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¡Alerta! El fanatismo religioso mata

Me consuela pensar que se avecinan tiempos de cambio. Tiempos en los que la religión, como instrumento de control social, tenga los días contados.

Querido Monseñor Juan Antonio Reig Pla:

Ya empezaba a preocuparme viendo que llevaba usted tiempo sin dar rienda suelta a esa incontinencia verbal que le caracteriza. O quizás sería más apropiado hablar de narcisismo. Sí, confiéselo. Le encanta escucharse y ver la reacción que en la gente provocan algunas de sus “perlas” lingüísticas. Pero bueno, no seré yo quien le juzgue o critique por sus alardes de egocentrismo. Ahora bien, lo que no es de recibo es que diga que las leyes españolas maltratan a la familia y al matrimonio natural (esto es, al que forman un hombre y una mujer, el único válido para su Iglesia). Dice, además, que la culpa de todo la tienen los tiempos de revolución sexual que vivimos. Que la sociedad se ha vuelto completamente loca, dando cabida ya hasta a feministas y homosexuales. También le escuché decir alguna vez que la revolución sexual producía muertes. Verá, señor Reig Pla, aunque no entiendo esa obsesión suya por hablar de sexualidad a todas horas (como religioso de vida célibe que es), le diré que está algo confundido respecto a lo que mata o deja de matar.

Lo que está matando, señor obispo, es que la Iglesia siga empeñada en demonizar el divorcio y en apelar a la idea de que la mujer debe someterse siempre al hombre, en un país donde, en la última década, más de 700 mujeres han sido asesinadas a manos de sus parejas o exparejas. Católicas, ateas y agnósticas. Porque la violencia de género, señor Pla, no es patrimonio de ninguna confesión religiosa, por más que se empeñe en vender sandeces como que las mujeres que profesan el catolicismo la sufren menos. Es obsceno y no tiene sentido alguno.

Mata que la Iglesia no evangelice con el ejemplo y que el clero se salte a la torera el voto de pobreza. A la gente de a pie le resulta vergonzoso que el Vaticano carezca aún de una ley de control y transparencia con la que evitar el lavado de dinero y la financiación del terrorismo, mientras más de 800 millones de personas pasan hambre en el mundo.

También provoca muchas muertes el VIH. Una enfermedad que, como usted sabrá (o tal vez no, porque se supone que es virgen), se puede combatir con el uso del preservativo en las relaciones sexuales. En África, por ejemplo, sigue siendo una de las principales causas de defunción hoy día. Allí se producen la friolera de 6.000 muertes diarias por esta enfermedad. Por eso, ¿no le parece suicida, cuando menos, que la Iglesia siga transmitiendo la idea de que la sexualidad debe ser vivida en un contexto de entrega amorosa total? Esto es, sin métodos anticonceptivos de por medio. Y que lo contrario es pecado. Pues mire, señor Plá, va a resultar que ni utilizar preservativos facilita la promiscuidad, ni la abstinencia y la oración son la solución a este gravísimo problema.

Y no mata menos, desde luego, la doble moral de la Iglesia católica. En otras palabras, que por un lado defiendan el celibato, mientras por el otro miran hacia otro lado ante los miles de casos de abusos sexuales hacia menores de edad cometidos por sacerdotes y religiosos. ¿O ya se le ha olvidado que, durante décadas, el Vaticano, por el que tantos golpes de pecho se da usted, ha encubierto a sus autores? Yo le aseguro que a las más de 4.000 víctimas que se atrevieron a denunciar no se les ha podido olvidar. Ni a ellos, ni a sus familias. Por desgracia, tampoco a los que no tuvieron el valor de contar lo que habían sufrido y que, en muchos casos, vieron en el suicidio la única salida.

También matan la homofobia y la transfobia, mire. Para alguien que considera que la educación sexual solo sirve en este país para exaltar la homosexualidad y el lesbianismo (que por supuesto usted considera patologías), puede sonar a zulú alguno de esos términos. Le diré, señor Pla, que aún existen más de 70 países donde se condena y persigue a homosexuales, lesbianas y transexuales. En España, sin ir más lejos, aún se permite ejercer como sacerdote a terroristas eclesiásticos que se alegran con las desgracias ajenas y afirman que la pena de muerte es “doctrina católica” y se debería reinstaurar para acabar con lo que consideran la “basura social” (las personas LGTB, para entendernos). Siento decirle que ustedes, que deberían amar al prójimo como a sí mismos, deben quererse muy poquito entonces, viendo su empecinamiento en criminalizar las relaciones entre personas del mismo sexo.

¿Tampoco le parece criminal la trama del robo de más de 300.000 niños durante el franquismo? Pues fueron unos cuantos los curas y monjas que tuvieron un papel protagonista en esta barbarie, perpetrada a lo largo de más de cuarenta años en clínicas de toda España, la mayoría ligadas a la Iglesia. Si tanto le preocupan el descenso de la natalidad y la interrupción del embarazo, ¿no debería preocuparle, en igual medida, el destino de los niños que nacen? O que a una mujer se le realice un aborto clandestino, poniendo en peligro su propia vida. Si 47.000 muertes al año por esta razón no le parecen suficiente motivo para oponerse a la insultante ley del aborto aprobada por el Gobierno, usted tiene de prelado lo que yo de lagarterano.

También han matado, y matan, las dictaduras con las que la Iglesia ha colaborado en tantas ocasiones. Sabrá bien que, en España, el apoyo de la Iglesia católica a Franco fue incondicional, y que todavía hoy hay personas que buscan a familiares desaparecidos durante el régimen y que fueron delatados por personas destacadas de la Iglesia. Por no hablar de las guerras, motivadas por el fanatismo religioso en la mayoría de los casos.

Como dijo en su día el escritor irlandés Jonathan Swift, “Tenemos bastante religión para odiarnos unos a otros, pero no la bastante para amarnos”. Ya ve, señor obispo, lo peligroso de manipular la palabra de Dios para sembrar el odio y la intolerancia. Me consuela pensar que se avecinan tiempos de cambio. Tiempos en los que la religión, como instrumento de control social, tenga los días contados.

Reig Pla en Paracuellos

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