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¿A qué espera el Gobierno para suprimir el delito de ofensa de los sentimientos religiosos?

No, señoras y señores. No cometamos el error de desviar la atención del elemento central del debate que ha de surgir a raíz de la vergonzosa condena a Elisa Mandillo, por un delito de ofensa a los sentimientos religiosos en la celebración de la Procesión del Chumino Rebelde.

Porque la cuestión aquí no es si el juez que la ha condenado es muy facha, o muy corto de entendederas para pillar o no el sentido y la crítica de la mencionada procesión satírica.

Tampoco es lo importante que haya una parte de la población española lo suficientemente retrógrada e intransigente como para aplaudir este tipo de decisiones judiciales.

No perdamos el tiempo recordando a los señores cristianos (y a los musulmanes, y a los judíos, y a los satanistas, y a los paganos, y a los devotos de la Fuerza y de la Fe de los Siete) que si tanto les molestan nuestras mofas, nuestras sátiras y nuestros cagamentos, lo que tienen que hacer, como ya explicó en su día David Broncano, es aguantarse. Como nos aguantamos los demás. Como se aguantan los comunistas cuando se desprecia su ideología o se ridiculiza a Marx o al Che Guevara. Como se aguantan los asturianistas, cuando los antibablistas se burlan de los que hablan en asturiano. Como me aguanté yo cuando los de Vox llamaron “cazador de huesos” a mi tío Juan, que murió sin poder encontrar los restos de su abuela Rosaura (torturada y asesinada por los franquistas en el 38) en una fosa común del cementerio de Bañugues.

No malgastemos fuerzas en defender lo que es de sentido común: que un código penal no puede proteger el derecho a ofenderse de los creyentes de una secta o una creencia religiosa, como tampoco lo puede hacer de los seguidores de una ideología, de un grupo de música o de un equipo de fútbol.

No voy a decir otra vez lo que ya dijo el escritor Pierre Jourde en este artículo de Le Nouvel Observateur, a raíz del asesinato del profesor Samuel Paty a manos de un fundamentalista religioso. No es momento de repetir que la sátira y la burla de una religión no solo es un derecho, sino que es necesario, democrático y saludable. Que las grandes religiones monoteístas institucionalizadas nos han causado ya suficientes problemas (guerras, genocidios, ejecuciones, torturas, atraso, incultura, apoyos a regímenes totalitarios criminales, desigualdad y miseria) como para no poder reírnos de ellas cuanto nos dé la gana, sin que la ley nos persiga por ello.

No viene a cuento recordar que Elisa Mandillo ha sido condenada a  pagar casi 3.000 euros de multa mientras que el obispo de Tenerife puede culpar libremente a los menores de los abusos sexuales y el de Alcalá puede asegurar que cura la homosexualidad y la lujuria.

Porque aquí el problema no es ese. El problema es que hay un partido que tiene mayoría en el Gobierno estatal que se dice de izquierdas y que no termina de reformar el Código Penal para eliminar ese artículo 525, que además de un atentado contra la libertad de expresión, es un insulto a la conciencia democrática. Una reforma que, según marca el propio artículo 2 del Código, tendría carácter retroactivo a favor del condenado, y por tanto eliminaría esta lamentable sentencia.

El problema es que hay un Partido Socialista que se dice laico pero que ha permitido durante sus sucesivos gobiernos que la justicia española cometa estos atropellos. El mismo Partido Socialista que se dice republicano, pero apoya la monarquía, se niega a abrir una comisión de investigación sobre los chanchullos de la Corona y ayuda al Campechano Demérito a fugarse a Qatar para no rendir cuentas por sus fechorías ante los mismos tribunales que condenan a Elisa Mandillo.

Ya basta de generar debates estériles. La caverna puede ladrar todo lo que quiera, pero la caverna no está gobernando. Es el PSOE el que tiene la mayoría de Gobierno y es el PSOE el que tiene que presentar la prometida reforma del Código Penal que suprima de una vez el Delito de Ofensa a los Sentimientos Religiosos. Es el PSOE el que ha condenado a Elisa Mandillo.

David Artimes

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