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Laicismo positivo · por Adolfo Yáñez
Tanto España en general como nuestra provincia en particular han sido, hasta fechas recientes, ámbitos en los que la Iglesia Católica ha ejercido de forma exclusiva la intermediación entre los hombres y la divinidad. Desde que judíos y musulmanes fueron obligados a salir de esta tierra, ella ha dictado aquí los comportamientos sociales y particulares, ha controlado la educación, ha inspirado leyes y nos ha servido de norma, balanza y guía única del bien y del mal.
Hoy, sin embargo, en Ávila y en España se han diversificado bastante las creencias religiosas y, además de católicos, existen entre nosotros gentes llegadas del África islámica, de la América evangélica, de la China sincrética, de la Europa ortodoxa, etc. También existen, cada vez más, compatriotas que se declaran agnósticos e incluso ateos. Ante tal amalgama de convicciones, considero que sólo existe de cara al futuro un aglutinante útil para todos: el laicismo bien entendido. ¡Bien entendido!, por supuesto, pues no faltan quienes confunden laicismo con disparates tales como quemar iglesias, dinamitar cruces, apalear curas o sentir aversión a lo sagrado.
Mal que les pese a quienes por motivos diversos se empeñan en verlo así, el laicismo positivo es, en esencia, respeto a las certezas de cada uno. Obliga a la escucha y al reconocimiento del otro. No es un concepto abstracto, sino un talante y una experiencia vital. Anida en mujeres y hombres de buena voluntad y de gran coraje, pues hay que ser muy valientes para silenciar a veces el propio yo con el fin de recibir en su sentido exacto las palabras y las razones de los demás. Exige saber discernir lo que tiene que ver con nuestros campos más personales e íntimos con lo que pertenece a espacios comunes y rechaza la imposición de un dogma concreto al conjunto de la sociedad. Esto no quiere decir que el laicismo obligue al silencio a las distintas religiones, ya que lo que pretende es que, tanto los creyentes como los no creyentes o los que dudan, puedan expresarse libremente y, desde el respeto mutuo, puedan dialogar entre ellos. Acata al que dice haber encontrado la verdad definitiva y al que sigue buscándola, porque el laicismo considera que la verdad no se impone, sino que es algo complejo que los humanos, por múltiples caminos, venimos rastreando pacientemente desde que accedimos a la luz de la razón. Entiende la necesidad de trascendencia en las personas y anima a dar sentido a esa necesidad que muchos llevan prendida en el alma. Los laicos auténticos se esfuerzan en la construcción de una ciudadanía ilustrada, rechazando los extremos inquisitoriales de cualquier iluminismo, confesional o no. Y, porque consideran que no hay dignidad humana donde mujeres y hombres carecen de libertad de conciencia, se comprometen con el apasionante mundo de hoy y con la variopinta realidad que a todos nos envuelve. Ese compromiso es para ellos quizá mayor en sociedades en las que, históricamente, medraron con fuerza el pensamiento único, la intransigencia, los dogmas y la intolerancia.




