-«¿De dónde eres?», «¿Eres musulmana?», le pregunta uno de los gerentes de la compañía Dyson Technology en el Reino Unido, Kamaljit Chana, originario del sudeste asiático y de religión sij, a la ingeniera iraní Zeinab Alipourbabaie.
– «Vengo de familia musulmana», contesta ella.
– «A mí no me gustan los musulmanes», «los musulmanes son violentos», la ofendió él.
Con este interrogatorio empezó el acoso laboral por fe a la trabajadora iraní y continuó con un insoportable ambiente hostil hacia ella durante cuatro años, con comentarios como «mi familia no coge avión desde los atentados terroristas del 9/11 porque tiene miedo» o «los hombres pakistaníes corrompen a nuestras niñas». Al final, terminó solo cuando ella presentó su dimisión en 2018.
Zeinab, que al igual que la mayoría absoluta de las mujeres nacidas en el seno de las familias musulmanas no lleva el velo, le denunció por acoso laboral, discriminación religiosa y dimisión forzada. Las pruebas contra el gerente, que además es concejal del Partido Conservador en el Ayuntamiento de Harrow, forman parte del manual de discriminación laboral: le negó la promoción laboral, cambiar de departamento, el traslado a otra sucursal, la excluyó de las reuniones y la eliminó de la lista de los destinatarios de los correos electrónicos y comunicaciones del equipo en el que trabajaba.
Así nació el acoso laboral por fe
Se trata de un nuevo tipo de acoso, surgido a raíz de tres principales acontecimientos:
- El protagonismo social y político de las organizaciones religiosas creadas o patrocinadas por el «Occidente cristiano» a partir de los años ochenta durante la Guerra Fría contra el «Oriente socialista ateo», y en las fronteras de la Unión Soviética (Afganistán, Irán y Polonia), para luego extender sus actividades anti-progreso, antimodernas e intolerantes por todos los continentes.
- El lanzamiento de la seudoteoría del Choque de Civilizaciones elaborada por Samuel Huntington, que dio la cobertura ideológica al timo de la «Guerra contra el terrorismo islámico» y una justificación para la continuidad de la OTAN (a pesar de la desintegración del Pacto de Varsovia), como el brazo armado de la «civilización judeo-cristiana» contra la nueva «amenaza».
- Los atentados del 11S: las clases dominantes consiguen crear división en el seno de la clase trabajadora: los nativos «cristianos» contra los emigrantes «musulmanes», y mientras mantienen las mejores relaciones con los peores dictadores islámicos, sacan a los banqueros, vendedores de armas y mandatarios corruptos del punto de mira. ¿Por qué será que Donald Trump prohíbe la entrada de los ciudadanos de siete pases «musulmanes» a Estados Unidos y ninguno es de Arabia Saudí, precisamente el país de origen de la mayoría de los atacantes a las Torres Gemelas, según la versión oficial?
- Las largas guerras bélicas y económicas de EEUU y sus aliados contra otras naciones, las políticas discriminatorias de las dictaduras contra los diferentes segmentos de sus propios ciudadanos, así como el cambio climático, han forzado a cientos de millones de personas a cambiar de país y de continente y alojarse en países no siempre amables, comprensivos o preparados para recibir personas de otras culturas y credos en su vecindad o lugar de trabajo. Más allá de lo que dicten sus textos constitucionales, la mayoría de los Estados otorgan poder y prestigio a unas religiones y estigmatizan a otras asignándoles un estatus inferior: los ciudadanos imitan la actitud de sus dirigentes.
Por lo que, al contrario del perfil dibujado de un criminal que está basado en datos reales o percibidos por el individuo, en este tipo de discriminación el acosado es la víctima del perfil dibujado de un colectivo de miles o cientos de millones de personas de un credo. En España, por ejemplo, ciertos diputados conservadores acosaron en el parlamento a un compañero de izquierdas con la estética de rastafari: «Me da igual que lleven rastas, pero limpias, para no pegarme un piojo», dijo una de ellos. Los microacosos pueden cobrar mil y una formas.
¿Qué es el acoso por la fe?
Un conjunto de comentarios y actitudes repetidos en relación con la religión, creencias o prácticas de un empleado, o falta de ellas, siempre que tenga un impacto en el entorno laboral y en el estado emocional del trabajador. Cuando el propio afectado no le da importancia a este tipo de comportamientos, o no se percata de su gravedad, se trata de una «exclusión de un nivel inferior». El acoso puede ser horizontal, ejercido por los compañeros, o vertical, promovido por el empleador; también puede suceder también entre los miembros del mismo credo, por ser más o menos tolerantes y practicantes, y se manifiesta en:
- Utilizar un lenguaje despectivo, humillante y estereotipado hacia el fiel a una religión o la persona no creyente, de forma continuada.
