Artículo publicado con motivo de las Jornadas Laicistas de Granada por el compañero y profesor Francisco López Casimiro, autor del libro Masones en Granada (último tercio del siglo XIX)
ANSELMO ARENAS Y LA LIBERTAD DE CÁTEDRA
A propósito de las Jornadas Laicistas de Granada
Ellos, los vencedores, Contigo solo estaba,
caínes sempiternos, en ti sola creyendo,
de todo me arrancaron, pensar tu nombre ahora
me dejan el destierro. envenena mis sueños.
(Luis Cernuda)
En las postrimerías del otoño de 1892, poco antes de las vacaciones escolares de Navidad, llegó a Granada Anselmo Arenas. Procedía de Badajoz, de cuyo Instituto de 2ª Enseñanza había sido catedrático de Geografía e Historia durante tres lustros. Nacido en Molina de Aragón (Guadalajara) en 1844, en el seno de una familia modesta (su padre era zapatero), aprendió este oficio y trabajó también en el campo hasta los dieciséis años. Cursó la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid mientras hacía el servicio militar. Fue discípulo de Sanz del Río, Castelar y Salmerón, imbuyéndose de la filosofía krausista. En 1873 obtuvo la cátedra de Historia del Instituto de Las Palmas de Gran Canaria. Allí chocó con el obispo Urquiniona, quien descontento con las enseñanzas de Arenas y otros catedráticos, solicitó y consiguió del gobierno canovista la supresión del centro docente. Profesor ecuánime trataba a todos los alumnos por igual. Aún se conserva en el I.E.S. «Zurbarán» de Badajoz el expediente de la denuncia y problemas que tuvo con un coronel por haber suspendido a su hijo.
Hombre de vasta erudición, hábil polemista y laborioso profesor publicó varias obras didácticas y de investigación. Durante los quince años que Arenas permaneció en Badajoz desarrolló una incansable labor docente, política y cultural. Precisamente allí publicó sus libros de texto. El Curso de Historia de España (1881) fue objeto de dura contestación en El Avisador de Badajoz, semanario ultramontano que pasaba por ser el órgano oficioso de la diócesis. Al margen de su ferviente anticlericalismo, las tesis fundamentales de Arenas, por las que fue expedientado, aparecen hoy en los libros de texto de bachillerato, y son comúnmente aceptadas.
Fue cofundador, redactor Diario de Badajoz (1882), y director y propietario hasta su traslado a Granada en 1892. El Diario, periódico promasónico, fue el vehículo difusor de las ideas democráticas y librepensadoras así como órgano de expresión del republicanismo federal y coalicionista, y defensor de la federación con Portugal. El Diario fue condenado por el obispo de la diócesis. En 1887, desde las páginas del Diario, en polémica con director del Boletín del Magisterio, defendió Arenas la enseñanza laica. La oposición de Arenas y de los laicistas a la enseñanza religiosa se basaba en los principios de respeto a todas las religiones y en la igualdad ante la ley de católicos y no católicos. Ello chocaba frontalmente con los que defendían que la religión católica era la única verdadera, y la religión oficial del Estado, por lo que éste no podía ser neutral.
Miembro muy activo y eminente de la masonería en la que alcanzó el grado 33 en 1889, debió ser uno de los fundadores de la logia Pax Augusta, de Badajoz. En ella ocupó los más importantes cargos como orador, primer vigilante y venerable maestro. Su traslado a Granada coincidió con la crisis y desaparición posterior de la logia. En nuestra ciudad siguió vinculado a la masonería de la que recibió apoyo cuando fue expedientado. Afiliado a la logia Reforma nº 75, fue elegido orador. De ella era venerable maestro Benito Ventué, ingeniero agrónomo, catedrático de Agricultura del Instituto y concejal del Ayuntamiento. En 1895 fue elegido para la Gran Cámara Consultiva del Consejo del Grado 33.
Escasamente un trimestre llevaba Arenas en Granada, de modo que pocas clases había podido impartir, cuando en marzo de 1893, a instancias del Arzobispo Moreno Mazón, el Capítulo Universitario formado por el Rector, los Decanos de las distintas Facultades y el Director del Instituto, le instruyó expediente por sus enseñanzas y, como medida cautelar, lo suspendió de la cátedra. Se le acusaba de atentar contra el dogma católico y contra principios nacionales y morales por sus opiniones sobre figuras e instituciones históricas como Lutero, Felipe II o la Inquisición. Sietemeses más tarde, en noviembre, sus obras didácticas Curso de Geografía, Curso y resumen de Historia General y Curso de Historia de España fueron condenadas por el Arzobispo de Granada quien, apoyado en un grupo de padres católicos, liderados por Juan Creus, consiguió que Arenas fuese expedientado y separado de la cátedra. Creus, conocido carlista, catedrático de Medicina, en 1870, había recogido firmas de compañeros para una carta de sumisión al Papa del cuerpo docente de nuestra universidad. En una «Exposición de 400 vecinos de Granada al Director General de Instrucción Pública» en defensa de Arenas decían que se trataba de «un atropello a la inmunidad de la ciencia, del libro, de la cátedra y del profesorado consagrada en la Constitución, en la Ley de Imprenta y en el Código Penal».
El expediente fue muy controvertido y suscitó agrias polémicas en la prensa de la época, llegando a ser discutido en el Senado y en el Congreso de los Diputados. En esta cámara fue defendido por Salmerón y Labra. Este último presentó una interpelación parlamentaria en junio de 1894. El expediente llegó al Consejo de Estado. La asociación de padres de familia
que había fundado Juan Creus se sentía impaciente en marzo de 1894 ante lo que juzgaba dilaciones en lo concerniente a la suspensión definitiva de Arenas. En 1901, siendo ministro de Instrucción Pública el conde de Romanones, se reincorporó a la docencia como catedrático de Latín y Castellano del Instituto de Valencia. En esta ciudad impartió cursos en la
«Universidad Popular» que los republicanos instalaron en el Centro de Fusión republicana cuyo animador fue el novelista Blasco Ibáñez. En el mismo Instituto pasó a ocupar la cátedra de Francés, pero no consiguió ser repuesto en la cátedra de Historia, pese a haberlo solicitado en varias ocasiones. Se jubiló en Valencia en 1918, pero hasta su muerte en Madrid en
1928, desarrolló una importante labor de investigación histórica de la que es ejemplo su obra El verdadero Tarteso (1927). En ella intenta refutar la obra de A. Schulten, Tartessos (1924).
La autoctonía de la población tartésica defendida por Arenas frente a la tesis etrusca de Schulten, es hoy admitida por los arqueólogos.
Por estas fechas se cumple el 75 aniversario de la muerte de Anselmo Arenas, y en los próximos días 14 y 15 se celebrarán unas Jornadas Laicistas de Granada, creo de justicia recordar a este ferviente paladín del laicismo que sufrió dura e injusta persecución en nuestra ciudad, a pesar de que, según periódico La Alianza, era «modelo de virtud y de honradez, como esposo, como padre y como ciudadano». Nos sorprende que se le abriera expediente aquí, ciudad universitaria, por unos libros publicados en Badajoz 12 años antes. Quizás no le faltara razón el periódico al decir que los granadinos estaban «dando una celebridad poco envidiable a nuestra hermosa ciudad».
* Es autor de Masones en Granada (último tercio del siglo XIX).