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Acerca del «doble discurso de la jerarquía eclesiástica»

Leí con interés la columna Palabra de Pastor, escrita por el cardenal Juan Sandoval Íñiguez en el número 728 de Semanario, publicado el 13 de enero de 2011, en donde el prelado tapatío hace una inusual crítica al culto de las imágenes y a las supersticiones en general.

Al fijar tal postura, el cardenal Sandoval contradice la enseñanza católica del culto: “No creo que Dios o la Virgen estén haciendo milagros o apareciéndose a cada rato y en todo lugar, aunque presuntamente haya quienes afirmen que ellos lo vieron, o que convenzan a otros de que se mira perfectamente la figura de una imagen sagrada en tal o cual pared, mancha u objeto, al cual le promueven culto y devoción, pensando y haciendo creer que es una señal del Altísimo y un signo de salvación, lo cual no es verdad (…). Inclusive hay quienes les venden objetos supuestamente milagrosos como rosas, imágenes (…), con lo cual se allegan mucha clientela…”.  

La postura del cardenal, pese a los conceptos expresados, se desvanece ante los hechos. En el caso de la construcción del Santuario de los Mártires, por citar un ejemplo, el purpurado tapatío, el cual busca competir con la Basílica de Guadalupe en el número de peregrinaciones (mil 800 al año) y la captación de limosnas, promueve dentro de su diócesis un sinnúmero de procesiones con el objetivo de exaltar el culto cristero, el cual consiste en la adoración de las reliquias e imágenes de los nuevos beatos, a las que algunos, pese a la declaración episcopal, consideran “milagrosas”.

Aunado al culto de las reliquias e imágenes cristeras, el purpurado tapatío ha puesto en venta, a través de una fundación diocesana, 118 mil nichos para difuntos ubicados en dicho santuario (La Jornada Jalisco, 31 de marzo de 2008), cuyo costo unitario es de 22 mil 200 pesos, en donde se incluye el derecho a “una misa diaria especial de por vida”. 

En lo que respecta al culto a las imágenes en la Iglesia católica, está documentado que éste fue introduciéndose en el transcurso de los siglos… no sin muchos conflictos. En los escritos neotestamentarios no se encuentra precedente de esta práctica: La Iglesia cristiana primitiva concibió a Dios como “Espíritu y Verdad” (Juan 4:24), y a Jesús, como el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim. 2:5). 

Para el historiador Aubert Rogier, es a partir del siglo IV d. C. cuando la influencia del paganismo produjo un amplio uso de íconos religiosos; el culto a las imágenes, apunta, “no es de origen cristiano, sino el resultado de la traspolación al plano religioso de las demostraciones de respeto que se otorgaban en el Bajo Imperio a las imágenes oficiales de los emperadores reinantes” (Aubert Rogier, Nueva historia de la Iglesia, Cristiandad, tomo I, página 434). 

En este tenor, el teólogo católico Hans Küng sostiene que “durante los siglos V y VI no se tenía reparo alguno en poner velas o lámparas encendidas delante de las imágenes en los templos (…), en ofrecerles incienso, o en besar las imágenes en la Iglesia o en casa y arrodillarse ante ellas, tal como había sido habitual entre los paganos romanos. Como en el paganismo, también ahora en este tiempo se atribuía a la imagen una ‘eficacia protectora y milagrosa’” (Hans Küng, El cristianismo, Trota, página 236). 

Finalmente, el culto a las imágenes fue aprobado por la Iglesia católica en el Concilio de Nicea en 787 d. C. Este movimiento encontró, sin embargo, gran resistencia en muchos lugares (una guerra de cien años, conocida como la iconoclastia), hasta que en el año 1562 el Concilio de Trento publicó un nuevo decreto autorizando la colocación y adoración de las imágenes en las catedrales y parroquias, como objetos de culto en sí mismas.  

Recuerdo que el sacerdote José de Jesús Aguilar Valdés, director de Radio y Televisión del arzobispado de México, en entrevista con la periodista Lolita de la Vega opinaba sobre el tema: “Lamentablemente, por ignorancia, por falta de información, (los católicos) piensan que una imagen es la que les hace el milagro. Ninguna imagen hecha de pasta, de barro, de madera, puede hacer ningún milagro (…) Ni la Virgen María ni los santos pueden hacer milagros, mucho menos objetos o rituales […] los milagros solamente los hace Dios…” (Frente a frente, 13 de diciembre de 2008). 

A pesar de las “posiciones” descritas, es evidente que el culto a las imágenes sigue formando parte del credo católico. Se trata, en el caso en comento, del doble discurso que caracteriza a la jerarquía eclesiástica. Ni más ni menos.

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