- Comentarios, bromas, burlas o insinuaciones relacionadas con el credo del empleado, humillarle por su forma de vestir (llevar turbante, velo, kipá, cruz, etc.). En Alemania, por ejemplo, la frase de «¿Por qué ustedes (o sea, personas de religión musulmana, judía o hindú) no regresan a su país?», aunque esta persona está en «su país» porque ha nacido en Alemania, o es un hinduista que vive en Pakistán.
- El investigador Issa Nadal llama exotización a este tipo de acoso, donde la empresa o los empleados consideran el atuendo y las prácticas religiosas del otro como algo ajeno: residuos del tribalismo.
- Excluirle abiertamente de las reuniones de la empresa o celebrarlas en bares donde un bautista, mormón o musulmán ortodoxo, no entraría; o iniciar una sesión de trabajo con la lectura de un texto sagrado, a sabiendas de que algunos presentes son ateos. No siempre se trata de una provocación, sino negligencia.
- Privarle de debida a una discriminación sistémica inconsciente del equipo y la cultura organizacional. los beneficios disponibles para otros.
- Imponerle tareas adicionales que no se imponen al resto de los empleados.
- Usar tácticas de intimidación para ridiculizar, aislar y ejercer el poder sobre estas personas.
- Aplicar la discriminación encubierta, de «efectos adversos», exigiendo un requisito, aparentemente neutral, para desfavorecer a determinados ciudadanos.
- Diseñar políticas de programación, vacaciones, descanso, códigos de vestimenta e identificación fotográfica y biométrica discriminatorios para algunos empleados.
- Discriminación directa: tratar al empleado injustamente en comparación con otra persona, debido a su religión o creencias, como ignorarle y aislarle, o crear un «ambiente de trabajo hostil e intimidante», con comentarios negativos y actitudes de desprecio hacia el empleado y su religión, lo que puede ir acompañado de amenazas y agresiones verbales y físicas.
El acoso se agrava si a la diferencia en la religión se unen las identidades estigmatizadas: una empresa dirigida por un mormón, por ejemplo, que tenga una empleada musulmana, negra y lesbiana. - En países dirigidos por la extrema derecha, las personas no creyentes, seculares o agnósticas sufren un especial acoso: es el caso de Turquía desde que en 2003 el nacionalislamismo encabezado por Tayyeb Erdogan ha tomado el poder, e Irán, que va más allá y no solo prohíbe la contratación de las personas «incrédulas», apóstatas, budistas, bahaíes (la comunidad religiosa más perseguida del país) o las conversas, sino que las condena a muerte o prisión. Entre 1979 y 1983, la teocracia chiita expulsó a cerca de seis millones de mujeres empleadas sólo por «no cumplir el código de vestimenta islámico» (feminizando aún más la pobreza), aunque en realidad para otorgar sus puestos a hombres y mujeres leales al sistema político instalado. Desde su fundación en 1978, la República Islámica ha instalado cuartos especiales para el rezo de los trabajadores en las grandes empresas y las administraciones públicas, con el fin de controlar la mente de los trabajadores: aquellos que no asisten son acusados de pertenecer a la oposición y «atentar contra la seguridad del estado». Aquí, los trabajadores judíos podrán ser «vistos» por el gobierno como «agente del sionismo», o los cristianos «espías del Occidente y transmisores de culturas impuras»: es la otra cara de la moneda de lo que sucede en los países «cristianos» cuando las personas de fe islámica no son contratadas por pertenecer a una «cultura subdesarrollada o ser potencialmente terroristas».
Motivos del acoso en el lugar de trabajo
- Intentar que las personas «raras», prejuzgadas con los estereotipos atribuidos a sus creencias, se ajusten a las normas del grupo dominante
- Querer preservar la identidad nacional, amenazada por la llegada de extranjeros. Esa es la intención de Francia cuando prohíbe signos externos de religiosidad en los espacios públicos.
- La permisividad del acoso por religión en Europa se debe, en parte, a la prohibición del acoso por género o discapacidad.
- La aceptabilidad del acoso religioso en una sociedad que experimentó el abuso y la represión de las autoridades religiosas: hay temor por el resurgimiento del poder religioso.
- Considerar que la religión es algo controlable y elegida por la persona y puede dejarla en cualquier momento, ignorando la complejidad del fenómeno religioso. Cuando se pide a una musulmana o judía que se quite el velo para optar por un puesto de trabajo, hay tener en cuenta el factor del «miedo»: 1) a Dios y sus escalofriantes castigos, inculcado desde la infancia, 2) a un estado que les obliga y 3) a la familia y la comunidad con las que está unida con mil lazos invisibles. En Arabia Saudí, desde 2019 y por primera vez, los comerciantes pueden mantener abiertos sus negocios durante la llamada a la oración y no ir corriendo a la mezquita del barrio y hacerse ver por la temible policía religiosa. Ahora, siguen siendo buenos creyentes, pero rezan en casa y trabajan fuera.
