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A clase de tolerancia con un clérigo egipcio

La piedad islámica ordinaria ha vuelto a desatarse una vez más, en esta ocasión contra la cadena internacional de café Starbucks, con sede en Seattle. ¿Qué han hecho sus irresponsables responsables? Abrir locales en algunas ciudades del mundo islámico, entre ellas las archisantas La Meca y Medina. Bueno, y qué, se preguntará alguno de ustedes, con ese candor que les caracteriza. Interroguemos al piadoso clérigo y verán qué pronto salen de dudas.
 

¿Pero es que acaso no han visto el logo de esos cafeteristas impíos, les recriminará de sopetón, entre sorprendido y escandalizado, nuestro ilustrado sabio? Hay una mujer, y no sólo: lleva una corona en la cabeza y es judía: ¡es Ester, la reina judía de Persia! La misma que por su belleza, según cuenta la leyenda, sedujo al rey Jerjes más que ninguna de las otras seis seductoras rivales y que, como ella, aspiraban al pastel, por lo que éste acabó entregándole el trono.

        
El clérigo es sin duda un hombre comedido. No la emprende en principio contra la cafetería o contra el café en sí mismo, y eso que argumentos tiene: ¿acaso se detuvo Mahoma en su viaje al cielo en alguna estación de servicio estelar a tomar café durante el trayecto? ¿Acaso consta que Alá se tomara algún café en alguna cafetería celeste mientras le redactaba al arcángel Gabriel su obra magna? ¿Está el café acaso entre los cinco pilares que sostienen la fe islámica y sin los cuales no hay creyente que no se desmorone? No, no y mil veces no. Por eso, insisto, noto que el clérigo es un hombre mesurado; quizá un día, pero sólo por distraída curiosidad y sin que nadie lo viera para no dar mal ejemplo, hasta miró y todo en una dirección que no llevaba a La Meca.

        
El clérigo, pues, sólo la emprende contra el logo, contra esa lujuriosa y atrevida judía que ha osado implantar sus reales casi delantito mismo de la Kaaba, que ojalá le hubiera caído el peñasco encima y la hubiera aplastado como el gusano que es. Así pues, no puedo no darle razón –con perdón por la palabreja- al santo varón en su cruzada –otra vez perdón, mas espero sepan disculpar mi mal día- contra ello. ¿Qué hace en tal sitio una libertina como ésa, de la que ni siquiera se sabe si se trata de una criatura infernal gestada por la divinidad o de una criatura divina gestada por la diabolidad, pero que sirve para demostrar que eso del seso entre los varones es un puro accidente semántico, pues sabido es que los varones –los pertenecientes al dar al-harb, se entiende, al “territorio de la guerra”, y no al dar al-Islam, castos todos- tenemos el seso en la entrepierna?

        
Lo que viene después muestra sólo la coherencia de nuestro santo varón. ¿Y qué viene después? Verán, amonesta a sus corderos a que no entren en el local, a que no beban su café. ¿Pero puede eso solo ser todo? Claramente no, por lo que les amonesta así mismo a que insten a sus correligionarios a hacer proselitismo antistarbucksero -que a un tiempo es también antijudío y antiestadounidense, es decir, bueno, como bien sabe al respecto la izquierda occidental pura- a fin de que nadie se acerque al lugar; o mejor, que se acerquen, sí, pero provistos con alguna piadosa piedra que lanzar contra el establecimiento hasta conseguir su clausura: su clausura definitiva del entero mundo árabe e islámico, además, cosa ésta que a la que también cabría acceder previa quema del negocio, el otro expediente instigado por el mesurado clérigo. Pero en eso, insisto, yo al menos sólo veo coherencia y nada más que coherencia, porque si fuera el logo a secas el que sirviera el café, la política se haría contra el logo: se le lapidaba sin más, porque adúltera seguro que era la que está representada en él, y todo el mundo a gozar de un café excelente. Pero como no es así, mejor liquidar también el cuerpo con el alma.

        
Tan instructiva lección de tolerancia impartida por el domador de cerebros aludido, a la que acompaña su cohorte de apertura intelectual y de pro-cosmopolitismo, proviene de una televisión egipcia auto-consagrada a la emisión de programas sociales, culturales y religiosos, y que por provenir de ahí no puede estar entre las oficialmente catalogadas de radicales. De hecho, se presenta ante la sociedad de los internautas con su copyright y todo, junto con su página web. Y ya se ven los resultados: alianza de civilizaciones en estado puro, como patrocinan Erdogan y Zapatero y dice fomentar la ONU. Para los musulmanes seriamente comprometidos en el diálogo con Occidente, lecciones como la antevista constituyen un auténtico jarro de agua fría contra sus convicciones, y suponen para su conducta un castigo aún mayor que el padecido por ciertas mentes al creerlas.

        
Ahora bien, vista la cosa desde lejos, quizá nos depare una lección inesperada para el clérigo, el santo varón que no sin pesar cree zozobrar el entero edificio de la fe y la civilización islámicas ante las puertas de una cafetería de la competencia (y que, quién sabe si a causa de su moderación, se presenta con chaqueta y corbata –y con el nudo bien hecho, lo que no puedo mirar sin cierta envidia- en la tele y no enfundado en algún burka masculino de rigor, y nunca mejor dicho, por cierto). Quizá sin merecerlo el futuro le ha hecho un guiño mostrándole una fotografía notablemente alterada del presente, y un dédalo de pequeñas cosas, de esas “menudencias” de la que hablaba Aristóteles, transformadas en causa de algo grande, inesperado, revolucionario. Y es así cómo, al blandir la espada de la amenaza, no hace sino agitar el espantapájaros de su miedo a que un día no muy lejano la libertad vaya sumando las trampas que paulatinamente tiende a las autocracias hasta salirse con la suya, porque en esto a la libertad le pasa lo que a la igualdad, y es que se cogen gusto a sí mismas una vez que aparecen donde casi nadie las tenía, tantos las temían y pocos las esperaban, a medida que van creciendo y fortaleciéndose al crecer, según nos enseñara Tocqueville.


Así pues, es pensable que la reina judía Ester, con su aroma de café recién tostado, sea mensajera de cambios ya realizados y anuncie otros por venir, y que por fin algo se mueva hacia la luz en la pétrea caverna de la religión musulmana. Con todo, si a nuestro musulmaníaco sabio el temor le sume en amargo desconsuelo pensando que un día el mundo de su fe se esfumará ante el asedio de la libertad y su cortejo de novedades, me apresuro a consolarlo desde ya, invitándole a abandonar tranquilamente sus temores; y aun cuando tendrá que aprender a convivir con la competencia, e incluso con esos seres demoníacos llamados ateos, hombres como él son inmortales y serán por un tiempo impredecible amplísima mayoría, motivo por el cual cualquiera de los tres dioses únicos, o de los aspirantes al puesto, tiene con ellos indefinidamente garantizado el pan.

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