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A 100 años del Tratado de Lausana: minorías, religiones y estados nacionales · por Eduardo Ruiz Vieytez

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Lausana marca un momento importante para la protección de la diferencia religiosa, pero en un contexto de refuerzo de los elementos asimiladores de todo Estado, en un sistema internacional en el que la protección de las minorías sigue siendo un tema de importancia menor y en una cultura occidental que todavía no ha acertado a compaginar sinceramente la organización política democrática con la protección de la diversidad.

El 24 de julio de 1923, más de cuatro años después de haber finalizado la Primera Guerra Mundial, se firmó en la ciudad de Lausana el último de los tratados de paz de la Gran Guerra. Las partes signatarias del tratado fueron, por un lado, Turquía, y por el otro, un conjunto de países aliados y asociados: el Imperio Británico, Francia, Italia, Japón, Grecia, Rumanía y el Reino de los serbios, croatas y eslovenos que aún no se denominaba Yugoslavia. En sentido estricto, el de Lausana es un tratado de paz que se firma con un país que no existía cuando se declaró la guerra. La potencia derrotada en la primera guerra mundial fue el Imperio Otomano, cuya relación directa con la posterior república turca de Kemal Ataturk es solo parcial. El Imperio Otomano había firmado tres años antes un tratado de paz en Sèvres, en el marco de la gran conferencia de Paris, pero la nueva Turquía nunca se había reconocido en el mismo y los acontecimientos posteriores, violentos casi todos ellos, dieron lugar a la negociación y firma del nuevo tratado de Lausana, junto a otros 16 convenios, protocolos y declaraciones que suscribirían a la vez los mismos Estados.

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