La prensa de derechas usó la sátira para alimentar el antimasonismo durante la Segunda República.
En la lucha contra la masonería en tiempos de la República debe señalarse la labor del semanario gráfico cómico Gracia y Justicia, vinculado a la Editorial Católica y al periódico de derechas, La Nación.
El semanario se identificó con las posturas más extremistas de la derecha, intentando, por un lado, ridiculizar a los políticos republicanos más importantes, especialmente, a Azaña, así como atacar la legislación secularizadora, especialmente a la Ley de Congregaciones Religiosas de 1933, que se consideraba resultado de la intervención de los diputados masones. La importancia de este medio radicó en que era popular, es decir, fácil de acceder al mismo, por lo que su mensaje podía calar mejor que el que se transmitía en libros más sesudos. La antimasonería se modernizó y empleó el modelo satírico como un instrumento eficaz para desarrollar sus ideas y acciones.
La antimasonería se modernizó y empleó el modelo satírico como un instrumento eficaz para desarrollar sus ideas y acciones
La masonería terminó por convertirse en una especie de comodín para explicar todos los hechos que la derecha y la extrema derecha consideraban como muy negativos. En las logias se manejaban supuestamente los hilos, y los políticos republicanos y socialistas, o los dirigentes anarquistas, terminaban ejecutando políticas antirreligiosas y contra el orden establecido, o montando revoluciones como la de 1934. En esta idea no se libraría casi ninguna publicación conservadora, ni el ABC, ni, por supuesto, el integrista El Siglo Futuro, La Nación, ni el periódico católico por antonomasia, El Debate, con su director Ángel Herrera Oria.
Debemos tener en cuenta que los ataques desde la prensa a la masonería en los años treinta no solo se dieron en España, ya que en Francia también fueron muy comunes, aunque no tan generalizados, pues en aquel país, aunque la masofobia era importante, la masonería tenía mucha más implantación en todos los sectores sociopolíticos. Fue L’Action Françoise la publicación que más odio destiló hacia esta organización secreta.
El propio Gil Robles en algunos mítines cargó contra los masones y las logias, al considerar que habían sido las causantes de la caída de la monarquía y de la política laica de los gobiernos del primer bienio de la república.
La campaña electoral de las elecciones de 1933 y el nuevo periodo que se abrió con sus resultados dieron paso a un verdadero aluvión de discursos, artículos y noticias antimasónicas, entrando en una especie de «edad de oro» del antimasonismo español, seguramente porque sus defensores se sentían envalentonados con la victoria del centro-derecha, y seguros de no ser perseguidos legalmente por sus manifestaciones.
En febrero de 1935, el diputado Cano López pronunció un discurso en el que defendió que los militares no podían pertenecer a la Orden, citando a los principales generales que eran masones. En todo caso, la propuesta no fue aprobada.
