Dos son los latiguillos de la derecha contumaz y no pensante: todo lo de los demás es humo, y perjudica.
Veamos donde está el humo y qué es lo que perjudica.
Humo es todo lo que dice el Cabildo acerca de los fundamentos jurídicos sobre su discutible y discutida propiedad de la Mezquita, porque no tiene un solo documento. Documento que habría tenido si Fernando III hubiera querido transmitir la propiedad del monumento a la Iglesia, porque así lo exigía la partida quinta, en criterio de Gregorio López, el intérprete autorizado por Carlos V: en las donaciones reales requiérese escritura si exceden de 500 sólidos –moneda romana equivalente a 25 denarios oro– valor obviamente sobrepasado con creces por el de la Mezquita. La propia Iglesia reconoce no tener escritura ni documento alguno de propiedad al recurrir, como recurrió, al escandalosamente anticonstitucional, el aznariano artículo 206 de la Ley Hipotecaria, que el PP ha derogado, aunque sin revocar sus efectos perversos. Y conste que Fernando III tuvo tiempo de extender el documento, porque estuvo siete años en Córdoba y firmó muchas escrituras. Hizo lo que quiso, y no más: ceder el templo a la Iglesia para el culto, únicamente para esto (Evidentemente el rey no podía prever que la Mezquita –en la que está inscrita la catedral– llegaría a ser el mejor negocio turístico de Córdoba, que sin duda es el principal anhelo, poco espiritual ciertamente, del Cabildo).
Por cierto que los partidarios de batir palmas inventándose el motivo, dicen que el informe de la letrada municipal Mercedes Mayo se contradice con el del secretario de la Corporación, que ha hecho daño a los apropiadores y secuaces por sus buenos fundamentos, y que los ultramontanos tratan de desprestigiar con argumentos tan ridículos como que el autor ha usado internet, lo que hoy hace todo investigador que antaño recurría a las enciclopedias. Esto sí que es humo de fuego del peor tabaco. Si la Mezquita tiene un titular registral y no figura en el inventario de bienes municipales, no puede el Ayuntamiento tratar de conseguir hoy la inmatriculación a su favor. Una obviedad ciertamente, pero una obviedad sin importancia, que no obsta a que pueda estimarse el monumento de todos los cordobeses ni a que el ayuntamiento pueda atacar con éxito la inmatriculación eclesial por ilegal y combatible, y absurda, que no cabe mayor absurdo que inscribir como propio de un particular un bien no solo de dominio público, ya por ello imprescriptible y extracomercio, sino un bien patrimonio mundial. Y para colmo, de un particular que en lo terrenal, para más inri, es el apéndice de un estado extranjero: el Estado Vaticano.
El segundo latiguillo de la derecha con casulla es que la polémica, que realmente arde en todo el mundo, perjudica a la ciudad y al turismo: falso de toda falsedad. Desde que la plataforma «La Mezquita de todos», con cientos de firmas de todas partes y condiciones, alzó su voz, las visitas y el interés por el monumento han aumentado muy notablemente. Claro que también, la indignación por la forma en que se cuenta su historia en los folletos catedralicios y se muestra su inigualable pasado por el Cabildo, por ejemplo en los videos de la visita nocturna, pura catequesis.
Lo que realmente perjudicada a la ciudad, a la vez que hiere su corazón, es intentar borrar el glorioso nombre de Mezquita, como el obispo Demetrio viene haciendo con insistencia desde su llegada… Y con la resistencia de toda la Córdoba no capillita. Al más lerdo se le alcanza que el turista arriba a nuestra ciudad buscando la Mezquita, que así se llama el monumento designado Patrimonio de la Humanidad, y que todo lo que sea ocultarla o dificultar su localización es muy perjudicial. ¿Puede intentarse otro daño mayor que suprimir el nombre Mezquita de los mapas Google, de Apple y otras fuentes de información de internet? Mayores, no, pero de gran entidad son los perjuicios que ocasiona el falseamiento del brillantísimo pasado del monumento, de nuestra historia andalusí, cuando estuvimos –estuvimos los cordobeses; no, estuvieron los moros– en la cúspide del saber y la cultura mundiales.
De allí nos bajaron a la más oscura pobreza intelectual, eso sí con la sana intención de salvar nuestras almas.
Las almas que cada uno baraje la suya como tenga por conveniente, pero de lo nuestro, de lo que es esencia de Córdoba, que no nos toquen más las narices, que ya se nos están poniendo moradas.
Rafael Mir Jordano *Escritor y abogado