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«Ahora insultan a mi hija en clase. No sé si aguantaré»

El padre que logró la retirada de los crucifijos de las aulas en el colegio público Macías Picavea, de Valladolid, denuncia que su hija está siendo víctima de acoso en el centro

Este hombre menudo, enjuto, tímido, con gafas de miope y pinta de no haber roto un plato en su vida ha sido capaz de desatar en pocas horas todas las furias y pasiones imaginables después de que un juzgado declarara que mantener el crucifijo en una escuela pública vulnera los derechos fundamentales reconocidos por la Constitución. Tanto él como el colegio que ha recibido esta sentencia han saltado de repente a una fama que, muy probablemente, no beneficia a ninguno de los dos. Pero, lo quieran o no, los jueces de lo Contencioso han unido para siempre los nombres de Fernando Pastor y Macías Picavea.

El primero era hasta la semana pasada un anónimo profesor de Contabilidad y portavoz de la Asociación Cultural Escuela Laica de Valladolid. El segundo, uno de los colegios públicos más antiguos de la ciudad, bautizado con el nombre de un republicano progresista que fue profesor de latín de varias generaciones de estudiantes.

Todo comenzó en septiembre de 2005, cuando Fernando Pastor Valdeolmillo (Palencia, 1961) acompañó al colegio a su hija, que entonces tenía 6 años, y al entrar en clase observó que por encima del encerado un crucifijo presidía el aula. En otras clases se repetía el escenario. A partir de ese momento, la asociación cultural inició un proceso administrativo, primero, y judicial, después, que ha durado más de tres años para descolgar de las paredes los crucifijos de las aulas de primaria. Seguramente continuarán en su sitio hasta que se resuelva el recurso que el Gobierno de Castilla y León (del PP) anunció el pasado jueves, para decepción de quienes esperaban el final y alegría de los que se oponen a que tal cosa suceda.

La entrevista se desarrolla en el más que austero despacho de Fernando Pastor, entre llamada y llamada de medios informativos que quieren conocer su opinión sobre el recurso que está anunciando en ese momento el portavoz del Gobierno regional. Filosofa sobre la diferencia entre el crucifijo que cuelga de la pared en una escuela pública y el que preside "la mesa en la que juran o prometen su cargo los ministros y el presidente del Gobierno". Pastor, que contesta pacientemente a todo el que llama, recuerda la razón principal por la que decidió llevar a su hija al Macías Picavea: "Es el centro público que está más cerca de mi casa". Y repite la palabra "público", porque hay otros que no lo son "y están más próximos todavía".

Pregunta. Parece usted desbordado.

Respuesta. Lo estoy. No me esperaba tantas reacciones y la repercusión que ha merecido la sentencia tanto dentro como fuera de España.

P. ¿Quién está detrás de la asociación en la que milita?

R. Al principio éramos solo profesores o padres de alumnos, aunque luego llegaron otras personas al margen de esos grupos. Pero el ideario es común para todos aquellos que están a favor del laicismo, de la igualdad y el pluralismo. Es toda esa gente que lucha porque nadie se imponga a nadie.

P. ¿Tanto le sorprendió encontrar un crucifijo en ese colegio?

R. Lo que me causó estupor no fue que estuviera clavado en una pared, sino que presidiera una actividad educativa impartida en un colegio público, y por tanto no confesional. Me pareció una situación impropia que posiblemente estaba vulnerando la Constitución.

P. Peticiones, negativas, recursos, juicios y al final, de momento, una victoria sonada. ¿Cómo se siente escuchando al consejero portavoz la decisión de recurrir la sentencia?

R. Tengo sensaciones contradictorias, que van desde la alegría por el resultado hasta el cansancio que me ha provocado todo este proceso y el coste que está teniendo, que se acrecienta cuando la Junta de Castilla y León hace ese anuncio. Soy un ingenuo, porque pensaba que por el mero hecho de no haber lanzando improperios a nadie durante todo este proceso, tampoco los iba a recibir. Y no está siendo así.

P. ¿Quién se los lanza?

R. Otros padres de alumnos embarcados en una campaña de acoso verbal alentada por la dirección del colegio, que empieza a tener consecuencias sobre mi hija. Y ahora, sus compañeros la insultan en clase.

(Sin perder la calma ni un instante, Fernando Pastor oculta a duras penas las lágrimas cuando recuerda la presión que otros niños hacen sobre su hija a quien reprochan quedarse sin fiestas de Reyes, Navidad o Semana Santa por culpa de su padre).

P. ¿Qué le cuenta la niña sobre el ambiente que se ha creado en el colegio?

R. Cosas que me duelen mucho más que a ella, como por ejemplo que por culpa de su padre no habrá fiestas navideñas o que un niño se pone a cantar delante de ella: "Crucifijos sí, gilipollas, no". Cuando lo cuenta, su madre y yo tratamos de explicarle cómo son las cosas, aunque no sé si aguantaré mucho más esta presión. Si al menos la ejercieran solamente contra mí, sería todo más llevadero.

P. ¿Se arrepiente de haber iniciado todo esto?

R. No, para nada. Entre otras razones porque noto el apoyo de mucha gente, incluso de creencias católicas, que nos animan a seguir hasta donde sea necesario. Pero los apoyos no evitan que algunos estemos pasando unos días muy duros. Fíjese, he tenido hasta que soportar que digan que mi hija salía vestida de virgencita en la representación teatral de las fiestas del colegio del año pasado, cosa que es mentira, y aunque fuera verdad sería irrelevante. No debería ser necesario explicar que el mendigo que sale en la cabalgata no es mendigo, ni el rey es rey en su vida privada. Me conformo con que todo esto que estamos haciendo sirva para que otras personas no tengan que pasar este calvario.

P. ¿No teme que el calvario se prolongue ahora que la Junta ha anunciado que recurrirá la sentencia?

R. Yo dije que si la Junta de Castilla y León lo hacía me parecería una indecencia, y lo ha hecho; pero todo esto algún día acabará, aunque tengamos que ir al Tribunal Constitucional y hasta al Tribunal de Estrasburgo, si es necesario, para que no se salgan con la suya quienes se sienten el ombligo del mundo sin ninguna razón, y piensan que lo suyo va a misa y que los demás somos basura. Los que estamos metidos en esto somos ciudadanos, no feligreses, que no hay que serlo para disfrutar de los derechos.

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