- Porque un compañero ha recibido un trato «de favor» por parte de la empresa, para llevar cierta indumentaria, objetos religiosos como los hombres sijs que portan un puñal simbólico llamada kirpan, utilizar salvapantallas con motivos religiosos, poner estatuillas de santos en la mesa del trabajo, o librar ciertos días, como el sábado para los judíos o viernes para los musulmanes.
- Cuando la práctica de una religión por el trabajador -como guardar el ayuno-, afecta a la productividad, y los planes del trabajo colectivo.
¿Cómo reaccionan los acosados?
Queda mucho por investigar sobre cómo, por qué y bajo qué circunstancias un trabajador decide revelar u ocultar su credo, aunque los estudios realizados en países como Estados Unidos o Canadá apuntan a que el acoso a menudo es interseccional, convergencia de determinados rasgos como pertenecer a determinada clase social, edad, etnia, origen nacional, genero, religión, orientación sexual, etc. A una mujer senegalesa de piel negra, musulmana, que suele llevar atuendos típicos de su tierra y vive en Occidente le pueden pedir en una entrevista de trabajo que deje «su disfraz» y sus poderes de «vudú» si aspira al puesto.
Por lo que el acosado puede comportase de las siguientes maneras:
- Aguantar, y no defender sus derechos, a veces por desconocerlos, otras por sentirse inseguro o por encontrarse en una situación económica vulnerable.
- represalias y denunciar al acosador.
- Responder haciendo proselitismo de su credo.
- Abandonar su religión e incluso convertirse a la fe de sus empleadores para ganarse un ascenso o evitar un castigo como el despido. Este se llama el «acoso quid pro quo».
- Los ateos suelen ocultar su ideología y «fingir creer», por tres principales razones: 1) las fuerzas de la derecha, a las que suelen pertenecer los empresarios, les identifican con comunistas; 2) Que la religión haya sido presentada durante siglos como fuente de la moral provoca que se les tache de inmorales y deshonestos, 3) en algunos países, que un ateo revele sus creencias no solo le llevará al paro y a la pobreza, sino a la muerte: en Bangladesh han sido asesinado a machetazos nueve blogueros por la extrema derecha islámica desde 2015. En Irán, varios miles de socialistas y comunistas han sido ejecutados desde 1978 bajo el pretexto de apostasía y «entrar en guerra contra Dios».
- Exhibir marcadores de la religión poderosa para evitar el acoso: un señor cuyos rasgos le delatan que es de Oriente Próximo (¡y por ende «musulmán»!) lleva un collar con una cruz bien grande y visible.
Las llamadas «identidades» particulares, que cada día son más y más fragmentadas, dividen a los trabajadores, los enfrenta unos a otros, y los debilitan frente a la clase burguesa, que es la única beneficiaria de estos conflictos.
La religión, sus prácticas y sus símbolos deben quedarse fuera del espacio educativo y laboral, impidiendo la «guerra religiosa». Desde la fe es en vano esperar una actitud de tolerancia y comprensión hacia el otro. Los textos sagrados discriminan a quienes no comulgan con su religión, son supremacistas y recurren al terror (avalados por las fuerzas divinas), para mantener y expandir su poder e influencia.
Las mujeres con hiyab suelen denunciar la discriminación por fe, que no por género, a pesar de que en realidad en su propia comunidad son consideradas seres inferiores a los hombres (y el velo justamente es el símbolo de su estatus de subgénero, en lo económico, político, social, y como mujer, madre y esposa), careciendo de los derechos que poseen los hombres de su fe.
La firmeza en proteger los derechos fundamentales y universales de la persona –cubrir sus necesidades materiales y recibir un trato de respeto- debe combinarse con el «análisis concreto de la situación concreta».
Algunas medidas podrán ser:
- Sancionar el acoso por la fe, y por cualquier otro motivo.
- Prohibir la mención de la religión en los documentos de identidad, habitual en los países «musulmanes».
- Impedir que se despoliticen los aspectos clasistas, reaccionarios e injustos de los textos religiosos. No hay que confundir el respeto al creyente con la tolerancia a sus creencias, que suelen ser dogmas irracionales e impermeables a la crítica, y que dejan al fiel a merced de la coacción de los jefes religiosos.
Nazanín Armanian
Miembro del Grupo de Pensamiento Laico, integrado además por Francisco Delgado Ruiz, Enrique J. Díez Gutiérrez, Pedro López López, Rosa Regás Pagés, Javier Sádaba Garay y Waleed Saleh Alkhalifa