobertura a la guerra de agresión que lleva a cabo el terrorista Gobierno de Netanyahu contra la población palestina de Gaza. Del mismo modo que los discursos antisemitas intentan justificar las acciones terroristas de Hamás u otros grupos yihadistas. Y ambos discursos del odio están dando nuevos aires a viejas ideas racistas o justificativas del racismo y a su transformación en acciones racistas. La ceguera que ocasiona la islamofobia y el antisemitismo afecta de forma creciente a judíos y musulmanes, pero también y en toda Europa, a cristianos, ateos y partidarios del carácter laico de los estados democráticos. Hay que mantener los ojos bien abiertos y contribuir a parar esa pandemia ideológica.

Y como la piedra que duele es la que se tiene en los zapatos que se están usando, es imprescindible que la izquierda preste especial atención a las labores destinadas a erradicar todo atisbo de antisemitismo de sus planteamientos, ideas y narrativas. Habría que desear también que la derecha democrática preste más atención a erradicar la islamofobia creciente en sus filas y deje de proporcionar a la extrema derecha argumentos para transformar su vieja judeofobia militante en una nueva islamofobia no menos militante que ya se está traduciendo en opiniones y acciones hostiles contra la población musulmana y, de paso, contra la inmigración vulnerable, precarizada y pobre. 

El antisionismo y la islamofobia juegan a favor de una polarización social paralizante, el odio y la guerra perpetua

Los campos políticos no se deben construir, si se quieren fuertes, eligiendo enemigos o alimentando odios y miedos, sino promoviendo alianzas amplias y consensos asentados en valores universales y en las mayorías sociales que ya saben o intuyen que la paz, la convivencia y el diálogo entre diferentes son los cimientos sobre los que se construye su bienestar o la certeza de alcanzarlo. El mayor éxito de los que alimentan el antisionismo o la islamofobia es haber trasladado al mundo su ceguera, que está dividiendo a las sociedades en torno a una línea polarizadora de odio y miedo a musulmanes o judíos.

Ser o parecer equidistante ante los crímenes de guerra no sirve para promover la paz, antes o después se desvelarán como una posición contraproducente que refuerza las posiciones más belicistas. Justificar el terrorismo de una de las partes prolonga la guerra, porque antes o después acabará promoviendo y legitimando la violencia y el terrorismo de la otra parte. La paz no puede sostenerse en el discurso del odio al otro ni en la presión violenta sobre la parte más débil para que acepte su derrota, mientras la más fuerte consigue sus objetivos y celebra su victoria.

Una paz justa y duradera solo podrá abrirse paso a través del reconocimiento mutuo de derechos legítimos y de la construcción de un Estado de Palestina con todas sus funciones y competencias, reconocido internacionalmente y protegido por la legalidad internacional y las instituciones multilaterales. El antisionismo y la islamofobia juegan a favor de una polarización social paralizante, el odio y la guerra perpetua.

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